Pueblo en Línea
Periódico digital en español con noticias de actualidad sobre China
Los rumores sobre la salida del avión “invisible” chino, también denominado el “destructor de portaaviones,” ha estado acaparando titulares en la prensa de EEUU.Las relaciones sino-estadounidenses, que parecieron descongelarse un tanto al llegar el nuevo año, vuelven a darse de bruces con otro muro con este acontecicmiento.
Hay numerosas paredes interpuestas entre ambas potencias. Hay quienes parecen dispuestos a indicarles modos de soslayar tales obstáculos, mientras otros procuran empujarlas hacia un callejón sin salida.
Resulta natural, como también ilógico, por partes iguales, que EEUU se preocupe de que China desarrolle nuevas armas. La mayoría de las potencias experimentan el prurito de mantener su superioridad de modo indefinido.
China está creciendo aceleradamente, lo cual incide en la disminución inevitable de la ventaja militar que EEUU mantiene con respecto a ella.
Sean o no ciertas las informaciones publicadas, de lo que sí no queda duda es de que, a largo plazo, China poseerá armas de primera clase, capaces de competir con la maquinaria bélica estadounidense, lo cual no significa, necesariamente, que China atacará a EEUU.
La alharaca generada en la prensa norteamericana refleja la sorpresa generalizada por los progresos que ha alcanzado China en la esfera castrense. Esta brecha entre expectativa y realidad resulta peligrosa para las relaciones bilaterales y es merecedora de atención, tanto en Beijing como en Washington.
Algunos incluso intentan estimar hasta qué punto podrá EEUU tolerar el desarrollo de China, especialmente en la esfera militar. Si China sobrepasara este umbral teórico, calculan estos pensadores, sería más fácil entonces aquilatar los peligros derivados de sus empeños modernizadores.
Al parecer, EEUU no está preparado para lidiar con una superpotencia china. No puede aceptar el hecho de tarde o temprano el país asiático estará en posesión de armamentos de primera clase. En Washington se aferran demasiado a la vieja estructura de poderes, como parte de la cual China y otros países en vías de desarrollo han recibido un trato injusto por muy largo tiempo.
Algunos diseñadores de políticas de EEUU prefieren confiar en el papel de sus portaaviones en el Pacífico occidental, como si estos navíos pudieran evitar el despegue del gigante dormido.
En lo adelante, China enfrentará un dilema. Al elevar su voz en ciertas tribunas internacionales, se arriesgará a ser etiquetada como agresiva, o impositiva en exceso. Pero China no puede renunciar a sus derechos fundamentales.
Será un procedimiento doloroso. Habrá muchas discusiones sobre el creciente poderío militar de China, que podrán tornarse incluso en protestas y críticas. China no debe sorprenderse por estos acontecimientos.
Al igual que van tomando su curso nuestras crecientes fricciones con los países occidentales, así deberán aclimatarse a nuestro despegue las viejas potencias al uso
Los rumores sobre la salida del avión “invisible” chino, también denominado el “destructor de portaaviones,” ha estado acaparando titulares en la prensa de EEUU.Las relaciones sino-estadounidenses, que parecieron descongelarse un tanto al llegar el nuevo año, vuelven a darse de bruces con otro muro con este acontecicmiento.
Hay numerosas paredes interpuestas entre ambas potencias. Hay quienes parecen dispuestos a indicarles modos de soslayar tales obstáculos, mientras otros procuran empujarlas hacia un callejón sin salida.
Resulta natural, como también ilógico, por partes iguales, que EEUU se preocupe de que China desarrolle nuevas armas. La mayoría de las potencias experimentan el prurito de mantener su superioridad de modo indefinido.
China está creciendo aceleradamente, lo cual incide en la disminución inevitable de la ventaja militar que EEUU mantiene con respecto a ella.
Sean o no ciertas las informaciones publicadas, de lo que sí no queda duda es de que, a largo plazo, China poseerá armas de primera clase, capaces de competir con la maquinaria bélica estadounidense, lo cual no significa, necesariamente, que China atacará a EEUU.
La alharaca generada en la prensa norteamericana refleja la sorpresa generalizada por los progresos que ha alcanzado China en la esfera castrense. Esta brecha entre expectativa y realidad resulta peligrosa para las relaciones bilaterales y es merecedora de atención, tanto en Beijing como en Washington.
Algunos incluso intentan estimar hasta qué punto podrá EEUU tolerar el desarrollo de China, especialmente en la esfera militar. Si China sobrepasara este umbral teórico, calculan estos pensadores, sería más fácil entonces aquilatar los peligros derivados de sus empeños modernizadores.
Al parecer, EEUU no está preparado para lidiar con una superpotencia china. No puede aceptar el hecho de tarde o temprano el país asiático estará en posesión de armamentos de primera clase. En Washington se aferran demasiado a la vieja estructura de poderes, como parte de la cual China y otros países en vías de desarrollo han recibido un trato injusto por muy largo tiempo.
Algunos diseñadores de políticas de EEUU prefieren confiar en el papel de sus portaaviones en el Pacífico occidental, como si estos navíos pudieran evitar el despegue del gigante dormido.
En lo adelante, China enfrentará un dilema. Al elevar su voz en ciertas tribunas internacionales, se arriesgará a ser etiquetada como agresiva, o impositiva en exceso. Pero China no puede renunciar a sus derechos fundamentales.
Será un procedimiento doloroso. Habrá muchas discusiones sobre el creciente poderío militar de China, que podrán tornarse incluso en protestas y críticas. China no debe sorprenderse por estos acontecimientos.
Al igual que van tomando su curso nuestras crecientes fricciones con los países occidentales, así deberán aclimatarse a nuestro despegue las viejas potencias al uso
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