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Por Alberto Zelada - Columnista
A diferencia de lo que ocurre en otros regímenes parlamentarios europeos, como Italia, Alemania, Portugal o Grecia, el cargo de presidente de la república en Francia está provisto de más amplias competencias de carácter político y es provisto por elección popular directa. Se califica a este sistema como de presidencialismo fuerte. Éste es el motivo por el cual toda elección presidencial, desde la instauración de la Quinta República poco después de la Segunda Guerra Mundial, suscita una atención especial, tanto interna como externamente.
En esta oportunidad, los comicios presidenciales franceses están previstos, en su primera vuelta, para el próximo 22 de abril.
El Consejo Constitucional aprobó, por haber cumplido con los requisitos exigidos por las normas pertinentes, la participación de 10 candidatos.
Sin embargo, la atención se concentra en tres de ellos: el actual presidente, Nicolás Sarkozy, el líder socialista, Francois Hollande y la líder de la extrema derecha, Marine Le Pen. Todos los indicios permiten pronosticar que estos tres candidatos captarán a su favor la mayoría de los votos.
Sin embargo, la atención se concentra en tres de ellos: el actual presidente, Nicolás Sarkozy, el líder socialista, Francois Hollande y la líder de la extrema derecha, Marine Le Pen. Todos los indicios permiten pronosticar que estos tres candidatos captarán a su favor la mayoría de los votos.
Esta elección es vista, por no pocos ciudadanos, como una oportunidad para provocar un cambio en aquellas políticas públicas que se consideran negativas para el estado de bienestar y como una esperanza de un retorno, así sea moderado, a políticas más orientadas al desarrollo y a promover el empleo. Como ya se conoce lo que piensa el actual Presidente sobre austeridad fiscal y reducción de la deuda pública, muchos electores tienen los ojos puestos en el candidato del Partido Socialista, Francois Hollande que, en poco tiempo de campaña electoral, ha conseguido un fuerte apoyo en las intenciones de voto.
Según un último sondeo publicado, el pasado 18, en Le Journal du Dimanche, Sarkozy alcanzaría, en la primera vuelta de los comicios, el 27,5 por ciento de los votos, mientras que Hollande sería favorecido con el 27 por ciento. Por primera vez, desde el inicio de la campaña, el actual Mandatario logró superar en la preferencia de los electores al líder de la oposición. Sin embargo, de acuerdo con la misma encuesta, en una casi segura segunda vuelta, Sarkozy sería derrotado al obtener sólo el 46 por ciento de los votos, frente al 54 por ciento que iría a favor del líder socialista.
Lo que parece estar fuera de toda duda es que el próximo presidente surgirá en una segunda vuelta. Por esta razón, es casi seguro que, tanto los dos candidatos como sus respectivos estrategas de campaña, estén a la búsqueda de medios apropiados para persuadir a los votantes que en la primera vuelta se inclinen por los restantes candidatos. Algunos recientes gestos de Sarkozy, dan lugar a suponer que busca captar a su favor los votos de la candidata de la extrema derecha, Marine Le Pen.
Para Hollande, en cambio, estarían disponibles los votos que sean recogidos por los otros candidatos que, por su orientación centrista y de izquierda, difícilmente se inclinarían por la línea conservadora del actual Presidente.
Los resultados de esta elección interesan, también, fuera de Francia. La favorable posición que ocupa Francois Hollande en las encuestas y las buenas posibilidades que tiene de derrotar al Presidente en ejercicio, han renovado las esperanzas de varios líderes socialdemócratas de un cambio en las preferencias de los electorados.
Como testimonio de este sentir, baste mencionar la reunión, celebrada en París en plena campaña electoral, entre Sigmar Gabriel, líder del Partido Social Demócrata de Alemania, y Pierluigi Bersani, secretario del Partido Democrático Italiano y el candidato socialista, con el propósito, como expresa el comunicado emitido en la oportunidad, de “renovar el sueño europeo”.
La reciente crisis económico-financiera en los países de la Unión Europea trajo como consecuencia sucesivas derrotas de los partidos de orientación socialdemócrata en Grecia, Italia, Portugal, Gran Bretaña y España. Este resultado dejó la impresión de que la imagen de los socialdemócratas como gestores de crisis no es buena y, en cambio, es mejor la de los partidos conservadores. Sin embargo, los socialistas no pierden la esperanza de que la ciudadanía comprenda que las soluciones conducidas por la derecha gobernante tienen un alto costo social, acentúan las desigualdades y obligan con mayor rigor a los menos favorecidos. No es impensable, entonces, un posible cambio en las preferencias de los electores y el triunfo de Francois Hollande sería la primera fuerte señal de esa nueva tendencia.
El autor es miembro del Observatorio Político de la Universidad Mayor Gabriel René Moreno
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