Carlos Gutiérrez P.
En unos pocos meses se cumplirán 30 años del inicio de la Guerra de Las Malvinas entre Argentina y Reino Unido, y como efecto del espíritu conmemorativo, se han reactivado las tensiones por las distintas apreciaciones sobre la soberanía de la isla y el cumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas que sustentan jurídicamente el reclamo trasandino y exigen una solución pacífica al conflicto.
De la misma forma que hace treinta años, el conflicto por Las Malvinas también recorrerá las cancillerías del resto de países de la región y será un nuevo momento para evaluar los sentidos de las políticas de integración y las respectivas arquitecturas institucionales que se han generado al respecto. Y si bien las condiciones políticas son sustancialmente distintas, tampoco será fácil allegarse a puntos comunes y disposiciones activas en la toma de posiciones.
La posición argentina tiene hoy día mayores fortalezas, aunque eso no implique que tenga mayores posibilidades de resolver el asunto a su favor. Tiene un gobierno democrático absolutamente legitimado a propósito de la reciente reelección mayoritaria de la presidenta Cristina Fernández lo que avala su postura tanto en el plano nacional como en el terreno externo, y lo hace más responsable frente al estado de derecho internacional. Esto aleja cualquier posibilidad de que la crisis escale a un conflicto armado, lo que de por sí instala un ambiente más mesurado y siempre abierto al diálogo.
Por lo tanto, las estrategias de presión caminarán por otros senderos, fundamentalmente el terreno diplomático y el comercial. En ambos casos, el Reino Unido enfrentará serios problemas en la región, puesto que su presencia en ambos ámbitos no tiene el peso que históricamente tuvo en Iberoamérica y ya ha sido desplazada por los intereses asiáticos y de la comunidad europea como tal. Su principal aliado y soporte en la región, Estados Unidos, tampoco tiene ya la capacidad de presión e influencia que tenía en los años ochenta del siglo pasado y a su vez tiene demasiados problemas internos y en otras regiones del mundo como para gastar aún más parte de su capital político en una defensa cerrada de un problema que tiene a una amplia mayoría de la comunidad internacional en su contra.
La geografía política de la región es diametralmente distinta de la que existió en el período de la guerra de Las Malvinas y eso también tendrá un gran peso en esta coyuntura, sobre todo por el dominio de las posturas antiimperialistas y anticolonialistas en los gobiernos en ejercicio. Países como Venezuela, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Uruguay y Perú en América del Sur tienen posturas político-ideológicas muy definidas al respecto. En el caso de Brasil, no solo suma sus definiciones doctrinarias como izquierda en el gobierno, sino también su oportunidad de liderazgo político regional en la zona del Atlántico Sur, para lo cual la presencia de potencias extra regionales le significa ruidos innecesarios.
La postura de Chile también debiera significar cambios muy profundos en relación con la postura que asumió en la crisis del año ochenta, donde jugó un papel de aliado encubierto de Londres, basado en la afinidad de la dictadura pinochetista con el conservadurismo thatcheriano y su histórica rivalidad con Argentina. En cambio hoy, existe un gobierno democrático, que aunque de derecha, busca incesantemente una acogida en el escenario iberoamericano, y a nivel estatal se ha llegado a acuerdos y definiciones de alianza estratégica entre Chile y Argentina que han puesto las relaciones bilaterales en una conquista histórica inédita. Además, en base a sus problemáticas relaciones con los países vecinos del norte, sería absurdo sumar nuevas tensiones en su larga frontera este.
Para el caso de Colombia, los esfuerzos del presidente Santos por reinsertar a su país en el concierto suramericano, después de décadas de cierto aislamiento, le ha dado importantes resultados y difícilmente querrá hipotecar estos avances. La fuerte y determinante influencia estadounidense también ha declinado y hoy tiene mayores condiciones de asumir posturas autónomas.
La dinámica del mundo contemporáneo en sus variables políticas y económicas hace del conflicto por Las Malvinas un asunto no menor, y por lo tanto no puede asumirse solo como resabios de políticas colonialistas y reivindicaciones de soberanía decimonónicas.
Los descubrimientos de fuentes naturales de riquezas básicas en el entorno marítimo de la isla hacen de la demanda una exigencia apetecible, más aún teniendo en cuenta el panorama económico mundial, las demandas crecientes de energía y su influencia en el crecimiento y desarrollo.
Por otra parte, esta tendencia a los agrupamientos geopolíticos de comunidades de países vecinos en torno a sus influencias en espacios territoriales, también ocupa un lugar en el debate, puesto que el afianzamiento de Suramérica pasa por una mejor ocupación de los territorios de su interior, así como de los espacios marítimos del Pacífico Sur y Atlántico Sur, en línea hacia la Antártica, para lo cual requiere de estrategias y fuerza conjunta, así como de ausencia de potencias extra regionales.
El conflicto de las Malvinas está lejos de ser un asunto menor y solo correspondiente a Argentina, sino que en el también se adosan temas asociados al perfil político estratégico de la región, a un control efectivo del conjunto de sus espacios, y a evaluar los avances reales en una sintonía política de comunidad de países.
*Carlos Gutiérrez Palacios es Licenciado en Historia por la Universidad Católica de Chile,
director de la ONG Centro de Estudios Estratégicos, en Chile y magister en Ciencias Militares.
director de la ONG Centro de Estudios Estratégicos, en Chile y magister en Ciencias Militares.
1 comentario:
es parte del plan mayor, donde la excusa para violentar esta parte del globo se basa en potenciar el conflicto de malvinas, lo mismo que pasaría con corea del norte del otro lado.
Publicar un comentario