miércoles, 23 de marzo de 2011

Yemen, entre las tribus y Arabia Saudí


Por Valentí Popescu

La crisis yemení tiene muchas semejanzas con la libia, la mayor de las cuales es la dependencia del poder presidencial de la buena voluntad de las tribus ya que la estructura político-social es aún medieval en ambas naciones. Pero a partir de ahí, todo son diferencias entre las convulsiones socio-políticas de uno y otro país. Mientras Libia es un enorme país -el 4º más extenso de África- parcamente poblado con 6.500.000 de habitantes y con cuantiosos ingresos generados por los hidrocarburos, Yemen es la nación más pobre del mundo árabe y amontona cerca de 24.000.000 de habitantes en algo menos de un tercio de la superficie libia.

Al hablar de Yemen hay que recordar que políticamente este país ha girado siempre en la estela saudí. Riad ha tratado de tener un cinturón de seguridad ideológica en torno a su territorio, influyendo poderosamente sobre los Estados vecinos. Y en Yemen esto es y era doblemente fácil, porque la pobreza y el atraso técnico lo hace indefenso antes las penetraciones militares y las presiones económicas saudíes. Una idea de la pobreza yemení la da el hecho de que la última gran manifestación de apoyo al presidente Ali Abdulá Saleh (10.000 personas en Saná, la capital) se montó pagando 2 euros por cabeza, a más de la comida y el transporte (en camiones y autobuses) ida y vuelta entre los domicilios y las calles y plazas de la manifestación. Además, en los últimos años Yemen se ha erigido en un peligro ideológico de primer orden para Riad porque numerosos excombatientes de Al Qaeda se han refugiado en esta República, sobre todo en su parte septentrional.

Pobreza desesperante

El Yemen tuvo durante el último decenio una relativa estabilidad porque los escasos yacimientos petrolíferos arrojaban aún beneficios y la gran masa de jóvenes sin trabajo de hoy en día eran niños diez años atrás. En esas condiciones Riad logró con bastante mano izquierda y relativamente poco dinero sostener en la presidencia yemení a un dictador duro y corrupto pero servil que jugaba con la rivalidad de las tribus para mantenerlas al margen del poder.

Ahora la situación es totalmente otra en Yemen. Aplastada por la adicción al kat (el equivalente local a la coca andina) y el analfabetismo, la juventud está desesperada ante un futuro que, si no varían las estructuras del país, es miseria extrema. Y políticamente, el Sur del país - bastión marxista en los años de la guerra fría - aprovecha la debilidad política actual de Saná para replantear exigencias independentistas.

Más grave aún para Saleh es que las tribus -organizadas en dos grandes confederaciones, la Raquil (la más numerosa) y la Hashid- consideran que el escaso poder militar actual del presidente no se merece ya la cuantiosa ayuda que venía recibiendo de Arabia Saudí, sino que este dinero se tendría que repartir entre las tribus para mantener la política pro árabe de Yemen.

Si Riad no ha cambiado todavía de aliado se debe principalmente a tres razones. Por una parte, se fía poquísimo de la lealtad de las tribus; en segundo lugar, las dos confederaciones no han ofrecido ningún programa político administrativo concreto, salvo la eliminación de Saleh. Y por último, porque el precio de la paz tribal resulta -por lo menos, en las negociaciones- mucho más alto que el de la opción Saleh.

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