domingo, 29 de mayo de 2011

La receta del Dr. K. para China




Por Niall Ferguson

La secretaria de estado de EE. UU., Hillary Clinton, piensa que el Gobierno chino está "asustado" por la primavera árabe. "Están preocupados —dijo en la revista Atlantic—, y tratan de detener la historia, lo cual es una tontería. No pueden hacerlo".

Éstas son palabras —desaforadas, inmoderadas, poco diplomáticas, y muy probablemente contraproducentes— que uno nunca podría imaginar en boca de su predecesor Henry Kissinger.

Pasaron 40 años desde que Kissinger realizó su misión secreta a China, para preparar el terreno de la histórica visita del presidente, Richard Nixon, el siguiente año. Desde entonces, visitó ese país más de 50 veces. Y si hay algo que aprendió es esto: la verdadera tontería consiste en presionar a los chinos.

Mucho cambió en el mundo desde el primer viaje de Kissinger a China (en 1971, ¿quién se habría atrevido a pronosticar que el enemigo público número 1 de EE. UU. sería un fundamentalista islámico de origen saudí que se ocultaba en un complejo habitacional amurallado en Pakistán?). Pero hay al menos dos cosas en la política exterior estadounidense que permanecen constantes: la relación con China continental, reavivada por Kissinger después de más de 20 años en el freezer, y Kissinger mismo, consultado de manera formal o informal por todos los presidentes, desde John F. Kennedy hasta Barack Obama. On China (Sobre China), el nuevo libro de Kissinger, es un recordatorio de por qué los líderes estadounidenses todavía desean consultarlo. A los 88 años sigue sin tener ningún rival como pensador estratégico.

La apertura hacia China es una historia que Kissinger ha contado antes: cómo él y Nixon habían percibido que el país podía convertirse en un contrapeso estratégico para la ex Unión Soviética; cómo voló en secreto a China después de fingir una enfermedad en Pakistán; cómo él y el primer ministro Zhou Enlai negociaron la base diplomática para la visita oficial de Nixon. El resultado fue, según sus propias palabras, "una cuasi alianza", que, aunque fue concebida inicialmente para contener a la Unión Soviética, terminó por sobrevivir a la Guerra Fría.

Sin embargo, en esta narración, Kissinger puede aprovechar las investigaciones recientes que esclarecen la versión china de la historia. La apertura estadounidense hacia China también fue una apertura de China hacia EE. UU., accionada, sobre todo, por el temor al aislamiento de Mao Zedong. "Piense en esto", dijo Mao a su médico en 1969: "Tenemos a la Unión Soviética al norte y al oeste, India al sur y Japón al este. Si todos nuestros enemigos se unieran, atacándonos al norte, al sur, al este y al oeste, ¿qué cree usted que deberíamos hacer?". El médico no tenía ni idea. "Piénselo de nuevo", dijo Mao. "Más allá de Japón está EE. UU. ¿Acaso nuestros antepasados no aconsejaron negociar con países distantes mientras luchaban con aquellos que se encontraban más cerca?". Para analizar la alternativa estadounidense, Mao hizo volver del exilio a cuatro mariscales del Ejército. Ya se producían escaramuzas entre el ejército soviético y el chino en el río Ussuri. En octubre de 1970, Mao ordenó a los líderes de alto rango de China que evacuaran Beijing y puso al Ejército Popular de Liberación en "preparación de combate de primer grado". Los riesgos para China eran muy altos —más altos que para EE. UU.

Como lo muestra Kissinger, no era raro que Mao hiciera referencia a "la sabiduría de nuestros antepasados". A pesar de su compromiso de toda la vida con el marxismo-leninismo, Mao también estaba muy familiarizado con los clásicos de la civilización china, al igual que sus consejeros más cercanos. "Podemos consultar el ejemplo del principio rector estratégico de Zhuge Liang —sugirió el mariscal Ye Jian-ying— cuando los tres Estados de Wei, Shu y Wu se enfrentaron entre sí: ‘Aliarse con Wu en el este para oponerse a Wei en el norte’". La alusión, explica Kissinger, se refiere al Romance de los tres reinos, una novela de epopeya del siglo XIV, ambientada en el denominado Período de los Estados Guerreros (475 - 221 a.C.).

Ésta tampoco fue la única ocasión en la que los líderes comunistas de China recurrieron al pasado distante en busca de inspiración. Para ellos, afirma Kissinger, era igualmente importante El arte de la guerra de Sun Tzu, que data del período, aún más temprano, de la Primavera y el Otoño (770-476 a.C.). "El Ejército vencedor/Es primero vencedor/Y después busca la batalla": axiomas como éste alentaron a los estrategas chinos a concebir las relaciones internacionales como el juego de mesa denominado weiqi (conocido en Occidente como go), un "juego de piezas circundantes".

Mao compartía con los líderes prerrevolucionarios de China la idea de que ese país no es como los demás. Con una población que asciende a una quinta parte de la humanidad, es Zhongguo: el Reino Medio o, quizás con mayor exactitud, el "País Central". En ocasiones, incluso podía parecer Tian xia: "Todo lo que existe bajo el cielo". La mejor política extranjera para tal imperio fue "dejar que los bárbaros luchen contra los bárbaros". Si eso fallaba, entonces el más fuerte de los bárbaros debía ser adoptado y civilizado (como ocurrió con los manchúes).

"Dominante y abrumador... despiadado y distante, poeta y guerrero, profeta y azote" —el verdadero héroe de Mao no era Lenin sino el tiránico quemador de libros "primer emperador", Qin Shi Huang, que unió a China en 221 a.C.—. De forma similar, muestra Kissinger, la generación actual de líderes chinos está inspirada en las enseñanzas de Kong Fu Zi (conocido en Occidente como Confucio). Su objetivo, afirma, no es la dominación del mundo, sino el da tong: la "gran armonía".

Esto nos lleva al meollo de la cuestión. En 1971, cuando Kissinger visitó China por primera vez, la economía estadounidense equivalía a aproximadamente cinco veces la de la República Popular. Cuarenta años después, como consecuencia de la revolución industrial desencadenada por Deng Xiaoping, el sucesor de Mao, es concebible que China pueda superar a EE. UU. en una década. Esta es una hazaña que la Unión Soviética nunca estuvo ni siquiera cerca de lograr. Además, China es actualmente el mayor poseedor de bonos del Tesoro estadounidense, que conforman una parte importante de sus vastas reservas internacionales, con un valor de US$ 3 billones. La manera en que China usará su poder económico recién descubierto podría ser la cuestión más importante de estos tiempos. Pocos estadounidenses están mejor preparados para responder esa pregunta que Kissinger, que trató con cuatro generaciones de líderes chinos.

Las reflexiones más profundas de On China son psicológicas. Conciernen a las diferencias culturales fundamentales entre una élite china que puede mirar atrás más de dos milenios para encontrar inspiración y una élite estadounidense cuyo marco de referencia histórico es de poco más de dos siglos. Esto se volvió más evidente después de junio de 1989, cuando los estadounidenses renunciaron al uso de la fuerza militar para terminar con las manifestaciones a favor de la democracia en la plaza de Tiananmen.


En opinión de Kissinger, fue doblemente ingenuo responder a estas medidas represivas con sanciones: "Los conceptos occidentales de los derechos humanos y las libertades individuales podrían no ser directamente traducibles... para una civilización que durante milenios ha estado organizada alrededor de conceptos diferentes. Asimismo, el miedo tradicional de los chinos hacia el caos político tampoco puede ser descartado como un factor irrelevante y anacrónico que sólo necesita ser ‘corregido’ por el progresismo occidental".

Como Jiang Zemin, el primer líder angloparlante de China, explicó a Kissinger en 1991: "Nunca nos sometemos bajo presión... Es un principio filosófico".

EE. UU. y China fueron a la guerra en Corea debido a otra diferencia cultural. Para los estadounidenses, fue una sorpresa que Mao ordenara la intervención china porque las probabilidades militares parecían muy desfavorables. Sin embargo, afirma Kissinger, su "fuerza motivadora consistía menos en infligir un primer golpe militar decisivo que en cambiar el equilibrio psicológico, no tanto para derrotar al enemigo sino para modificar su cálculo de los riesgos".


Mao era un maestro de la antigua Estratagema de la Ciudad Vacía, que busca ocultar la debilidad con una muestra de confianza, e incluso de agresión. Para los occidentales, su insistencia en que no temía un ataque nuclear parecía trastornada o, en el mejor de los casos, insensible ("Podríamos perder a más de 300 millones de personas. ¿Y qué? La guerra es la guerra. Los años pasarán, y produciremos más bebés que nunca"). Pero ésta era la clásica bravata china, o "disuasión ofensiva".

"Los negociadores chinos", señala Kissinger en un pasaje que debería ser asimilado profundamente no sólo por los diplomáticos estadounidenses, sino también por los hombres de negocios de ese país antes de aterrizar en Beijing, "usan la diplomacia para tejer elementos políticos, militares y psicológicos en un diseño estratégico general". En contraste, la diplomacia estadounidense "prefiere en general... ser ‘flexible’; siente la obligación de romper los puntos muertos con nuevas propuestas —suscitando involuntariamente nuevos puntos muertos para extraer nuevas propuestas". Podíamos aprender un par de cosas de los chinos, insinúa Kissinger, particularmente el concepto de shi de Sun Tzu, que representa la "energía potencial" del panorama estratégico en conjunto.


La tendencia occidental consiste en tener un programa de 10 puntos diferentes, cada uno de los cuales debe ser abordado por separado. Ellos tienen un plan de juego de gran magnitud. Nosotros siempre tenemos prisa por concluir, y observamos nerviosamente cómo transcurren los minutos. Los chinos valoran la paciencia; como Mao explicó a Kissinger, ellos miden el tiempo en milenios.

Tales diferencias culturales fundamentales pueden suscitar conflictos con China en el futuro, advierte Kissinger: "Cuando la idea china de la prevención tropieza con el concepto occidental de la disuasión, puede generarse un círculo vicioso: los actos concebidos como defensivos en China pueden ser considerados agresivos por el mundo exterior; los movimientos disuasivos de Occidente pueden ser interpretados en China como aislantes. EE. UU. y China lucharon repetidamente con este dilema durante la Guerra Fría; hasta cierto punto, aún no encontraron una manera de trascenderlo".

¿EE. UU. y la República Popular podrían entrar nuevamente en conflicto? No se puede excluir esta posibilidad. Como Kissinger nos recuerda, la guerra se produjo cuando Alemania surgió para desafiar económicamente y geopolíticamente a Gran Bretaña hace 100 años. Además, el factor clave que unió a EE. UU. y China en la década de 1970 —el enemigo común soviético a quienes los chinos llamaban "el oso polar"— desapareció. Las antiguas e insolubles diferencias persisten con respecto a Taiwán y Corea del Norte. Lo que queda es "Chimérica", un matrimonio no muy feliz por conveniencia económica en el que uno de los consortes ahorra todo mientras el otro gasta todo.

En palabras de Kissinger, el surgimiento de China podría "hacer que las relaciones internacionales se vuelvan bipolares otra vez", anunciando una nueva guerra fría (o posiblemente caliente). Escritores nacionalistas como Liu Mingfu, autor de China Dream (El sueño de China), instan a ese país a pasar del "desarrollo pacífico" al "crecimiento militar" y a esperar el "duelo del siglo" con Estados Unidos. También hay gente en Washington —incluyendo, aparentemente y por el momento, al Gobierno de Obama— que disfrutaría de una relación más polémica.

Sin embargo, Kissinger mantiene la esperanza de que las cabezas más frías prevalezcan en Beijing: pensadores como Zheng Bijian, que insta a China a "trascender las formas tradicionales de surgimiento de las grandes potencias" y a "no seguir el sendero de Alemania, que condujo a la Primera Guerra Mundial". En lugar de intentar "organizar Asia basándose en la contención de China o crear un bloque de Estados democráticos para una cruzada ideológica", Estados Unidos haría mejor, sugiere Kissinger, en trabajar con China para construir una nueva "Comunidad del Pacífico".

Hace cuatro décadas, Richard Nixon se dio cuenta antes que la mayoría del enorme potencial de China. "Bien —reflexionó—, uno puede detenerse a pensar qué podría ocurrir si cualquiera con un sistema decente de gobierno lograra controlar ese terreno. Dios mío... No habrá ninguna potencia en el mundo que pudiera igualársele —quiero decir, si ponemos a trabajar a 800 millones de chinos bajo un sistema decente... serán los líderes del mundo". Esa profecía está cumpliéndose.


El hecho de que hasta ahora el surgimiento de China haya constituido un beneficio para EE. UU., en lugar de una maldición, se debe en gran medida al trabajo de Henry Kissinger. Con este libro, dio a sus sucesores una guía indispensable para continuar la "coevolución" sino-estadounidense que él empezó.

Ferguson escribe actualmente una biografía de Henry Kissinger.

No hay comentarios: