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Por: Patricia Lee
Confusión o complicidad, duda o cobardía, prudencia o compromiso, son algunas de las palabras para intentar describir la política de la Unión Europea y Estados Unidos hacia Libia. Mientras el dictador Muamar el Gadafi avanza en su contraofensiva retomando ciudades, los líderes occidentales deshojan la margarita, indecisos.
El viernes, la Unión Europea demandó de manera unánime la salida de Gadafi y consideró como un interlocutor político al Consejo Nacional de Transición (CNT), el gobierno formado por opositores con sede en Bengasi, la capital rebelde de Libia.
El Consejo Europeo apoyó la acción del CNT y anunció que estudiará “todas las opciones” para proteger a la población civil, a condición de que haya una base jurídica “clara”. Pero esa declaración está muy lejos de legitimar al gobierno de oposición, y muy lejos de frenar al dictador en su respuesta represiva.
Lo cierto es que Europa está totalmente dividida sobre la conducta a seguir con el tirano que, hasta hace poco, era el socio de moda de los principales países del Viejo Continente.
Hasta ahora, la decisión más audaz fue la del presidente francés, Nicolás Sarkozy, quien no sólo se reunió con los representantes del CNT en el
Palacio del Eliseo, sino que reconoció al Gobierno rebelde como legítimo, suscitando una oleada de críticas y de reacciones adversas.
“El Presidente francés se volvió loco”, tituló el periódico alemán Berliner Zeitung. “Parece que quiere derribar al dictador libio solo. Hace unos meses, le hubiera vendido centrales nucleares y ahora dirige la caza contra Gadafi. Un combate hombre a hombre”, ironizó el diario.
El canciller inglés, William Hague, a su vez, dijo que Gran Bretaña solo reconoce Estados y no grupos particulares.
Hasta ahora, la principal propuesta en discusión es la creación de una zona de exclusión de vuelo, impulsada por Francia y Gran Bretaña y que es apoyada por EE.UU. Pero Alemania Italia y Grecia se pronunciaron en contra. “No queremos ser arrastrados a una guerra en África del Norte”, dijo el ministro de Asuntos Exteriores alemán, Guido Westerwelle.
Los miedos
Los temores occidentales son políticos y económicos. Los líderes de las principales potencias están evaluando la capacidad de los rebeldes de sostenerse y de avanzar, ahora que la fuerza de Gadafi empieza a hacerlos retroceder.
James Clapper, director de Inteligencia de Estados Unidos, dijo que la superioridad militar de Gadafi significa que “su régimen prevalecerá” a largo plazo. Esa declaración es un golpe para la política del presidente Obama, que pretende sacudirse la imagen de indecisión durante los sucesos de Egipto, y dar una imagen de mayor interés en el caso libio.
La segunda cuestión, es que las capitales occidentales son reacias a reconocer a un gobierno en el cual no confían. “Los gobiernos occidentales están muy temerosos de apoyar al nuevo consejo, porque no están seguros de a quién representa”, dice la revista The Economist.
El CNT ha buscado presentar una imagen de unidad, diciendo que representa a todas las federaciones tribales y grupos étnicos, incluyendo los bereberes y los tuaregs. Pero hay dos alas: los liberales, dirigidos por abogados de Bengasi, que empezaron la protesta, y los sectores más ligados al régimen, encabezados por Mustafa Abdel Jalil, el ex ministro de Justicia de Gadafi, que tiene apoyo entre los islamistas y las tribus. Mientras los abogados quieren procesar a Gadafi, Abdel Jalil quiere garantizarle inmunidad.
Las dudas occidentales se ven reflejadas en las declaraciones del senador republicano Lindsey Gram, quien señaló: “Me encantaría poder entregar armas a las fuerzas de oposición en Libia, pero no sé quiénes son ni a qué apuestan”.
El otro temor es el efecto que ese reconocimiento pueda causar en otros países árabes aliados, como Arabia Saudita, Yemen o los países el Golfo Pérsico, donde las protestas están asediando a los gobiernos autoritarios.
La irresolución de Occidente puede estar alimentando los mismos problemas que pretenden limitar, pues a medida que Gadafi avance en su contraofensiva, es más probable que los grupos partidarios de la Jihad o Guerra Santa, se fortalezcan. Esta es, por otra parte, la propaganda que hace Gadafi.
Poderoso caballero es don dinero
El otro factor, decisivo, son las relaciones económicas entre Gadafi y los principales países europeos. Pese a las sanciones impuestas por la ONU, hasta ahora, los millones de dólares del petróleo, siguen fluyendo hacia Gadafi.
Los ingresos por la exportación de un millón de barriles diarios entre la última semana de febrero y los primeros días de marzo totalizaron US$770 millones, cifra más que suficiente para continuar pagando los servicios de los mercenarios africanos y de sus cuerpos de seguridad.
Si bien la Unión Europea congeló el viernes los fondos de la Autoridad de Inversión Libia por US$70.000 millones, y EE.UU. congeló otros miles de millones más, Gadafi ha podido juntar suficiente dinero para pagar a sus tropas, y como las resoluciones de la ONU y la Otan no incluyen el embargo petrolero, el dictador seguirá disponiendo de recursos.
Italia, Alemania, Francia y Gran Bretaña venden el 80% de las armas que compra Libia. El principal socio comercial del país es Italia y el segundo es Alemania.
En Gran Bretaña, el director de la London School of Economics renunció por haber recibido dinero de Gadafi, que a su vez tenía acciones en la casa editorial del famoso periódico Financial Times.
Cesare Geronzi, uno de los más importantes jefes de las finanzas italianas, resumió el peso de Gadafi en la economía del país diciendo que “no he conocido nunca socios mejores que los libios”. Tal será el peso de Libia - Gadafi es el quinto inversor individual en Italia-, que la Bolsa de Milán no abrió sus puertas al comienzo de la revuelta por el temor a una caída en picada de los títulos de grandes empresas.
China y Turquía, que han recibido la mayor parte de contratos de obras en Libia, se comportan con la misma timidez. Turquía ha demorado hasta hoy la llegada de un barco con asistencia humanitaria, pues de continuar Gadafi, puede perder estos jugosos negocios.
América Latina
Es notable el silencio o el claro apoyo a Gadafi de los presidentes latinoamericanos. “Cuba, junto con Venezuela y Nicaragua, son los tres países de América Latina que apoyan a Gadafi. En ello coinciden dos factores: por un lado las simpatías ideológicas, dado que el dictador libio fue considerado un símbolo de la lucha antiimperialista y en especial de la hostilidad hacia los EE.UU. El segundo es el temor de regímenes autoritarios a que el efecto imitación que está generando esta rebelión llegue a sus sociedades. Se trata del mismo temor que hoy está sintiendo el régimen chino”, dijo Rosendo Fraga, del Centro para la Nueva Mayoría en Buenos Aires.
“Entre Castro y Gadafi ha existido una verdadera alianza estratégica a lo largo de los últimos 42 años, cimentada en la hostilidad hacia los EEUU”, agregó.
Por su parte, Chávez “ha asumido su defensa con tanto o más vigor que Fidel. El Presidente venezolano quizás sea el líder mundial que más sigue respaldando al dictador libio”, dice.
Dilema moral
Para el historiador italiano Sergio Romano, autor de un libro sobre Libia, “estamos ante un problema ético. Todo lo que están diciendo ahora es retórica vacía. Giulio Andreotti lo explicó con mucha gracia una vez: ‘Desgraciadamente, no podemos elegir a los vecinos de casa’. Si tienes un vecino, debes llevarte con él lo mejor posible”.
El timorato comportamiento de Europa y Washington está enviando dos mensajes subliminales al mundo árabe: que no hagan más revoluciones porque tendrán el mismo destino que la de Libia, y que no harán nada para acelerar la caída de un dictador. La primavera revolucionaria del mundo árabe juega, en la arena del desierto libio, una batalla decisiva.
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