MIRADAS EL SUR
Por Walter Goobar
wgoobar@miradasalsur.com
La corrupción rampante en el gobierno sostenido por Estados Unidos ha convertido a Afganistán en un narcoestado con ramificaciones al más alto nivel político. De hecho, recientes investigaciones periodísticas han señalado al propio hermano del presidente Hamid Karzai como uno de los mayores traficantes de droga del país. Cierto o no, la heroína es el negocio que mantiene en el poder a los “señores de la guerra” –apadrinados por la CIA y el Ejército estadounidense–, que están involucrados en el tráfico de drogas como ya lo estuvieron en el Triángulo de Oro durante la Guerra de Vietnam en los años ’70.
El opio, la sustancia natural de la que se obtiene la heroína, es el producto nacional de Afganistán, que suministra el 90 por ciento de esta droga que se consume en el mundo. La actual epidemia mundial de consumo de heroína, que comenzó a fines de la década de 1980, ya ha dado lugar a la aparición de 5 millones de toxicómanos en Paquistán, de más de 2 millones de adictos en Rusia, de 800.000 en Estados Unidos y de más de 15 millones a escala mundial, entre ellos un millón en el propio Afganistán.
Desde la caída del régimen talibán, en diciembre de 2001, la producción de opio se ha multiplicado por 33, ya que los integristas islámicos redujeron el tradicional cultivo de amapolas a sus niveles más bajos.
Tras nueve años de ocupación extranjera, el Estado afgano de Hamid Karzai es un narcoestado corrupto, que obliga a los afganos a pagar sobornos del orden de los 2.500 millones de dólares al año, cifra equivalente a la cuarta parte de la economía del país, y el dinero de la droga se encuentra principalmente en el sistema financiero de Estados Unidos. La creciente implicancia de la CIA y su responsabilidad en el tráfico mundial de droga es un tema tabú en los círculos políticos, campañas electorales y medios masivos de difusión.
Hace un mes, The New York Times reveló que la CIA y la DEA utilizaron durante años a uno de los mayores narcotraficantes afganos como informante. Hasta mediados de diciembre, el afgano Haji Juma Khan sólo era conocido por ser uno de los mayores señores de la droga en Afganistán. En 2008, este narco afgano, que ayudó a mantener vivos a los talibanes con armas y dinero, fue detenido y llevado a Nueva York para enfrentarse a los cargos de narcoterrorismo.
Lo que no se sabía hasta ahora, es que Juma Khan fue durante mucho tiempo un informante que facilitó a la CIA y a la DEA datos sobre los propios talibanes, la corrupción en el gobierno afgano y otros traficantes de drogas. Los agentes de estas dos agencias estadounidenses le pagaron una gran cantidad de dinero por sus servicios.
Durante ese tiempo como espía de Washington, el narco consiguió convertirse en el amo de la droga en Afganistán. En 2006, los agentes de la CIA y la DEA lo llevaron secretamente a un hotel en Washington donde facilitó información a cambio de una condición de agente que implicaba cierta inmunidad.
La relación del gobierno norteamericano con Haji Juma Khan ilustra cómo la guerra contra el terrorismo y la lucha contra el narcotráfico suelen chocar, sobre todo en Afganistán, donde el tráfico, la insurgencia y el gobierno son realidades que se solapan muchas veces. Por todo ello, la guerra en Afganistán está muy marcada por una perversa paradoja: la información que la CIA y la DEA han obtenido de los narcotraficantes ha servido para luchar contra los talibanes, pero al mismo tiempo ha ayudado a que Afganistán se convierta en un narcoestado.
El profesor canadiense Peter Dale Scott y su colega estadounidense, el historiador Alfred McCoy, son dos académicos que han investigado la responsabilidad de la CIA en el tráfico de droga dentro de las zonas donde se desarrollan las guerras estadounidenses. McCoy escribe que “el opio surgió como fuerza estratégica en el medio político afgano durante la guerra secreta de la CIA contra los soviéticos” y agrega que esa guerra “fue el catalizador que transformó la frontera paquistano-afgana en la más importante región productora del mundo”.
La Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Onudc) estima que el total de ingresos provenientes del comercio del opio y la heroína se sitúa entre los 2.800 millones y los 3.400 millones de dólares. En 2006, un informe del Banco Mundial afirmaba que “al más alto nivel, 25 o 30 grandes traficantes, la mayoría con bases en el sur de Afganistán, controlan las transacciones y los envíos más importantes, trabajando estrechamente con apoyo de personas que ocupan posiciones políticas y gubernamentales al más alto nivel”.
En una conferencia desarrollada en Kabul este mes, el jefe del servicio federal antinarcóticos de Rusia estimó el monto actual del cultivo de opio en Afganistán en 65.000 millones de dólares. Solamente 500 millones van a los cultivadores afganos, 300 millones a los talibanes y los 64.000 millones restantes van a la “mafia de la droga”, en un país cuyo PBI es de sólo 10.000 millones de dólares. Según la Onudc, sólo entre un 5 y un 6% de esos 65.000 millones de dólares, o sea entre 2 800 y 3.400 millones, se quedan en Afganistán.
No existen pruebas de que el dinero de la droga que han embolsado los traficantes aliados de la CIA haya alimentado las cuentas bancarias de la inteligencia norteamericana o las de sus oficiales, pero la CIA ha sacado provecho indirectamente del tráfico de droga y ha desarrollado con el paso de los años una estrecha relación con ese comercio. La guerra secreta de la CIA en Laos fue un caso extremo. Durante ese conflicto, la agencia de espionaje hizo la guerra utilizando como principales aliados al Ejército Real laosiano del general Ouane Rattikone y el Ejército Hmong del general Vang Pao, ambos financiados en gran parte por la droga.
Antonio Maria Costa, jefe de la Onudc, ha declarado que “el dinero de la droga, que representa miles de millones de dólares, ha permitido al sistema financiero mantenerse en el punto culminante de la crisis financiera”. Según Observer de Londres, Costa declaró haber visto pruebas de que los ingresos del crimen organizado eran “el único capital de inversión líquido” disponible en ciertos bancos en el momento del crac financiero.
Afirmó que el sistema económico absorbió la mayoría de los 352.000 millones de dólares de ganancias vinculadas a la droga. Costa declaró que agencias de inteligencia y fiscales le presentaron, hace alrededor de 18 meses, las pruebas que demuestran que el sistema financiero absorbió el dinero ilegal. “En muchos casos, el dinero de la droga era el único capital de inversión líquido.
Por Walter Goobar
wgoobar@miradasalsur.com
La corrupción rampante en el gobierno sostenido por Estados Unidos ha convertido a Afganistán en un narcoestado con ramificaciones al más alto nivel político. De hecho, recientes investigaciones periodísticas han señalado al propio hermano del presidente Hamid Karzai como uno de los mayores traficantes de droga del país. Cierto o no, la heroína es el negocio que mantiene en el poder a los “señores de la guerra” –apadrinados por la CIA y el Ejército estadounidense–, que están involucrados en el tráfico de drogas como ya lo estuvieron en el Triángulo de Oro durante la Guerra de Vietnam en los años ’70.
El opio, la sustancia natural de la que se obtiene la heroína, es el producto nacional de Afganistán, que suministra el 90 por ciento de esta droga que se consume en el mundo. La actual epidemia mundial de consumo de heroína, que comenzó a fines de la década de 1980, ya ha dado lugar a la aparición de 5 millones de toxicómanos en Paquistán, de más de 2 millones de adictos en Rusia, de 800.000 en Estados Unidos y de más de 15 millones a escala mundial, entre ellos un millón en el propio Afganistán.
Desde la caída del régimen talibán, en diciembre de 2001, la producción de opio se ha multiplicado por 33, ya que los integristas islámicos redujeron el tradicional cultivo de amapolas a sus niveles más bajos.
Tras nueve años de ocupación extranjera, el Estado afgano de Hamid Karzai es un narcoestado corrupto, que obliga a los afganos a pagar sobornos del orden de los 2.500 millones de dólares al año, cifra equivalente a la cuarta parte de la economía del país, y el dinero de la droga se encuentra principalmente en el sistema financiero de Estados Unidos. La creciente implicancia de la CIA y su responsabilidad en el tráfico mundial de droga es un tema tabú en los círculos políticos, campañas electorales y medios masivos de difusión.
Hace un mes, The New York Times reveló que la CIA y la DEA utilizaron durante años a uno de los mayores narcotraficantes afganos como informante. Hasta mediados de diciembre, el afgano Haji Juma Khan sólo era conocido por ser uno de los mayores señores de la droga en Afganistán. En 2008, este narco afgano, que ayudó a mantener vivos a los talibanes con armas y dinero, fue detenido y llevado a Nueva York para enfrentarse a los cargos de narcoterrorismo.
Lo que no se sabía hasta ahora, es que Juma Khan fue durante mucho tiempo un informante que facilitó a la CIA y a la DEA datos sobre los propios talibanes, la corrupción en el gobierno afgano y otros traficantes de drogas. Los agentes de estas dos agencias estadounidenses le pagaron una gran cantidad de dinero por sus servicios.
Durante ese tiempo como espía de Washington, el narco consiguió convertirse en el amo de la droga en Afganistán. En 2006, los agentes de la CIA y la DEA lo llevaron secretamente a un hotel en Washington donde facilitó información a cambio de una condición de agente que implicaba cierta inmunidad.
La relación del gobierno norteamericano con Haji Juma Khan ilustra cómo la guerra contra el terrorismo y la lucha contra el narcotráfico suelen chocar, sobre todo en Afganistán, donde el tráfico, la insurgencia y el gobierno son realidades que se solapan muchas veces. Por todo ello, la guerra en Afganistán está muy marcada por una perversa paradoja: la información que la CIA y la DEA han obtenido de los narcotraficantes ha servido para luchar contra los talibanes, pero al mismo tiempo ha ayudado a que Afganistán se convierta en un narcoestado.
El profesor canadiense Peter Dale Scott y su colega estadounidense, el historiador Alfred McCoy, son dos académicos que han investigado la responsabilidad de la CIA en el tráfico de droga dentro de las zonas donde se desarrollan las guerras estadounidenses. McCoy escribe que “el opio surgió como fuerza estratégica en el medio político afgano durante la guerra secreta de la CIA contra los soviéticos” y agrega que esa guerra “fue el catalizador que transformó la frontera paquistano-afgana en la más importante región productora del mundo”.
La Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Onudc) estima que el total de ingresos provenientes del comercio del opio y la heroína se sitúa entre los 2.800 millones y los 3.400 millones de dólares. En 2006, un informe del Banco Mundial afirmaba que “al más alto nivel, 25 o 30 grandes traficantes, la mayoría con bases en el sur de Afganistán, controlan las transacciones y los envíos más importantes, trabajando estrechamente con apoyo de personas que ocupan posiciones políticas y gubernamentales al más alto nivel”.
En una conferencia desarrollada en Kabul este mes, el jefe del servicio federal antinarcóticos de Rusia estimó el monto actual del cultivo de opio en Afganistán en 65.000 millones de dólares. Solamente 500 millones van a los cultivadores afganos, 300 millones a los talibanes y los 64.000 millones restantes van a la “mafia de la droga”, en un país cuyo PBI es de sólo 10.000 millones de dólares. Según la Onudc, sólo entre un 5 y un 6% de esos 65.000 millones de dólares, o sea entre 2 800 y 3.400 millones, se quedan en Afganistán.
No existen pruebas de que el dinero de la droga que han embolsado los traficantes aliados de la CIA haya alimentado las cuentas bancarias de la inteligencia norteamericana o las de sus oficiales, pero la CIA ha sacado provecho indirectamente del tráfico de droga y ha desarrollado con el paso de los años una estrecha relación con ese comercio. La guerra secreta de la CIA en Laos fue un caso extremo. Durante ese conflicto, la agencia de espionaje hizo la guerra utilizando como principales aliados al Ejército Real laosiano del general Ouane Rattikone y el Ejército Hmong del general Vang Pao, ambos financiados en gran parte por la droga.
Antonio Maria Costa, jefe de la Onudc, ha declarado que “el dinero de la droga, que representa miles de millones de dólares, ha permitido al sistema financiero mantenerse en el punto culminante de la crisis financiera”. Según Observer de Londres, Costa declaró haber visto pruebas de que los ingresos del crimen organizado eran “el único capital de inversión líquido” disponible en ciertos bancos en el momento del crac financiero.
Afirmó que el sistema económico absorbió la mayoría de los 352.000 millones de dólares de ganancias vinculadas a la droga. Costa declaró que agencias de inteligencia y fiscales le presentaron, hace alrededor de 18 meses, las pruebas que demuestran que el sistema financiero absorbió el dinero ilegal. “En muchos casos, el dinero de la droga era el único capital de inversión líquido.
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