EDUARDO S. MOLANO / CORRESPONSAL EN NAIROBI
Histórico aliado de Occidente en su cruzada contra el terrorismo islamista, ayer el régimen yemení volvió a demostrar su rostro más feroz. Poco después de finalizar el rezo de los viernes, francotiradores progubernamentales abrieron fuego contra los manifestantes que reclamaban, en la capital del país, Saná, la salida del Gobierno del presidente, Ali Abdullah Saleh, en el poder desde hace 32 años. Al menos 46 personas fallecieron, entre ellas algún niño, y 200 resultaron heridas, víctimas de los disparos.
Los disturbios comenzaron cuando los opositores —en su mayoría bajo la bandera del partido Al Islah (La Reforma)— intentaron demoler un muro que impedía el acceso a la plaza del Cambio, icono de las protestas yemeníes y que se encuentra en los alrededores de la Universidad de Saná.
Según denunciaba la emisora qatarí Al Yasira, la mayoría de las víctimas sufría heridas de bala en el cuello o en la cabeza, por lo que los francotiradores habrían «disparado a matar». Sin embargo, en una declaración televisada, el mandatario yemení negó la implicación de las fuerzas de seguridad en el tiroteo y aseguró que, entre los manifestantes, había elementos armados.
«La Policía no se encontraba presente en el lugar de los hechos, por lo que no pudo abrir fuego contra los manifestantes. Los enfrentamientos tan solo son disturbios entre ciudadanos de a pie y opositores», aseguró Saleh, quien decretó el estado de emergencia nada más producirse los hechos.
Vecino de la volátil Arabia Saudí, las muertes de ayer en Yemen marcan un incremento cualitativo de las protestas callejeras iniciadas a finales del pasado mes de enero, sobre todo dado el interés geopolítico del país. Como señala a ABC Daveed Gartenstein-Ross, analista de la Foundation for Defense of Democracies, «el poder central del Estado yemení se encuentra en serio declive, no tanto por su represión contra la disidencia, sino por la crisis económica que sufre el país».
En la actualidad, una tercera parte de los yemeníes sufre desnutrición crónica, el 40 por ciento vive con menos de dos dólares al día, mientras que la tasa de desempleo se acerca al 35 por ciento. Por ello, y ante tales cifras, para Gartenstein-Ross «el mandatario yemení —considerado uno de los principales aliados de la Administración Obama en su lucha contra el islamismo radical— ha disminuido de forma palpable sus redes económicas de patronazgo debilitándole, incluso, dentro de su propio clan tribal: el Sanhan».
Y es precisamente en esta huida a la desesperada donde Saleh podría encontrarse con más piedras en el camino. A comienzos del mes de febrero, el mandatario declaró que no ampliaría su mandato y congelaría las reformas constitucionales encaminadas a garantizar su perpetuidad en el Gobierno. De igual modo, anunció un aumento salarial para las fuerzas armadas, en una medida encaminada a asegurar su lealtad.
Recelo
Sin embargo, esta declaración de intenciones pronto ha despertado el recelo de buena parte de las figuras opositoras. Y no parecen ir mal encaminadas. En la actualidad, la Constitución yemení, enmendada ya en dos ocasiones desde la unificación del país en 1990, tan solo permite al presidente presentarse para dos legislaturas. Pese a ello, aunque Saleh no acuda a los comicios, la mayor parte de las carteras ministeriales estarían asumidas por familiares: sus sobrinos Amar, Yahye y Tarek controlan, respectivamente, la oficina de Seguridad, la unidad de Contraterrorismo y la guardia presidencial.
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