Las primeras elecciones parlamentarias iraníes desde los fraudulentos comicios de 2009, han dado a los partidarios del “líder supremo”, el ayatolá Ali Jamenei, una sólida mayoría que relega al presidente, Mahmud Ahmadineyad, a la marginalidad política.
La victoria del ala dura del régimen ha sido tan abrumadora que incluso podría activar un cambio del sistema político, con la reinstitución de un régimen parlamentario que sustituya al actual modelo presidencial de la república islámica.Según las cifras oficiales, con un 64,2% de participación, los partidarios de Jamenei obtuvieron el 75% de los votos emitidos.
Meir Javedanfar, analista iraní residente en Israel, cree que los resultados confirman la caída en desgracia de Ahmadineyad, quien se atrevió a insinuar la conveniencia de dialogar con ee uu sobre el programa nuclear y reducir el poder del clero, un anatema para Jamenei. Como castigo, su jefe de gabinete, Arhim Masheir, fue acusado de practicar la brujería y hoy se enfrenta a una pena de cárcel por su presunta implicación en un desfalco de 2.600 millones de dólares.“Ahmadineyad ganó por un fraude en 2009, ahora va a perder el poco poder que le quedaba por causa de otro fraude”, concluye Javendafar.
El dominio ultraconservador del Majlis (Parlamento) aumentará aún más la cohesión interna del régimen. Por su parte, Bulent Kenes, editor del diario turco Zaman, considera que los verdaderos ganadores son los Guardianes de la Revolución, que han convertido el sistema en “un Estado pretoriano”.Ahmadineyad va a tener que afrontar muchos problemas incluso para poder terminar lo que le queda de mandato, que acaba en 2013. Más que una batalla ideológica, lo que ha estado en juego todo el tiempo es el poder económico.Los partidarios de Jamenei nunca han estado dispuestos a compartir el monopolio del reparto de prebendas y privilegios.
Los Guardianes de la Revolución, brazo armado del régimen fiel a Jamenei, controlan hoy un enorme conglomerado empresarial que incluye el sector energético.Quienes detentan hoy el poder en Irán –desde la doble legitimidad, religiosa y política, que define el modelo del velayat e-faqih (gobierno de los juristas islámicos)– están convencidos de que están a punto de alcanzar el ansiado liderazgo en Oriente Próximo, un objetivo que simboliza de modo supremo la posesión del poder nuclear.
Pero en la medida en que concentran todo el poder, los ultraconservadores han aumentado proporcionalmente los riesgos políticos que corren. Si hasta ahora podían culpar a otros de la mala situación económica del país, ahora tendrán que asumir directamente las críticas de una sociedad que puede estar peligrosamente cerca de haber agotado su caudal de paciencia.
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