Alberto Piris
05-11-2010
Dos de las antiguas potencias históricas europeas, Francia y el Reino Unido, que además son los únicos países de la Unión Europea poseedores de armas nucleares (y con asiento permanente y derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU), acaban de firmar un acuerdo militar de larga duración.
Causa ciertas dudas el hecho de que un Gobierno tan alejado del europeísmo, como es el de David Cameron, suscriba un compromiso duradero -su validez inicial es de 50 años- con la Francia dirigida por Sarkozy, quien si por un lado se esfuerza por mantener a su país en el eje y el corazón de lo que pueda llegar a ser Europa en el futuro (cuestión que sigue todavía en el aire), por otro lado suele anteponer sin ningún disimulo los intereses franceses a los europeos, por los que no parece sentir demasiado entusiasmo.
A este acuerdo no se ha llegado por vías puramente estratégicas o, dicho de otro modo, por razones político-militares, según los usos de la vieja geopolítica europea. Como comentó un analista del Centro para la Reforma Europea, “Francia y el Reino Unido se enfrentan al dilema de disminuir drásticamente los gastos y mantener a la vez su posición como grandes potencias europeas. Si no desean reducir sus potencialidades, tendrán que ahorrar gastos colaborando entre sí”. A esta razón de raíces económicas conviene añadir el hecho de que Francia se ha ido reintegrando en la estructura militar de la Alianza Atlántica, con lo que se ha reforzado la confianza entre ambos Gobiernos.
Claro está que hubo que obtener la previa aquiescencia de EEUU, sin cuyo visto bueno nada puede hacerse en lo que se refiere a la defensa militar en el teatro europeo. Esto quedó evidente ya a mediados del pasado mes, cuando el Secretario General de la OTAN anunció su beneplácito a un principio de acuerdo sobre el mantenimiento de los misiles nucleares británicos por técnicos franceses. Rasmussen dejó también traslucir la opinión de EEUU al respecto, cuando declaró que las reducciones en el gasto militar de ambos países no deberían llegar al “punto donde no se está cortando solo la grasa, sino el músculo y, finalmente, el hueso”.
El acuerdo abarca un amplio espectro de medidas de cooperación militar entre ambos países. Compartirán el empleo de un grupo naval con portaaviones, estudiarán el modo de organizar un cuerpo expedicionario combinado y desarrollarán infraestructuras comunes para probar armas nucleares, entre otras cosas.
Pronto han salido a la luz algunos reparos. Por parte británica Cameron afirmó, en conferencia conjunta con su homólogo francés, que el acuerdo iba a “reforzar la soberanía británica porque suprimía gastos militares superfluos” y porque “no impedía las intervenciones militares independientes” del Reino Unido, quizá recordando la Guerra de las Malvinas, que tan hondamente ha marcado la conciencia defensiva de los ingleses. Claro está que tenía que guardarse las espaldas ante la oposición de sus propios partidarios, alguno de los cuales ha afirmado que “no es posible una fusión estratégica con un país [Francia] que históricamente ha tenido y ahora sigue teniendo objetivos estratégicos diametralmente opuestos en el escenario mundial”.
Sarkozy, por su parte, aseguró que el acuerdo desmentía a los que critican la falta de visión estratégica europea: “Durante toda mi vida política he defendido un acercamiento entre Londres y París. Ha sido un compromiso permanente desde que entré en política. La soberanía no implica aislamiento. Cuando uno está aislado ya no es soberano, sino vulnerable”. Su entusiasmo por el acuerdo fue evidente: “Esta es una decisión sin precedentes y muestra un nivel de cooperación y confianza entre nuestras dos naciones, único en la Historia”.
Han propiciado también el acuerdo las dificultades del Reino Unido con sus costosos submarinos nucleares, anticuados y que necesitan ser reemplazados. Aparte de las estrecheces económicas, no se entiende la necesidad de tener en patrulla permanente un submarino dotado de armas nucleares. Sobre todo, cuando los analistas de la coalición hoy gobernante en Londres estiman que el mayor riesgo que deben afrontar los ciudadanos británicos es el terrorismo de Al Qaeda y, en segundo plano, los residuos del terrorismo del IRA. Siguen en orden de prioridad los ataques cibernéticos, las catástrofes o riesgos naturales (como una pandemia) y alguna crisis militar que implique a sus ejércitos o a los de sus aliados. La lista incluye también un ataque con armas de destrucción masiva, una guerra civil u otro tipo de inestabilidad que pudieran explotar los terroristas, como sería la agravación de la delincuencia organizada.
Aunque el Parlamento británico ha de confirmar los acuerdos firmados por ambos dirigentes, es segura su aprobación. Sin embargo, es legítimo sospechar que su implementación no ayudará en nada a que el conjunto de la Unión Europea alcance en el futuro cierta autonomía en materias de seguridad y defensa. La diplomacia común europea, recientemente inaugurada, seguirá careciendo del palo que, mal que nos pese, usualmente acompaña a la zanahoria, pues éste seguirá en manos de la OTAN, de EEUU o del nuevo eje franco-británico si llega el caso.
A este acuerdo no se ha llegado por vías puramente estratégicas o, dicho de otro modo, por razones político-militares, según los usos de la vieja geopolítica europea. Como comentó un analista del Centro para la Reforma Europea, “Francia y el Reino Unido se enfrentan al dilema de disminuir drásticamente los gastos y mantener a la vez su posición como grandes potencias europeas. Si no desean reducir sus potencialidades, tendrán que ahorrar gastos colaborando entre sí”. A esta razón de raíces económicas conviene añadir el hecho de que Francia se ha ido reintegrando en la estructura militar de la Alianza Atlántica, con lo que se ha reforzado la confianza entre ambos Gobiernos.
Claro está que hubo que obtener la previa aquiescencia de EEUU, sin cuyo visto bueno nada puede hacerse en lo que se refiere a la defensa militar en el teatro europeo. Esto quedó evidente ya a mediados del pasado mes, cuando el Secretario General de la OTAN anunció su beneplácito a un principio de acuerdo sobre el mantenimiento de los misiles nucleares británicos por técnicos franceses. Rasmussen dejó también traslucir la opinión de EEUU al respecto, cuando declaró que las reducciones en el gasto militar de ambos países no deberían llegar al “punto donde no se está cortando solo la grasa, sino el músculo y, finalmente, el hueso”.
El acuerdo abarca un amplio espectro de medidas de cooperación militar entre ambos países. Compartirán el empleo de un grupo naval con portaaviones, estudiarán el modo de organizar un cuerpo expedicionario combinado y desarrollarán infraestructuras comunes para probar armas nucleares, entre otras cosas.
Pronto han salido a la luz algunos reparos. Por parte británica Cameron afirmó, en conferencia conjunta con su homólogo francés, que el acuerdo iba a “reforzar la soberanía británica porque suprimía gastos militares superfluos” y porque “no impedía las intervenciones militares independientes” del Reino Unido, quizá recordando la Guerra de las Malvinas, que tan hondamente ha marcado la conciencia defensiva de los ingleses. Claro está que tenía que guardarse las espaldas ante la oposición de sus propios partidarios, alguno de los cuales ha afirmado que “no es posible una fusión estratégica con un país [Francia] que históricamente ha tenido y ahora sigue teniendo objetivos estratégicos diametralmente opuestos en el escenario mundial”.
Sarkozy, por su parte, aseguró que el acuerdo desmentía a los que critican la falta de visión estratégica europea: “Durante toda mi vida política he defendido un acercamiento entre Londres y París. Ha sido un compromiso permanente desde que entré en política. La soberanía no implica aislamiento. Cuando uno está aislado ya no es soberano, sino vulnerable”. Su entusiasmo por el acuerdo fue evidente: “Esta es una decisión sin precedentes y muestra un nivel de cooperación y confianza entre nuestras dos naciones, único en la Historia”.
Han propiciado también el acuerdo las dificultades del Reino Unido con sus costosos submarinos nucleares, anticuados y que necesitan ser reemplazados. Aparte de las estrecheces económicas, no se entiende la necesidad de tener en patrulla permanente un submarino dotado de armas nucleares. Sobre todo, cuando los analistas de la coalición hoy gobernante en Londres estiman que el mayor riesgo que deben afrontar los ciudadanos británicos es el terrorismo de Al Qaeda y, en segundo plano, los residuos del terrorismo del IRA. Siguen en orden de prioridad los ataques cibernéticos, las catástrofes o riesgos naturales (como una pandemia) y alguna crisis militar que implique a sus ejércitos o a los de sus aliados. La lista incluye también un ataque con armas de destrucción masiva, una guerra civil u otro tipo de inestabilidad que pudieran explotar los terroristas, como sería la agravación de la delincuencia organizada.
Aunque el Parlamento británico ha de confirmar los acuerdos firmados por ambos dirigentes, es segura su aprobación. Sin embargo, es legítimo sospechar que su implementación no ayudará en nada a que el conjunto de la Unión Europea alcance en el futuro cierta autonomía en materias de seguridad y defensa. La diplomacia común europea, recientemente inaugurada, seguirá careciendo del palo que, mal que nos pese, usualmente acompaña a la zanahoria, pues éste seguirá en manos de la OTAN, de EEUU o del nuevo eje franco-británico si llega el caso.
Alberto Piris
Es General de Artillería en la Reserva y Diplomado de Estado Mayor.
Es General de Artillería en la Reserva y Diplomado de Estado Mayor.
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