Luis Enrique Benavides/Foreign Affairs Latinoamerica
Muchos interesados en las relaciones internacionales coinciden en que ha habido una respuesta mundial estrepitosa ante la pandemia de covid-19, en vista de que la mayoría de los países han preferido adoptar decisiones sanitarias estrictamente nacionales y cortoplacistas, mientras que otros, como es el caso de las grandes potencias, continúan estimulando la competencia entre sí. De manera irracional han convertido al campo de la salud pública en un “teatro de la guerra” al permitir que diversos jefes de Estado revelen su comportamiento agresivo, que algunos gobiernos actúen represivamente, y que la incertidumbre y la desconfianza predominen a nivel mundial. Incluso, de forma colateral, han incitado aún más la deslegitimación de diversos organismos internacionales.
En tal sentido, algunos han tendido a culpabilizar en concreto a dichas organizaciones por el alcance mundial que ha tenido el covid-19 hasta la fecha, llegando al punto de cuestionar su razón de existir. A mi juicio, eso constituye una opinión precipitada, ya que la actual crisis representa una de las consecuencias –tal vez la más grave hasta el momento– del posicionamiento de los hiperliderazgos, de acuerdo con las dinámicas visualizadas en el sistema internacional desde la década de 2010.
La ruta hacia la gobernanza global
Parecería que la historia ha lanzado una advertencia sobre el impacto negativo que ocasionan los hiperliderazgos al sincronizar el centenario del final de la pandemia de influenza AH1N1 (conocida peyorativamente como “gripe española”) y del 75 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial, con la crisis actual. A pesar de los esfuerzos colectivos que realizaron los últimos imperios coloniales a principios del siglo XX para enfrentar dichas crisis, como las intermitentes Conferencias Sanitarias Internacionales (entre 1851 y 1938), o las creaciones de la Oficina Internacional de Higiene Pública (1907) y la Sociedad de las Naciones (1919), no fueron suficientes. Los resultados de ambas pueden considerarse “proporcionales” ante la ausencia de un sistema de gobernanza sólido que hubiese impedido que los países acabaran actuando de manera atomizada.
Como medidas de respuesta, los países vencedores de la Segunda Guerra Mundial, conscientes que no podían permitir que se repitieran los estragos de tales crisis, decidieron crear la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en 1945, y a su propia agencia en materia de salud pública, la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 1948. Si bien, dichas organizaciones no han podido librarse de la controversia desde el momento de su fundación, e incluso les ha tocado desenvolverse en medio de situaciones complejas como la Guerra Fría, la amenaza nuclear o las cruzadas militares de las grandes potencias, han logrado desempeñar, en mayor o menor medida, sus mandatos originales.
Los resultados del multilateralismo
En relación con los resultados estratégicos globales del multilateralismo, se destaca la consolidación de una agenda global integral e inclusiva por parte del sistema de la ONU que ha abarcado temas más allá de la paz y la seguridad internacionales (las adopciones del Acuerdo de París sobre cambio climático de 2015; la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, el Plan de Acción Integral Conjunto, el Pacto Mundial sobre Migración Segura, Ordenada y Regular de 2018, así como el Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio III que, pese a haber sido bilateral, fue acompañado por la Oficina de Asuntos de Desarme de las Naciones Unidas como garante del sistema mundial de control de armas). Con respecto a sus resultados operativos mundiales, se destaca el papel intermediador del Secretario General para desincentivar una nueva conflagración mundial, garantizar un sistema mundial de control de armas y consolidar múltiples procesos de pacificación; así como el papel de la OMS para liderar los esfuerzos contra las crisis de viruela, polio, malaria, tuberculosos, VIH/sida, SARS, AH1N1 y ébola, y de otras enfermedades no transmisibles a lo largo de 7 décadas.
En cuanto a los resultados regionales, vale la pena resaltar aquellos que han sido alcanzados por los regionalismos tras el final de la Guerra Fría. La Unión Europea ha permitido a sus países miembros participar de manera conjunta –y por ende mejor– en la economía internacional e incidir aún más en la política internacional mediante la diplomacia y la ayuda oficial. La Unión Africana ha promovido la acción conjunta entre sus países miembros y el trazo de una agenda común fijando como meta 2063. La Asociación de Naciones del Sudeste Asiático ha contribuido a que sus países miembros accionen en conjunto para obtener beneficios indirectos del proceso de desplazamiento del centro del poder económico mundial hacia el Lejano Oriente. Por su parte, el Sistema de la Integración Centroamericana ha consolidado una línea de confianza mínima –pero efectiva– que garantiza la estabilidad regional en una Centroamérica acostumbrada a ser un “polvorín” geopolítico.
Su relevancia radica en que fueron alcanzados por la mayoría de países bajo un contexto predominado por desafíos emergentes como la Primavera Árabe, la expansión del terrorismo en la regiones del Medio Oriente, el Norte de África y del Sahel, la maximización del poder militar de China, la India y Rusia en sus regiones adyacentes, las amenazas nucleares iraní y norcoreana, las crisis migratorias en el mediterráneo y en la frontera sur de Estados Unidos y, sin dejar atrás, los efectos arrastrantes de la crisis económica de 2008.
Una respuesta conservadora contra el poder establecido y la hiperglobalización
A pesar de esos resultados, el impacto colateral de los últimos desafíos y la cronicidad de otros fenómenos, como la desigualdad y la corrupción, ocasionaron una pérdida acelerada de la confianza pública en los países occidentales que cuentan con las economías más dinámicas. Dicha situación fue capitalizada por personajes vinculados con las élites conservadoras, como Sebastian Kurz, Donald Trump y Jair Bolsonaro, y por otros con mayor recorrido político, como Viktor Orbán, Matteo Salvini, Boris Johnson, Geert Wilders y Marine Le Pen, para posicionarse como los nuevos referentes políticos contra el poder establecido y la hiperglobalización (de la que se venían beneficiando en mayor parte las élites liberales de las potencias occidentales; las potencias regionales como China, la India y Rusia, y los regionalismos), y ocasionar así una fractura en la democracia liberal y en el orden internacional vigente.
Tabla 1. La política pública y la acción exterior de los hiperlíderes
En términos generales, los hiperlíderes se han situado en la zona gris de la democracia por medio de la maximización del conflicto social, apoyándose de un discurso y retórica de odio contra el “otro”, que les ha permitido atraer y tejer una base electoral desbordante. En esencia, su manera de gestionar la política pública se basa en una estrategia de interacción informal y permanente con la ciudadanía respaldándose en el uso de las nuevas tecnologías; la revitalización del nacionalismo mediante la remilitarización, la exaltación de los simbolismos y la politización de la fe, así como en el pragmatismo y la inmediatez en la toma de decisiones, que en ocasiones raya con la ilegalidad y el populismo. Cabe mencionar que, dicho fenómeno también ha sido replicado de forma parcial en países hispanohablantes como Argentina, El Salvador, España y México, desde la celebración del último superciclo electoral.
A nivel internacional, los hiperlíderes han inducido a sus países al aislamiento político y al neoproteccionismo económico, así como a una resecuritización progresiva de la agenda global que ha venido a obstaculizar las pretensiones de las potencias emergentes para concretizar una transición uni-multipolar. Los elementos comunes de su acción exterior giran en torno a la competición en los sectores comercial, tecnológico, armamentístico o aeroespacial; el retiro de sus países de los grandes acuerdos en materia de seguridad internacional, órganos subsidiarios y agencias especializadas, la declinación a participar en la negociación de nuevos acuerdos, las exigencias para incrementar el presupuesto de alianzas militares, la obstaculización a instancias judiciales internacionales, la intensificación de los asuntos entre países amigos, y el distanciamiento con los regionalismos.
El recrudecimiento de las críticas contra las organizaciones multilaterales
Uno de los momentos recientes más álgidos para el multilateralismo fue la celebración de la 74° Asamblea General de la ONU, en la que se visualizó a un presidente Donald Trump airoso (tras sus primeros dos discursos fallidos) que dirigía un mensaje de poder: “El futuro no le pertenece a los globalistas, el futuro le pertenece a los patriotas”, mientras obtenía éxito en sus temas de interés (Irán, Venezuela y la libertad de religión) en detrimento de los temas que venían siendo consensuados por el resto de los países. En efecto, su idea y las posiciones de otros hiperlíderes latinoamericanos, junto con el estallido de la pandemia 3 meses después, terminaron por recrudecer las críticas en contra de las grandes organizaciones.
Dichas críticas suelen enfatizar la falta de “asertividad” de las organizaciones mencionadas a la hora de intervenir en las crisis y su falta de “independencia” frente a países que poseen formas de gobierno no democráticas, concretamente las potencias del hemisferio oriental. Por su parte, diversos profesionistas opinan que su labor tiende a “ralentizarse” más con el paso de tiempo y auguran su fracaso inmediato, tal como ocurrió con las primeras organizaciones del siglo XX. Incluso, algunos estudiosos insisten en categorizarlas como elefantes blancos porque aseguran que cuentan con infraestructura, presupuestos y personal “excesivos” en comparación con sus resultados visibles (sobre todo a los regionalismos latinoamericanos). Todas esas críticas son comprensibles; sin embargo, terminan ajustándose al dilema sempiterno entre las expectativas ciudadanas contra los resultados asequibles de dichas organizaciones.
Ante ese dilema es importante recordar con vehemencia que las organizaciones multilaterales están supeditadas al interés nacional de cada país, y este último condicionado aún más por la personalidad de los hiperlíderes. Las dinámicas recientes han evidenciado que el fenómeno de los hiperliderazgos ha tendido a entorpecer de manera irracional y constante los procedimientos formales para la gestión de la política exterior y los procesos multilaterales de reflexión que se han venido impulsando a la fecha, ocasionando así un deterioro de la imagen de sus países y la confusión tanto en las cancillerías como en las grandes organizaciones acerca de las aspiraciones que persiguen los gobiernos en turno. En razón de eso, se debe esclarecer que la efectividad del multilateralismo, sobre todo en tiempos de crisis, se vuelve proporcional a la priorización que reciba dentro de una política exterior clara y racional.
La crisis actual como una nueva ventana de oportunidades
A pesar de que el contexto actual se percibe como sombrío y desesperanzador, aún hay motivos para recuperar la confianza en el multilateralismo. Actualmente existe un abanico de opiniones sobre cómo se puede propiciar una mayor certidumbre a escala mundial. Mientras autores celebres como John Mearsheimer promueven el establecimiento del equilibrio de alta mar junto con Stephen Walt, quien también estima necesario repensar un nuevo orden basado en el equilibrio de poder; hay otros, como Robert Kehoane, que reconocen el debilitamiento del orden actual pero defienden la realización de reformas funcionales y no estructurales. En esa misma línea –aunque sea sorpresivo para algunos seguidores de los principales enfoques de las Relaciones Internacionales–, dos colosos como Henry Kissinger y el recién fallecido Zbigniew Brzezinski han realizado llamados, por medio de sus últimos textos, a favor de la cooperación internacional.
De forma convergente, el funcionariado de diversas organizaciones está consciente que, en la actualidad, se requiere que los países negocien y adopten medidas políticas y sanitarias inclusivas (que garanticen el respeto a los derechos humanos, la transparencia en la información oficial, la creación de mecanismos de anticipación estratégica, la aplicación de protocolos de bioseguridad trasfronterizos y el acceso universal a una eventual vacuna); medidas económicas conjuntas (que persigan el trato preferencial, la condonación de la deuda o la creación de nuevos fondos comunes), medidas comerciales coordinadas (que garanticen las cadenas productivas y de suministro) y medidas de cooperación eficaces (que agilicen la recepción de ayuda humanitaria y que estimulen el intercambio de experiencias y la transferencia de tecnología médica), con las cuales se evite la repetición de los grandes estragos del siglo XX.
En virtud de ese “espaldarazo” intelectual y técnico a favor del multilateralismo, considero apremiante que las organizaciones de la sociedad civil, los gobiernos subnacionales y la ciudadanía en general (ejerciendo la inteligencia colectiva) incidan políticamente para que los gobiernos encabezados por hiperlíderes –particularmente en la región– prioricen una vez más la acción conjunta, apoyándose de las organizaciones de las que ya forman parte, con el propósito de gestionar una mayor y mejor respuesta ante la pandemia. Asimismo, para que reconsideren la ampliación de la autonomía de tales organizaciones –apostando por sus procesos de reflexión, brindándoles mayor margen de maniobra y financiación, y exigiéndoles simultáneamente mejores mecanismos de transparencia y rendición de cuentas– a fin de revitalizar el multilateralismo y potenciar la cooperación internacional durante este tiempo de ausencia de un liderazgo global sólido.
LUIS ENRIQUE BENAVIDES SIGÜENZA es licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad de El Salvador (UES) y maestrando en Criminología en la Universidad Tecnológica de El Salvador (UTEC). Actualmente es empleado regional de la Secretaría General del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA), teniendo experiencia en organismos de la sociedad civil y municipalidades. Sígalo en Twitter en @lenriquesv.
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