La reunión de este año de la Asamblea Popular Nacional de China, máximo órgano legislativo del país, fue una de las más importantes en tiempos recientes. China enfrenta el entorno externo más hostil en décadas, ahora que cada vez más países le cuestionan la represión política y la diplomacia coercitiva. Y la necesidad de reformular el modelo de desarrollo económico es más urgente que nunca. Aunque la dirigencia china evite cualquier mención de la «trampa de los ingresos medios», es evidente que está decidida a no caer en ella.
Para responder a los
desafíos que le aguardan, China ha cifrado sus esperanzas en el 14.º Plan
Quinquenal que se aprobó oficialmente en la reunión antedicha, y que busca
mantener a China en el camino hacia su gran objetivo a largo plazo (también
reafirmado en la asamblea) de convertirse en un «país socialista moderno» (con
un nivel de ingreso per cápita comparable a la OCDE) de aquí a 2035.
Aunque la expresión
«plan quinquenal» puede sonar a metas de producción y cuotas de carbón, acero o
cereales, hace más de veinte años que China no publica un documento de esas
características. En algo más de 140 páginas, el 14.º Plan Quinquenal expone una
amplia variedad de objetivos y metas de carácter económico, social, tecnológico
y ambiental, pensados para guiar la actuación de gobiernos de nivel local, empresas,
instituciones y ciudadanos.
Esto incluye, claro
está, metas de producción de cereal, pero sólo en el contexto de una estrategia
mucho más amplia, en la que se da cada vez más importancia al vínculo entre la
economía y la seguridad nacional.
El presidente chino Xi
Jinping considera que la seguridad nacional no depende solamente de tener un
ejército moderno (que China planea crear a lo largo de la próxima década) y
«estabilidad social» interna (un tema central del liderazgo de Xi). También se
necesitan acciones en áreas como la producción de alimentos, los recursos
naturales, el comercio, las cadenas de suministro y la tecnología.
Por eso el nuevo plan
quinquenal incluye metas vinculantes no sólo en lo referido al gasto militar,
sino también en cuanto a producción de granos, inversión en investigación y
desarrollo, y crecimiento del sector digital. Además, fija ambiciosos objetivos
de liderazgo chino en sectores de avanzada como inteligencia artificial,
computación cuántica, semiconductores, neurociencia, genética y exploración
espacial, marina y polar.
En cuanto al
medioambiente, el Plan incluye metas vinculantes respecto de la reducción de
emisiones de CO2 y la intensidad de energía por unidad de
producción. Pero son insuficientes, lo que hace dudar de la capacidad de China
para cumplir el compromiso previamente anunciado de detener y revertir el
crecimiento de las emisiones de gases de efecto invernadero a partir de 2030 y
lograr la emisión neta nula en 2060.
Por primera vez en la
historia el plan quinquenal no incluye una meta de crecimiento del PIB para el
período. En vez de eso, el gobierno se compromete a mantener un crecimiento
anual «razonable y adecuado» (lo que para el primer ministro Li Keqiang
significa «por encima de 6%» en 2021) y agrega una serie de metas no
vinculantes referidas a otras variables económicas.
China se concentrará
en implementar una «estrategia de doble circulación», consistente en reducir la
dependencia de la demanda externa y aumentar la autonomía. Aunque esto no
implique restar jerarquía a las exportaciones, el gobierno reforzará la
sustitución de importaciones y adoptará medidas de protección de las cadenas de
suministro, sobre todo allí donde haya una participación importante de empresas
estadounidenses. En particular, los planes de China incluyen estimular el
consumo interno de los bienes que produce. Es indudable que la preocupación por
la seguridad nacional ha tenido un papel central en la definición de esta
estrategia.
Hay otras áreas
cruciales donde el gobierno chino también tiene planes de reforma, pero en
muchos casos carecen de credibilidad. Por ejemplo, las autoridades quieren
impulsar una revitalización rural y resolver los problemas de desigualdad, pero
no se han comprometido a implementar intervenciones cruciales como la
redistribución de ingresos y riqueza, la reforma impositiva y la modernización
del fragmentado y muy deficiente sistema de seguridad social chino, que
obstaculiza la movilidad de la mano de obra. Además, el plan no dice nada sobre
la apertura de las industrias de servicios.
Un factor de
desigualdad que el gobierno de China sí planea enfrentar es el sistema de
registro de residencia «hukou», que ata a las personas a sus localidades
de origen y a menudo impide a los trabajadores migrantes acceder a educación,
atención médica y otros servicios sociales. El nuevo plan quinquenal busca
abolir o aliviar restricciones en las ciudades pequeñas y medianas, y crear un
sistema de puntos en las ciudades grandes.
Pero los elevados
costos y una fuerte resistencia obstaculizaron los pasados intentos de reforma
del sistema hukou (muchas veces se eliminaron restricciones
para poner en su lugar otras nuevas). Hay que ver si esta vez sucederá lo
mismo.
El gobierno de China
también quiere alentar una «tasa de natalidad adecuada» para resolver el riesgo
de desaceleración económica derivado del envejecimiento poblacional. Y hay
propuestas para una suba gradual de la edad legal de retiro, que hoy es baja.
Ambas reformas son muy necesarias; pero los planes actuales para su
implementación no son suficientemente detallados.
Finalmente, el
gobierno de China dará alta prioridad a su estrategia de ciencia y tecnología
mediante un programa de 1,4 billones de dólares para darle al país autonomía en
el área de las tecnologías avanzadas. Para ello es esencial la provisión de
semiconductores, ya que son el núcleo de esas tecnologías.
Pero la situación
actual de China en la materia no es buena. Hoy la producción nacional es capaz
de satisfacer apenas el 16% de la demanda interna de chips (por lo general
de nivel básico) y el país gasta más por las importaciones de
semiconductores que por las de crudo. Esto es motivo de preocupación creciente
en China frente a la campaña de presión económica liderada por Estados Unidos,
que incluye sanciones, controles a las exportaciones y vigilancia de las
inversiones.
El problema de China
es que a pesar de ser el principal fabricante del mundo, tiene debilidades en
una serie de áreas clave, por ejemplo componentes básicos, materiales y
tecnologías avanzadas. Como señaló a principios de
este mes el ex ministro chino de industria y tecnología de la información Miao
Wei, estas debilidades implican que al país todavía le faltan al menos 30 años
para llegar a ser una «gran potencia» industrial.
El progreso hacia la
provisión autónoma de semiconductores será una importante prueba de la
capacidad de China para alcanzar sus objetivos generales. Y el éxito en este
sentido dependerá en gran medida de que la dirigencia sea capaz de reconocer
los límites de un modelo basado en el autoritarismo, el dirigismo y el control
social. Estas modalidades, componentes centrales del estilo de gobierno de Xi,
sirvieron para controlar la crisis de la COVID‑19. Pero ante el avance de la
economía digital y basada en la información, el único camino para un país con
el nivel de desarrollo de China pasa por la transparencia, la apertura y la
flexibilidad institucional.
Traducción: Esteban Flamini
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