miércoles, 27 de abril de 2011

Occidente: El comienzo de una nueva época




IGNACIO SOTELO


Hay acontecimientos que cambian el mundo en un instante. La caída del muro de Berlín aquel 9 de noviembre de 1989 inicia una nueva época.


El fin de las dictaduras de Túnez y Egipto, con las enormes repercusiones en todo el mundo árabe, aún en pleno despliegue, nos había llevado a anunciar el comienzo de una nueva época, cuando el tsunami del pasado 11 de marzo, al dejar dañadas las centrales atómicas de Fukushima, da una fecha precisa al arranque.

La época de la guerra fría duró 44 años, desde 1945 a 1989, y la posterior de una globalización sin un centro hegemónico claramente definido tan solo 22, confirmando que la historia se acelera.


Ahora bien, en 1945 y en 1989 destacaba la confianza en que caminábamos hacia un mundo mejor; hoy, en cambio, se extiende el temor de que vendrán años muy duros. Al menos esta es la visión desde Europa, que seguro no comparten los países emergentes.


La Unión Europea, el último baluarte de nuestra esperanza, incapaz de reaccionar ante tan graves acontecimientos, ha puesto en evidencia una vez más su gran fragilidad. En esta coyuntura, el presidente Sarkozy recupera la presencia internacional de Francia -con el objetivo, no desdeñable, de fortalecer la suya en el interior- interviniendo directamente en la revuelta del mundo árabe y en Japón, que ha sufrido tan grave accidente atómico.

Tan pronto como el Consejo de Seguridad dio luz verde a las operaciones que evitasen una masacre de la población rebelde en Libia, Francia inició por su cuenta un ataque aéreo que dejaba a Estados Unidos sin otra opción que asumir temporalmente la dirección.


La potencia hegemónica occidental no podía ceder su puesto de líder, pero tampoco estaba muy dispuesta a entrar en una guerra, cuando el empeño principal era salir de las dos heredadas. Empero, urgía intervenir, dada la superioridad militar del Gobierno libio, que, además de disponer de la aviación y de las armas pesadas, a un Ejército regular que podría tambalear añadía miles de mercenarios fieles; sobre todo tenía a su favor que en los últimos años Gadafi se había ganado el apoyo de un mundo globalizado, en el que hacer negocios con los opresores parece norma de conducta establecida.

Alemania se abstuvo en el Consejo de Seguridad para no tener que intervenir militarmente, aunque luego se escudase en un apoyo ideal a los aliados. Evitar una matanza no había movilizado a ninguna potencia en Ruanda y en tantos otros países, ¿por qué ahora en Libia?, ¿acaso por el petróleo? Muchos han aplaudido la intervención, pese a hacerse estas preguntas, porque, fueran los que fueren los motivos, ha evitado hasta ahora una matanza, y más vale una vez que nunca.


Lo grave de la posición alemana es que ha disuelto el eje franco-alemán, cierto, cuando ya hay señales inequívocas de que se está implantando uno franco-británico de mayor solera. No solo otra vez se ha puesto de manifiesto que la Unión Europea carece de una política exterior y de defensa, sino que una vez que se ha quedado sin enemigo y sin un ámbito geográfico de actuación, la OTAN tampoco sabe cuál es su papel, interviniendo desde Afganistán a Libia.

Sarkozy ha sido también el primer jefe de Estado en visitar un Japón que lucha contra un accidente nuclear de tanto o mayor alcance que el de Chernóbil. Quiere mostrar al mundo que Francia, el primer país en la utilización de la energía nuclear, está dispuesta a enarbolar la bandera de su defensa. Aunque comprensiblemente haya aumentado la presión popular por acabar con una fuente de energía con riesgos que no cabe racionalmente asumir, pasados los primeros meses de desconcierto, cuando el problema se haya resuelto, las altas inversiones que se han hecho nos obligarán a pasar por el aro y seguir esperando que el próximo accidente no ocurra antes de 20 años.

La rebelión en el mundo árabe y el accidente nuclear en Japón aseguran que la nueva época comienza con una lucha encarnizada por el predominio de una de las energías actualmente en liza, que traerá consigo, por lo pronto, que el precio de la energía siga subiendo, haciendo mucho más difícil la salida de la crisis.

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