Edgar Otaiza Vásquez
Los dramáticos sucesos ocurridos en el Japón del primer mundo hace una semana, mezcla de tragedia natural, fallas tecnológicas de la era nuclear y una información defectuosa, han desviado la atención de las luchas desiguales de pueblos árabes oprimidos por dictadores y tiranos, reduciéndolos a un segundo plano en el interés mundial.
¿Quién, de los adultos, no recuerda la esperanzadora primavera de Praga y a su líder reformista Alexander Dubcec en aquel año 1968, que fue ahogada sin piedad por los tanques soviéticos y los miembros del pacto de Varsovia, como lo había sido algo más de una década antes la revolución húngara?
Más de doscientos mil soldados y dos mil doscientos tanques acabaron, en un día, con aquel experimento de siete meses que intentó dar más derechos a los ciudadanos, descentralizar parcialmente la economía y democratizar medianamente la sociedad checoslovaca. El mundo occidental callaba, temeroso del poder de la Unión Soviética y cauteloso ante el aparente equilibrio de la guerra fría.
Hoy asistimos también a la extinción de una prometedora primavera libertaria en el mundo árabe del oriente medio, que nació hace escasamente dos meses en Túnez y Egipto. Los dramáticos sucesos ocurridos en el Japón del primer mundo hace una semana, mezcla de tragedia natural, fallas tecnológicas de la era nuclear y una información defectuosa, han desviado la atención de las luchas desiguales de pueblos árabes oprimidos por dictadores y tiranos, reduciéndolos a un segundo plano en el interés mundial.
Cañoneos, ataques aéreos y la marcha del ejército de Gaddafi hacia Bengazi. El caudillo dominante en Bahrein decreta una emergencia y llama en su auxilio a la económica y militarmente poderosa Arabia Saudita. El gobierno de Yemen persigue y expulsa a los periodistas extranjeros. En todo el mundo árabe los déspotas gobernantes intentan acallar las protestas. En otras palabras, los genuinos y hasta tímidos movimientos reformistas de protesta parecen hundirse ante el empuje de la violencia y la intimidación.
Libia.
En Libia, los soldados de Gaddafi avanzan; el hijo del dictador lanza un ultimátum a los “bandidos armados”, a quienes promete aniquilar en pocos días y occidente solamente protesta con apelaciones que no son tenidas en cuenta. Los jefes tribales de las poblaciones recapturadas declaran su lealtad al tirano. El secretario general de la ONU promueve el cese de los combates, pero no lo oyen. El presidente Sarkozy pelea, en solitario, por imponer una zona de exclusión aérea, que ya a nadie más puede ayudar. Alemania se niega a intervenir militarmente, por lo cual el propio Gaddafi públicamente agradece a la Cancillera Merkel y a su ministro de exteriores. Los Estados Unidos están preocupados por la situación de cuatro periodistas desaparecidos del The New York Times y apela ¿a quién?, desde la distancia en Washington.
¿Quién, de los adultos, no recuerda la esperanzadora primavera de Praga y a su líder reformista Alexander Dubcec en aquel año 1968, que fue ahogada sin piedad por los tanques soviéticos y los miembros del pacto de Varsovia, como lo había sido algo más de una década antes la revolución húngara?
Más de doscientos mil soldados y dos mil doscientos tanques acabaron, en un día, con aquel experimento de siete meses que intentó dar más derechos a los ciudadanos, descentralizar parcialmente la economía y democratizar medianamente la sociedad checoslovaca. El mundo occidental callaba, temeroso del poder de la Unión Soviética y cauteloso ante el aparente equilibrio de la guerra fría.
Hoy asistimos también a la extinción de una prometedora primavera libertaria en el mundo árabe del oriente medio, que nació hace escasamente dos meses en Túnez y Egipto. Los dramáticos sucesos ocurridos en el Japón del primer mundo hace una semana, mezcla de tragedia natural, fallas tecnológicas de la era nuclear y una información defectuosa, han desviado la atención de las luchas desiguales de pueblos árabes oprimidos por dictadores y tiranos, reduciéndolos a un segundo plano en el interés mundial.
Cañoneos, ataques aéreos y la marcha del ejército de Gaddafi hacia Bengazi. El caudillo dominante en Bahrein decreta una emergencia y llama en su auxilio a la económica y militarmente poderosa Arabia Saudita. El gobierno de Yemen persigue y expulsa a los periodistas extranjeros. En todo el mundo árabe los déspotas gobernantes intentan acallar las protestas. En otras palabras, los genuinos y hasta tímidos movimientos reformistas de protesta parecen hundirse ante el empuje de la violencia y la intimidación.
Libia.
En Libia, los soldados de Gaddafi avanzan; el hijo del dictador lanza un ultimátum a los “bandidos armados”, a quienes promete aniquilar en pocos días y occidente solamente protesta con apelaciones que no son tenidas en cuenta. Los jefes tribales de las poblaciones recapturadas declaran su lealtad al tirano. El secretario general de la ONU promueve el cese de los combates, pero no lo oyen. El presidente Sarkozy pelea, en solitario, por imponer una zona de exclusión aérea, que ya a nadie más puede ayudar. Alemania se niega a intervenir militarmente, por lo cual el propio Gaddafi públicamente agradece a la Cancillera Merkel y a su ministro de exteriores. Los Estados Unidos están preocupados por la situación de cuatro periodistas desaparecidos del The New York Times y apela ¿a quién?, desde la distancia en Washington.
El Consejo de Seguridad vota una resolución. Los rebeldes condenan la pasividad de Occidente. Desesperados por falta de ayuda, casi sin municiones y con escasos alimentos, continúan peleando. Están furiosos porque no se hace nada para neutralizar el arsenal del dictador. El peligro para la población civil es gigantesco, tanto, que hasta la Cruz Roja Internacional, después de otra “apelación” a las partes en conflicto para respetar a esa población y al personal médico, abandonó Bengazi. Esa población rebelde sospecha de la venganza del dictador a través de un baño de sangre. Todo parece indicar que éste se perfila como ganador…¿y por cuánto tiempo? Nos encontramos ante los últimos días de Bengazi. Los rebeldes se preparan para el último combate (*). Después, ellos y la población civil abandonarán la ciudad hacia la frontera egipcia, en donde nacerá un gigantesco campo de refugiados, con el apoyo de la comunidad internacional.
Yemen.
República islámica de régimen presidencialista, en el papel; una dictadura en la realidad. Se encuentra al sur de la Península Arábica, al sur de Arabia Saudita. Tiene una superficie de más de medio millón de kilómetros cuadrados y algo más de 24 millones de habitantes. La mayor parte de la población es sunita. Es considerada como la nación más pobre de Arabia.
El presidente de Yemen, Ali Abdullah Salih, con más de veinte años en el poder, respondió duramente a los manifestantes en las calles de Sanaa, la capital, a mediados de esta semana. Desde los techos se disparó, a los propios ciudadanos, causando al menos unos 150 heridos. Heridos y muertos hubo en días anteriores también en otras ciudades del país. La señal es clara: cuáles reformas se pueden hacer y cuándo, solamente lo decide el presidente. Los manifestantes deben ser reducidos por la fuerza. Requiere coraje y es peligroso ir por las calles. Según informaciones de agencias de noticias, alrededor de diez mil seguidores del presidente atacaron, esta semana, a unos cuatro mil manifestantes con palos y cuchillos. El gobierno no desea informes de prensa que vayan al exterior, por lo cual periodistas extranjeros fueron expulsados del país. Los manifestantes desean empleo y salir de la obscena pobreza, que oscila entre 42% y 59%. El hambre es una constante. Un tercio de la población no se alimenta adecuadamente. El agua es escasa, lo que convierte a Yemen en la única nación en la cual pueda agotarse este recurso en el mediano plazo.
Los manifestantes recuerdan las escenas y sucesos de Túnez y Egipto, que les sirven de motivación para su protesta.
El presidente ha ofrecido modificar la Constitución y otorgar más derechos al parlamento. Nunca ha hecho reformas. Pero no renuncia. Lo expresa con frecuencia.
Los Estados Unidos son cautelosos, pues consideran a Yemen como un aliado importante en la lucha contra al-Qaeda, que agita en esta nación y donde se siente seguro. Gran parte de los detenidos en Guantánamo son de procedencia yemenita, a pesar de lo cual el presidente Salih fue recibido en 2004 por el presidente Bush, en la Casa Blanca.
Marruecos.
Se encuentra en el extremo occidental del norte de África. Una monarquía constitucional en el papel, pero de hecho una monarquía absoluta. Estable y adinerada. Atrapada también en la atmósfera de la primavera árabe. Hasta ahora, las manifestaciones de sus habitantes han sido pacíficas.
Mohamed VI, el monarca, anunció a la población, por radio y televisión, que ya no sería él quien nombraría al Primer Ministro, sino la fracción más numerosa del Parlamento. Se consagraría la independencia de los poderes y la independencia de la justicia y se garantizaría la observación de los derechos humanos. Una comisión, nombrada por el monarca, formularía estas decisiones para ser incorporadas a la Constitución en un lapso hasta junio de 2011. Al final se convocaría un referendo.
Son anuncios notables que han sorprendido a la oposición, la cual habla ya de una revolución por mandato.
El monarca se encuentra en una situación relativamente cómoda. En su mandato de once años reformó cautelosamente la constitución, como en el asunto de los derechos de la mujer. Pero la juventud parece no estar más contenta que la que aquélla de Túnez. Muchos ciudadanos ven al monarca como garante de la unidad de la nación y no como un cleptócrata, tal es el caso del presidente de Yemen. Los observadores internacionales indican, que la oposición pondrá a prueba sus propuestas con benevolencia y seguirá su adecuada puesta en práctica. Obviamente, no se excluye nuevas protestas, pero parece ser que la oposición está dada a negociar en un espacio prometedor.
De esta manera, el monarca podría salirse de la línea de fuego, lo que parece confirmar lo que algunos analistas ya habían previsto: que la primavera árabe puede barrer más fácilmente a las dictaduras camufladas como repúblicas presidencialistas, que a las monarquías moderadas.
Jordania y Arabia Saudita.
Jordania, que en muchos aspectos se asemeja a Marruecos, podría encontrar también una salida pacífica. El rey Hussein no ha avanzado tanto como Mohamed VI, pero se observan indicadores según los cuales también este monarca comienza a reconocer los signos de los nuevos tiempos.
Para Arabia Saudita lo anterior es inaplicable. Allí la casa real gobierna en forma absoluta y en estrecha simbiosis con la élite religiosa ultraconservadora. Existe muy poco espacio para las transformaciones, porque cualquier asomo de nuevas libertades ciudadanas se estrellan automáticamente contra la coraza del estado, que se considera como el único y verdadero depositario de la comunidad islámica.
Bahrein.
Bahrein es un pequeño grupo de islas en el Golfo Pérsico. Desde mediados de esta semana el ejército, con blindados, disparó sobre manifestantes en las calles de Manama, la capital. El gobierno decretó el estado de excepción por tres meses. Pero aquí el conflicto tiene otros componentes: la línea de separación entre sunitas y shiitas. La casta gobernante es sunita, pero dos tercios de la población es shiita, que no solamente se siente discriminada, sino que conforma la mayoría en el movimiento opositor. El gobierno pidió ayuda a Arabia Saudita, también sunita, la que inmediatamente envió soldados. Irán, la primera potencia shiita, reaccionó con ira y amenazas, buscando incrementar su escasa influencia en el área. En Irak, el polémico líder shiita Muktada al-Sadr se solidarizó con la oposición de Bahrein e instó a sus seguidores en Basora y Bagdad a manifestarse contra Arabia Saudita, donde los shiitas sólo esperan la ocasión para generar una revuelta.
Si el conflicto de las animosidades religiosas en Bahrein no es controlado y se extiende hacia toda la región, se podría perder las esperanzas del desarrollo de la primavera democrática árabe que se inició en Túnez y Egipto.
El envío de soldados de Arabia Saudita hacia Bahrein sugiere, que la administración de Obama está perdiendo influencia sobre aquellos sectores conflictivos en la región. Su apoyo hacia cambios democráticos en la región se encuentra en un evidente curso de colisión en el Medio Oriente con Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y otras monarquías conservadoras tradicionales del Golfo Pérsico.
El asunto de Bahrein es el punto de discordia más notorio entre Estados Unidos y Arabia Saudita en décadas, que de mantenerse, podría significar un cambio fundamental en la política. Ciertamente, la administración de Obama está alterando viejos compromisos de los Estados Unidos con el status quo en el Golfo, en la creencia de que los cambios en Bahrein, así como en Túnez, Egipto y Libia son tanto inevitables como deseables. No se le puede decir a los califas y reyes que, simplemente, se marchen. Habría que sopesar la posibilidad de que pudieran acudir hacia el este, hacia China, India y Turquía como fuentes alternas de asistencia. Esto lo sabe Estados Unidos y desea evitarlo.
La lucha es dura. Los tiranos responden con toda la fuerza. Contra su propia gente. ¿Por cuánto tiempo?
(*) Tal vez cuando este texto aparezca publicado ya habrá habido alguna intervención militar aérea acordada por la ONU, para detener la masacre y defender a la población civil.
eotaizav@gmail.com
Yemen.
República islámica de régimen presidencialista, en el papel; una dictadura en la realidad. Se encuentra al sur de la Península Arábica, al sur de Arabia Saudita. Tiene una superficie de más de medio millón de kilómetros cuadrados y algo más de 24 millones de habitantes. La mayor parte de la población es sunita. Es considerada como la nación más pobre de Arabia.
El presidente de Yemen, Ali Abdullah Salih, con más de veinte años en el poder, respondió duramente a los manifestantes en las calles de Sanaa, la capital, a mediados de esta semana. Desde los techos se disparó, a los propios ciudadanos, causando al menos unos 150 heridos. Heridos y muertos hubo en días anteriores también en otras ciudades del país. La señal es clara: cuáles reformas se pueden hacer y cuándo, solamente lo decide el presidente. Los manifestantes deben ser reducidos por la fuerza. Requiere coraje y es peligroso ir por las calles. Según informaciones de agencias de noticias, alrededor de diez mil seguidores del presidente atacaron, esta semana, a unos cuatro mil manifestantes con palos y cuchillos. El gobierno no desea informes de prensa que vayan al exterior, por lo cual periodistas extranjeros fueron expulsados del país. Los manifestantes desean empleo y salir de la obscena pobreza, que oscila entre 42% y 59%. El hambre es una constante. Un tercio de la población no se alimenta adecuadamente. El agua es escasa, lo que convierte a Yemen en la única nación en la cual pueda agotarse este recurso en el mediano plazo.
Los manifestantes recuerdan las escenas y sucesos de Túnez y Egipto, que les sirven de motivación para su protesta.
El presidente ha ofrecido modificar la Constitución y otorgar más derechos al parlamento. Nunca ha hecho reformas. Pero no renuncia. Lo expresa con frecuencia.
Los Estados Unidos son cautelosos, pues consideran a Yemen como un aliado importante en la lucha contra al-Qaeda, que agita en esta nación y donde se siente seguro. Gran parte de los detenidos en Guantánamo son de procedencia yemenita, a pesar de lo cual el presidente Salih fue recibido en 2004 por el presidente Bush, en la Casa Blanca.
Marruecos.
Se encuentra en el extremo occidental del norte de África. Una monarquía constitucional en el papel, pero de hecho una monarquía absoluta. Estable y adinerada. Atrapada también en la atmósfera de la primavera árabe. Hasta ahora, las manifestaciones de sus habitantes han sido pacíficas.
Mohamed VI, el monarca, anunció a la población, por radio y televisión, que ya no sería él quien nombraría al Primer Ministro, sino la fracción más numerosa del Parlamento. Se consagraría la independencia de los poderes y la independencia de la justicia y se garantizaría la observación de los derechos humanos. Una comisión, nombrada por el monarca, formularía estas decisiones para ser incorporadas a la Constitución en un lapso hasta junio de 2011. Al final se convocaría un referendo.
Son anuncios notables que han sorprendido a la oposición, la cual habla ya de una revolución por mandato.
El monarca se encuentra en una situación relativamente cómoda. En su mandato de once años reformó cautelosamente la constitución, como en el asunto de los derechos de la mujer. Pero la juventud parece no estar más contenta que la que aquélla de Túnez. Muchos ciudadanos ven al monarca como garante de la unidad de la nación y no como un cleptócrata, tal es el caso del presidente de Yemen. Los observadores internacionales indican, que la oposición pondrá a prueba sus propuestas con benevolencia y seguirá su adecuada puesta en práctica. Obviamente, no se excluye nuevas protestas, pero parece ser que la oposición está dada a negociar en un espacio prometedor.
De esta manera, el monarca podría salirse de la línea de fuego, lo que parece confirmar lo que algunos analistas ya habían previsto: que la primavera árabe puede barrer más fácilmente a las dictaduras camufladas como repúblicas presidencialistas, que a las monarquías moderadas.
Jordania y Arabia Saudita.
Jordania, que en muchos aspectos se asemeja a Marruecos, podría encontrar también una salida pacífica. El rey Hussein no ha avanzado tanto como Mohamed VI, pero se observan indicadores según los cuales también este monarca comienza a reconocer los signos de los nuevos tiempos.
Para Arabia Saudita lo anterior es inaplicable. Allí la casa real gobierna en forma absoluta y en estrecha simbiosis con la élite religiosa ultraconservadora. Existe muy poco espacio para las transformaciones, porque cualquier asomo de nuevas libertades ciudadanas se estrellan automáticamente contra la coraza del estado, que se considera como el único y verdadero depositario de la comunidad islámica.
Bahrein.
Bahrein es un pequeño grupo de islas en el Golfo Pérsico. Desde mediados de esta semana el ejército, con blindados, disparó sobre manifestantes en las calles de Manama, la capital. El gobierno decretó el estado de excepción por tres meses. Pero aquí el conflicto tiene otros componentes: la línea de separación entre sunitas y shiitas. La casta gobernante es sunita, pero dos tercios de la población es shiita, que no solamente se siente discriminada, sino que conforma la mayoría en el movimiento opositor. El gobierno pidió ayuda a Arabia Saudita, también sunita, la que inmediatamente envió soldados. Irán, la primera potencia shiita, reaccionó con ira y amenazas, buscando incrementar su escasa influencia en el área. En Irak, el polémico líder shiita Muktada al-Sadr se solidarizó con la oposición de Bahrein e instó a sus seguidores en Basora y Bagdad a manifestarse contra Arabia Saudita, donde los shiitas sólo esperan la ocasión para generar una revuelta.
Si el conflicto de las animosidades religiosas en Bahrein no es controlado y se extiende hacia toda la región, se podría perder las esperanzas del desarrollo de la primavera democrática árabe que se inició en Túnez y Egipto.
El envío de soldados de Arabia Saudita hacia Bahrein sugiere, que la administración de Obama está perdiendo influencia sobre aquellos sectores conflictivos en la región. Su apoyo hacia cambios democráticos en la región se encuentra en un evidente curso de colisión en el Medio Oriente con Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y otras monarquías conservadoras tradicionales del Golfo Pérsico.
El asunto de Bahrein es el punto de discordia más notorio entre Estados Unidos y Arabia Saudita en décadas, que de mantenerse, podría significar un cambio fundamental en la política. Ciertamente, la administración de Obama está alterando viejos compromisos de los Estados Unidos con el status quo en el Golfo, en la creencia de que los cambios en Bahrein, así como en Túnez, Egipto y Libia son tanto inevitables como deseables. No se le puede decir a los califas y reyes que, simplemente, se marchen. Habría que sopesar la posibilidad de que pudieran acudir hacia el este, hacia China, India y Turquía como fuentes alternas de asistencia. Esto lo sabe Estados Unidos y desea evitarlo.
La lucha es dura. Los tiranos responden con toda la fuerza. Contra su propia gente. ¿Por cuánto tiempo?
(*) Tal vez cuando este texto aparezca publicado ya habrá habido alguna intervención militar aérea acordada por la ONU, para detener la masacre y defender a la población civil.
eotaizav@gmail.com
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