Project Syndicate / Joseph Stiglitz
Julia Jackson (madre de Jacob Blake, un joven negro de Kenosha, Wisconsin, que recibió siete tiros por la espalda de la policía) no se equivocó al afirmar: «Estados Unidos es grande cuando nuestra conducta es grande». Lamentablemente, hace cuatro años que el presidente Donald Trump viene llevando a Estados Unidos en la dirección opuesta.
Parece que
cuando enfrente a los votantes el 3 de noviembre, estará en juego la historia
entera del país. Han pasado 160 años desde que Estados Unidos intentó lidiar
con el «pecado original» de la esclavitud. En aquel momento el presidente Abraham
Lincoln advirtió: «Una casa dividida no puede mantenerse en pie». Pero con
Trump, todas las divisiones de Estados Unidos se han acrecentado.
No sorprende
que durante su presidencia los ricos se hayan vuelto más ricos, ya que Trump
tiende a juzgar el desempeño económico general según los resultados de las
bolsas, donde el 10% más rico de los estadounidenses posee el 92% de las acciones. Y mientras las
cotizaciones bursátiles no han dejado de subir, lo mismo ocurrió con el
subempleo y el desempleo. Unos 30 millones de residentes estadounidenses
viven en hogares con insuficiencias alimentarias, y la mayoría de los que
integran la mitad inferior de la distribución de ingresos ganan sueldos de
subsistencia. En un país que ya estaba atravesado por desigualdades cada vez
más profundas, los republicanos de Trump no sólo les
bajaron los impuestos a los multimillonarios y a las
corporaciones sino que también implementaron políticas que llevarán a que la
inmensa mayoría de las personas con ingresos medios deban tributar más.
Como
señaló Martin Luther King hace más de medio siglo, en Estados Unidos la
injusticia racial es inseparable de la injusticia económica. Yo estuve en la
Marcha de Washington, hace 57 años, cuando King pronunció aquel conmovedor
discurso del «I Have a Dream» (yo tengo un sueño) y los
asistentes cantamos «algún día venceremos». Con la ingenuidad de mis veinte
años, no me imaginé que ese algún día quedara tan lejos; que después
de un breve período de progreso, la búsqueda de justicia racial y económica se
paralizaría.
Pero
ya han pasado más de 50 años desde el informe de
la Comisión Kerner sobre los disturbios raciales de 1967, y las disparidades
entre razas apenas se han reducido. La conclusión principal del informe sigue
siendo válida: «nuestra nación va camino de convertirse en dos sociedades, una
negra, una blanca, separadas y desiguales». Pero acaso bajo una presidencia de
Joe Biden, el país pueda finalmente emprender una senda distinta.
Mientras
tanto, la pandemia de COVID‑19 seguirá exponiendo y exacerbando desigualdades
previas. Lejos de ser un patógeno «igualitario», el coronavirus es más
peligroso para quienes ya tienen problemas de salud; y tales personas abundan
en un país que todavía no reconoce el acceso a la atención médica como un
derecho básico. De hecho, la cantidad de estadounidenses sin seguro médico creció varios
millones durante el mandato de Trump, después de una enorme reducción bajo el
presidente Barack Obama; e incluso antes de la pandemia, la expectativa media
de vida con Trump había caído por
debajo del nivel de mediados de la década de 2010.
No
se puede tener una economía sana sin una fuerza laboral sana, y no hace falta
decir que a un país donde la salud de la gente está empeorando le falta mucho
para ser «grande». En enero escribí un artículo en el que señalé el
(previsible) mal desempeño de Trump en materia económica, ya antes de la
pandemia. En vez de reducir el déficit comercial de Estados Unidos, la errada
guerra comercial de Trump lo aumentó más del 12% en sólo tres años. En ese
mismo período se crearon menos
empleos que en los últimos tres años de la administración
Obama. Además, hubo escaso crecimiento, y con señales de ir menguando después
del estímulo transitorio de la rebaja impositiva de 2017, que no generó un
aumento de la inversión, pero llevó el déficit federal por encima del umbral
del billón de dólares.
La
imprudente gobernanza de Trump, avalada por los congresistas republicanos, dejó
al país mal preparado para responder a la primera crisis que se presentara (que
estaba a la vuelta de la esquina). Cuando en 2017 los donantes multimillonarios
de los republicanos y sus aliados corporativos pidieron limosna hubo dinero de
sobra. Pero ahora que las familias, las pequeñas empresas y los servicios
públicos esenciales necesitan ayuda con urgencia, los republicanos dicen que
las arcas están vacías.
Si
el combate a la pandemia es comparable a una movilización bélica, Estados
Unidos ha tenido un comandante que sólo piensa en sí mismo y pone al resto en
riesgo con su rechazo de la ciencia y del saber experto. No extraña que sea uno
de los países que menos han podido controlar la enfermedad y sus consecuencias
económicas. Los estadounidenses están muriendo a un ritmo tres veces mayor a la
tasa mensual de la Segunda Guerra Mundial.
Poco
después del inicio de esta presidencia, el escritor y periodista Michael Lewis advirtió que
la guerra de Trump y sus secuaces contra el «Estado administrativo» dejaría a
Estados Unidos inerme cuando llegara una crisis. Ahora el país no consigue
hacer frente a una pandemia (que era previsible)
y sigue a merced de una crisis climática inminente, una crisis socioeconómica y
una crisis de democracia y justicia racial; por no hablar de las divisiones que
están apareciendo entre las áreas urbanas y las rurales, entre la costa y el
interior, entre jóvenes y viejos.
Trump
atacó dos de los ingredientes esenciales de la grandeza nacional: la
solidaridad social y la confianza pública. Los países que las tienen han podido
controlar la pandemia y sus consecuencias económicas mucho mejor. ¿Cómo puede
pretender ser grande un país que va a la zaga del resto del mundo en estos
temas?
Lo
mejor que puede pasarle ahora a Estados Unidos es una victoria de Biden, cuya
mayor fortaleza es su potencial para reunificar a una población dividida.
Aunque las fracturas que atraviesan el país han crecido demasiado para sanar de
un día para el otro, hay algo de verdad en aquello de que «el tiempo cura todas
las heridas».
Pero
la sanación no sucederá sola. Depende de los estadounidenses abrazar un
proyecto de renovación nacional. Felizmente, hay muchos jóvenes dispuestos a
estar a la altura del desafío. Estados Unidos sólo podrá volver a ser grande si
aprovecha el entusiasmo de esos jóvenes, se mantiene unido y renueva su
dedicación a sus viejos principios y aspiraciones.
Traducción:
Esteban Flamini
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