miércoles, 24 de junio de 2020

El ascenso de China y la desunión del Occidente liberal








Política Exterior
                  


ANTONIO JOSÉ PAGÁN SÁNCHEZ



Ante una situación de posible transición de poder entre la potencia hegemónica, Estados Unidos, y la potencia ascendente, China, los socios europeos de Washington se resisten a cerrar filas con su aliado tradicional.

En un mundo cada vez más multipolar, no existe ningún país que disponga de los medios económicos y militares para dominar el orden internacional por sí mismo. Por el contrario, necesita un amplio número de socios y aliados con intereses comunes, siendo el poder diplomático un elemento clave. Y es en Europa donde, tradicionalmente, Estados Unidos ha encontrado a sus aliados más cercanos, no solamente en cuestión de intereses, sino también de ideas y valores compartidos.
Washington y sus aliados europeos han constituido, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el núcleo de la coalición que determina las normas, instituciones y prácticas del orden liberal internacional, comprometiéndose con su mantenimiento y conservación. Durante la guerra fría hicieron frente al desafío sistémico que suponía el auge de la Unión Soviética y se opusieron a la expansión del comunismo. Por eso  resulta especialmente llamativo que, ante el ascenso de China –el mayor reto en términos sistémicos que EEUU afronta en décadas–, sus aliados europeos no solo no hayan cerrado filas con la postura estadounidense, sino que además se muestren decididos a adoptar una política exterior propia, que les ha situado a menudo en polos opuestos. Esta tendencia, que ya se comenzaba a vislumbrar durante la presidencia de Barack Obama, se ha hecho todavía más notoria desde la llegada al poder de Donald Trump, cuyo gobierno ha supuesto un aumento de las tensiones en la relación transatlántica.
Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y España son las cinco mayores economías entre los aliados europeos de EEUU, y cuentan además con el mayor gasto militar en términos absolutos en la OTAN, exceptuando a Turquía. Por tanto, es posible suponer que su comportamiento y el modo en que perciben la alianza con Washington –así como los compromisos derivados de ella– tengan un efecto importante sobre el liderazgo internacional estadounidense. Vistas las posturas que han mantenido en lo concerniente a sus relaciones con China, las perspectivas de dicho liderazgo no son optimistas.
 Banco Asiático, Ruta de la Seda, 5G y OTAN
La naturaleza de las relaciones con China de los cinco países mencionados dista de ser idéntica, pero en todos ellos se observa la apuesta por una profundización de las relaciones económicas con el país asiático, independientemente de que en ocasiones puedan exigir una mayor reciprocidad en materia comercial. Lo cual no parece ser especialmente favorable para la posición de Estados Unidos. El modo en que estos países han percibido la participación en iniciativas chinas como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras y la Nueva Ruta de la Seda, la adopción de la tecnología 5G de Huawei y la posibilidad de considerar a China como una “amenaza” dentro del marco de la OTAN son ejemplos de ello.
El caso del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, que en el momento de su anuncio en 2013 fue visto por algunos analistas como un desafío potencial a las instituciones de Bretton Woods, y en particular al Banco Mundial, es especialmente paradigmático. A pesar de que EEUU alentó a sus aliados europeos a rechazar la iniciativa, muchos anunciaron su voluntad de sumarse a ella como socios fundadores, con Reino Unido –el gran aliado de Washington en la región– a la cabeza, dotando de dimensión global a una institución financiera de carácter regional. La oposición de Washington a la iniciativa la convirtió en un test sobre la influencia global de EEUU que este país acabó perdiendo, al reflejar con qué intensidad quería mantener a sus aliados europeos fuera del banco y, sobre todo, su incapacidad para conseguirlo.
A su vez, los aliados europeos de EEUU tampoco se han mostrado partidarios de prohibir totalmente la participación de Huawei en el despliegue doméstico de la red 5G, pese a las objeciones americanas. Washington considera la tecnológica china una amenaza para su seguridad nacional y una oportunidad para el espionaje chino. De hecho, ha llegado a advertir que la adopción de la tecnología 5G de Huawei podría implicar el dejar de compartir informes de inteligencia con sus socios europeos. Pero por el momento, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y España se han negado a impedir la entrada de Huawei en sus redes 5G, si bien los dos primeros se han mostrado favorables a la idea de limitarla a sectores no estratégicos. Algo que no ha sido suficiente para contentar a Trump, que a comienzos de febrero se mostró indignado durante una conversación telefónica con Boris Johnson ante la negativa de este a vetar la adopción de la red 5G de Huawei.
Las desavenencias con EEUU también se han trasladado a la alianza atlántica. A finales de 2019, la OTAN calificó por primera vez a China como “desafío estratégico” en una cumbre de la alianza celebrada en Londres. En dicha cumbre, la preocupación mostrada por EEUU y sus aliados de menor tamaño en Europa Central y Oriental acerca del impacto internacional del ascenso de China, visto ya como una amenaza en términos de seguridad, no fue compartida por sus aliados de Europa Occidental. El presidente francés Emmanuel Macron fue quien expresó más claramente su postura, afirmando que China no debería ser vista como un enemigo en términos militares.
Solo la reticencia frente a la Nueva Ruta de la Seda reporta buenas noticias para Washington. Italia es el único país de los anteriormente mencionados que ha suscrito con China un memorándum de entendimiento para su participación oficial en la iniciativa. Pero desafortunadamente para EEUU, sus consideraciones globales no parecen ser el factor más importante a la hora de explicar el rechazo de la mayor parte de sus aliados de Europa Occidental. Por el contrario, la decisión se explica más bien por las llamadas a la unidad de la Comisión Europea –ahora ya sin relación alguna con Reino Unido– en lo respectivo a la adopción de una posición común sobre la Nueva Ruta de la Seda, la cual fue recibida con recelo y desconfianza por las instituciones europeas, que la veían como una posible fuente de divisiones entre los Estados miembros.
La naturaleza de la cooperación de Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y España con China parece mostrar de manera clara no solamente que cooperarán con China siempre y cuando esté en sus propios intereses, sino también –y esto es todavía más importante– que no parecen mostrar especial consideración por cómo el ascenso de China pueda afectar a la posición internacional de EEUU. Algo parecido podría decirse con respecto al propio orden liberal internacional. Europa Occidental no parece considerar que el ascenso de China suponga a largo plazo un desafío a dicho orden… o en el caso de que así lo considere, no parece importarle demasiado.
La celebración de la cumbre UE-China en la ciudad alemana de Leipzig, que estaba inicialmente prevista para septiembre de este año y fue aplazada con motivo del coronavirus, hubiera mostrado hasta qué punto es factible un entendimiento entre ambas potencias en cuestiones tan diversas como la firma de un tratado de inversión, la consecución de una mayor reciprocidad en las relaciones económicas y comerciales, y la promoción del desarrollo sostenible y el cuidado del medio ambiente. Un entendimiento que no será fácil. El encuentro celebrado por videoconferencia el 22 de junio en el marco de la 22ª Cumbre UE-China entre Ursula von der Leyen y Charles Michel, en representación de la Unión Europea, y Xi Jinping y Li Keqiang en representación china, reflejó la dificultad de llegar a acuerdos concretos en materia económica, así como la creciente preocupación de las autoridades europeas por la situación de Hong Kong. De hecho, a pesar de la convergencia de ambos socios en torno a la defensa del multilateralismo y la lucha contra el cambio climático, no se elaboró ningún comunicado conjunto tras la finalización de la reunión. En cualquier caso, en un contexto de crecientes tensiones entre EEUU y China, las imágenes de la primera reunión de la historia entre el presidente chino y los líderes de los 27 Estados miembros de la UE en Leipzig hubieran enviado una señal que dudosamente hubiera sido bien recibida por Trump en plena campaña electoral.
Todavía está por ver que la actual situación de crisis global a raíz de la pandemia del coronavirus vaya a producir un realineamiento entre EEUU y Europa y una profunda reevaluación de las relaciones con China. La idea tampoco parece especialmente factible con el actual inquilino de la Casa Blanca. En este sentido, el resultado de las elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre influirá en buena medida en el rumbo futuro de la relación entre las dos orillas del Atlántico, en un momento tan cambiante en términos de distribución de poder mundial como el actual.

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