Miguel A. Murado
Las zonas de exclusión aérea tienen un pasado poco halagüeño. Cuando se hizo el experimento por primera vez, en el Irak inmediatamente posterior a la guerra del Golfo, tuvieron dos efectos indeseados: en el sur no se logró impedir la matanza de chiíes porque Sadam no utilizaba aviones sino helicópteros, más difíciles de detectar.
En el norte, donde los masacrados eran los kurdos, la medida funcionó mejor, entre otras cosas porque las montañas complicaban las operaciones de los helicópteros. Pero el resultado fue la secesión de facto del Kurdistán, que dura hasta hoy. En Bosnia el resultado fue menos alentador: la guerra, a base de milicias y masacres, no necesitaba del poder aéreo para causar destrucción. Sin ninguna medida adicional y, sobre todo, sin una clara voluntad de dar la victoria a uno de los dos bandos, la exclusión aérea quizás no sirvió más que para prolongar la guerra.
Esta nueva resolución 1973 sobre Libia es algo muy distinto. La exclusión aérea es aquí solo un señuelo. La clave de la cuestión está en la frase que autoriza a emplear «todas las medidas necesarias» para garantizar la seguridad de «los civiles», que aquí hay que entender por «los sublevados». Con la única condición de no desplegar tropas de tierra, estamos ante un permiso prácticamente ilimitado para hacer la guerra. De lo que se trata es de impedir que Gadafi derrote a los rebeldes y, para ello, las fuerzas de la coalición que se formen podrán atacar al Ejército gubernamental desde el aire, use o no el coronel su renqueante fuerza aérea, que, de todas maneras, no estaba jugando un papel decisivo en la remontada del dictador.
Gadafi, naturalmente, lo entendió de inmediato, y por eso decretó un alto el fuego, pero de nada le servirá. Si logra controlar sus impulsos y respetarlo, los rebeldes se encargarán de forzarle a violarlo, y nadie se lo tendrá en cuenta a ellos. Una vez puesta en marcha la maquinaria de la costosísima guerra moderna, pararla sale demasiado caro. Lo único que podría frenar la intervención sería una negociación que implicase la marcha de Gadafi, lo que no parece posible. Aunque, tratándose de quien se trata, uno tiene que estar abierto a las sorpresas. Por lo tanto, y salvo gestión diplomática imprevista, antes de 48 horas estaremos participando en la guerra civil libia.
No será una batalla difícil. Aunque Moratinos alabase la «alta preparación» del Ejército libio en un desfile que presenció en Trípoli no hace mucho, las fuerzas de la Yamahiriyya no son rival para los aviones británicos y franceses, que conocen además perfectamente a su enemigo (al fin y al cabo, son quienes vendieron a Gadafi los aviones y el armamento que utiliza). Porque es sobre Francia y Gran Bretaña que, casi seguramente, va a recaer el protagonismo esta vez, y no tanto en Estados Unidos. La Casa Blanca teme verse envuelta en un nuevo Irak, además de tener aliados en Bahréin y Yemen que están en plena temporada de represión.
El cálculo de Londres y París es distinto: piensan que, después de haberle atacado tanto públicamente, si Gadafi conserva el poder, será incontrolable (la última vez, se vengó haciendo saltar en pedazos un avión de pasajeros sobre Escocia). Es él, en definitiva, y no sus aviones, lo que quieren excluir de Libia.
«Salvo gestión diplomática imprevista, antes de 48 horas estaremos participando en la guerra civil libia»
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