Konstantín Bogdánov
EEUU moviliza su flota de guerra frente a las costas de Irán. Desde noviembre pasado circulan rumores sobre un eventual ataque militar contra Irán para destruir la infraestructura nuclear de ese país. ¿En qué se diferenciaría esta posible guerra de las operaciones estadounidenses en Irak y la antigua Yugoslavia? Qué objetivos perseguiría y qué resultados tendría?
La guerra “sin contacto”
La guerra “sin contacto”
Si la operación militar llega a realizarse, la parte atacante intentará evitar contacto directo entre los combatientes: utilizará al máximo la aviación basándose en los datos de inteligencia militar y aprovechará su superioridad para ejercer el mando sobre las distintas unidades militares en el teatro de guerra.
Es poco probable que los aliados empiecen una operación terrestre. Para ello EEUU carece de recursos y de apoyo político interno. Irán es un enemigo difícil de combatir en tierra (en comparación con Irak de los años 1991 y 2003). Así que Obama no iniciará una operación que puede causar víctimas en vísperas de las elecciones presidenciales.
Por lo tanto, seguramente se puede descartar una intervención por tierra.Tal vez la única excepción sean grupos de fuerzas especiales entre cuyas tareas estará el reconocimiento del territorio, designación de objetivos para la aviación y actos subversivos en las instalaciones importantes.
Por lo demás, el peso de esta posible guerra caerá sobre la aviación. Después de la modesta operación aérea de Francia y Gran Bretaña en Libia, Estados Unidos tendrán la posibilidad de demostrar al mundo sus avances desde la guerra de Irak de 2003.
Fue entonces cuando la Fuerza Aérea de EEUU empezó a adquirir los lotes JDAM (Joint Direct Attack Munition), unos dispositivos de bajo costo que convierten las bombas de caída libre en bombas guiadas de precisión. También fue entonces cuando comenzó el desarrollo e implementación de los sistemas integrales de mando, designación e iluminación de objetivos, que forman parte del nuevo concepto operacional llamado “guerra centrada en redes”. A la vez, aumentó el papel de aviones no tripulados.
Si quisieramos encontrar una operación análoga al eventual ataque contra Irán, sería, quizás, la operación de la OTAN en Yugoslavia en primavera de 1999. Los ataques contra Irak eran muy puntuales y parecían más bien unas expediciones punitivas. Los incursiones relámpago de 1991 y 2003 contra el mismo país servían más para preparar las operaciones terrestres.
Sin embargo, los objetivos en la europea Yugoslavia y en Irán son muy diferentes. En el primer caso se trataba de doblegar políticamente al estado yugoslavo, mientras en el segundo habrá que llevar a cabo una misión militar muy concreta: destruir el potencial nuclear e industrial. Y un par de golpes duros no bastarán para que Irán capitule: todo lo contrario, se pondrá furioso.
Partiendo de la experiencia de las operaciones aéreas en Yugoslavia e Irak, es lógico suponer que los primeros objetivos de EEUU serán medios de defensa antiaérea, aeródromos y bases de misiles balísticos. También será atacada la marina iraní y sus sistemas antibuque costeros. Luego los bombardeos podrán centrarse en las instalaciones de la infraestructura industrial: petroleras, empresas productoras de energía y, especialmente, de combustible.
Es probable que el último objetivo se convierta en estratégico. Irán, un exportador de petróleo, durante muchos años había sufrido déficit de gasolina comprando hasta un 45% de la misma a los vecinos países árabes. En los años 2009-2010 la producción de los derivados del petróleo en el país creció notablemente aunque su déficit sigue siendo un factor que frena el crecimiento económico de Irán.
Las instalaciones nucleares de Irán están al margen en la lista de los objetivos. Las empezarán a destruir con una minuciosidad especial pero sin prisa, no se escapará de los bombardeos.
Así que tanto la planta en Natanz, como el reactor inacabado en Arak, posiblemente recibirán su parte de “bombas inteligentes”. Es poco probable que el reactor de la central nuclear en Bushehr, que está en activo, sea atacado directamente, aunque sí podrá ser puesto fuera de servicio si se destruye la infraestructura.
Un hueso duro de roer
El objetivo más apetitoso se encuentra en Fordu, situada a 20 kilómetros al norte de Qom y considerada una ciudad santa en el Islam chiíta. Esta instalación enriquecedora de uranio, cuya construcción había sido anunciada en 2007, empezó a funcionar a finales del año pasado y se diferencia del anterior centro de la industria nuclear en Irán en Natanz por ser subterránea y protegida contra los bombardeos aéreos.
Israel ya se había quejado en más de una ocasión de la falta de misiles aire-tierra contra los objetivos protegidos (los llamados penetradores) insinuando su posible uso contra Irán. Estados Unidos dispone de toda una serie de armas para estos fines y la más monstruosa es el GBU-57 MOP (Massive Ordnance Penetrator), una bomba revienta-búnkeres de más de 13,5 toneladas de peso. En los últimos años, varios bombarderos B-2 han sido equipados para transportar estas armas.
Según información del dominio público, GBU-57 es capaz de penetrar hasta 60 metros de cemento y hasta 40 de suelos rocosos. Sin embargo, los expertos estadounidenses calculan que la profundidad de las instalaciones de Fordu alcanza 80 metros o más.
Incluso los partidarios de la operación aérea reconocen que Fordu es un hueso duro de roer. Se han diseñado varias tácticas para combatir este objetivo pero todas se hacen añicos ante un simple argumento: se desconoce la estructura interior de la planta de Fordu.
De esta manera, con un ataque aéreo masivo contra Fordu se conseguirá, como mucho, bloquear las salidas a la superficie y destruir la infraestructura en las inmediaciones de la planta. Para ello bastará con usar los JDAM y los misiles de crucero Tomahawk.
En cualquier caso, las instalaciones nucleares quedarán intactas. Para conseguir un resultado más convincente hará falta mucha suerte, armas nucleares tácticas o infiltración de un grupo de fuerzas especiales en la planta.
La suerte es algo que no se puede planificar. Las armas nucleares tácticas solucionarían el problema pero al mismo tiempo complicarían tanto la situación que no valdría la pena. Con las fuerzas especiales nunca se sabe, y además los agentes deberían ir equipados con armas adecuadas: lo único que puede valer en esta situación son mochilas nucleares (Special Atomic Demolition Munitions) que igualmente lo complicarían todo.
Resultados ambiguos
La operación terrestre contra Irán es muy poco probable y la ocupación del país, aún menos. Los ataques aéreos masivos son capaces de disminuir el potencial nuclear de la República Islámica pero tal vez sean insuficientes para una “solución definitiva” del problema nuclear iraní.
Una amplia ofensiva aérea contra Irán podría ser exitosa, pero las consecuencias de esta intervención en los asuntos internos del líder regional son difíciles de anticipar.
Lo único cierto es que difícilmente serán positivas. El golpe contra Teherán puede ser la gota que colme el vaso. Y entonces los radicales del islam político, en un Oriente Próximo incendiado por la ‘primavera árabe’, derribarán las monarquías conservadoras del Golfo por su postura pro estadounidense, los últimos regímenes seculares de la región en Siria, Jordania, Kuwait y los débiles gobiernos de las coaliciones revolucionarias de Egipto o Yemen.
Vale la pena hacer explotar la región para conseguir una prórroga en la realización del programa nuclear iraní de cinco o seis años? Es una pregunta retórica. Sí está claro que Estados Unidos no conseguirán una victoria fácil en Irán, pero echará a perder los resultados de su propia política en Oriente Próximo aplicada durante décadas.
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