Foreign Policy
Shaun Riordan
A los analistas de mercados (y a los dirigentes políticos de fuera de la UE) les cuesta comprender la crisis de la deuda soberana en la Unión y, en particular, la incapacidad de la UE de actuar con decisión para rescatar su moneda y su sistema financiero y económico. Aunque ha habido alusiones a los factores psicológicos (hasta qué punto la psique alemana conserva las heridas de la hiperinflación de 1923), no se ha prestado suficiente atención al aspecto geopolítico. Como consecuencia, no se han sabido extraer (ni por parte de los actores ni por parte de los analistas) las enseñanzas que ofrece la historia.
Hace mucho que la crisis de la eurozona dejó de estar relacionada con Grecia o con los demás países de la periferia. En realidad, es el capítulo más reciente de la larga saga de una Europa de naciones-Estado independientes que debe hacer hueco al poder de una Alemania unificada. Esta es la obsesión fundamental de la política exterior francesa desde 1870. La prioridad geopolítica de Francia desde la postguerra ha sido mantener a Alemania integrada en Europa, pero sin que la controle. Y la reunificación alemana volvió a poner de actualidad el dilema. La solución francesa consistió en integrar a Alemania en una unión monetaria en la que Reino Unido y Francia podrían servir de contrapeso. Cuando Londres se negó a entrar, París tuvo que presionar para que se incluyera a la periferia mediterránea como nuevo elemento de equilibrio, a pesar de las dudas sobre su convergencia económica con el norte de Europa.
El mismo dilema geopolítico inspira la política gala ahora que el euro corre peligro de desaparecer. Francia no quiere que el euro se derrumbe, pero una unión fiscal y económica dirigida por Alemania podría dar a este último país la hegemonía en la eurozona. La división del euro en zonas fuertes y zonas débiles reconocería las diferencias económicas, culturales e ideológicas entre las economías de divisa fuerte del norte y las economías de divisa débil del Mediterráneo. Pero obligaría a Francia a plantearse el dilema de si incorporarse a la zona fuerte y someterse al dominio económico alemán o incorporarse a la zona débil, con la consiguiente pérdida de orgullo nacional.
Este conflicto entre las prioridades geopolíticas francesas y las realidades de la crisis de la eurozona, unidas a las inminentes elecciones presidenciales, hacen que Sarkozy tenga escaso margen de maniobra. El presidente francés ha tratado de aprovechar las ventajas de la unión fiscal sin ceder soberanía fiscal. Ha intentado, sin éxito, convencer a Angela Merkel para que amplíe el papel del BCE en un marco intergubernamental. Sin embargo, la prioridad geopolítica esencial de mantener a Alemania comprometida con Francia le ha obligado a aproximarse a la unión fiscal más de lo que le gustaría. Es posible que el acuerdo institucionalizado de responsabilidad fiscal, que se ha visto forzado a conceder a Merkel (y por el que obtuvo muy poca cosa a cambio), haya sido un paso excesivo para muchos de sus compatriotas.
Aunque cada vez da más la impresión de que Alemania ha superado las limitaciones psicológicas que imponía su pasado nazi a su capacidad de ejercer una política exterior enérgica, el trauma psicológico de la hiperinflación de los años veinte sigue restringiendo su política económica. Los alemanes no querían el euro. Sus sucesivos gobiernos han tenido que convencerles de que será una moneda tan fuerte como el marco. La Constitución establece serias limitaciones sobre la política exterior alemana, pero las verdaderas cortapisas son las de la opinión pública. Los ciudadanos no entienden por qué deben subvencionar la forma de vida mediterránea. Berlín no pretende dominar Europa, al menos de manera consciente, pero, si las únicas cosas que pueden salvar el euro son las transferencias internacionales, los eurobonos o el BCE como prestamista de último recurso, el precio será una disciplina fiscal de estilo alemán para todos. Los alemanes entienden, quizá mejor que nadie, la incompatibilidad de las economías de divisa fuerte del norte con las economías de divisa débil del sur, e insisten en que son estas últimas las que deben cambiar. Por eso puede resultarles atractiva una solución de dos eurozonas.
Si el resto de Europa insiste en mantener una sola eurozona, tendrá que ser de acuerdo con las condiciones que diga Alemania. Pero eso puede resultar contraproducente para las autoridades germanas. Muchos pensarán que la armonización fiscal en la eurozona es la imposición de las reglas alemanas sin tener en cuenta los deseos de la población local. Al aplicar sus condiciones económicas al resto de la eurozona, Berlín estará asumiendo la responsabilidad del comportamiento económico de la región. Los años de austeridad económica en las economías periféricas no se verán como una consecuencia inevitable del despilfarro anterior, sino como el precio de pertenecer al imperioeconómico alemán. Ya han surgido sentimientos antigermánicos en manifestaciones en Italia y Grecia (en esta última, con referencias concretas al pasado nazi). Quizá Alemania acabe descubriendo que administrar su hegemonía económica en el siglo XXI es tan impopular y costoso como administrar su hegemonía política y militar en el siglo XX.
La política británica respecto al euro también se apoya en consideraciones políticas y geopolíticas. Aunque Reino Unido se ha mantenido fuera de la eurozona, sus decisiones forman parte fundamental del nudo geopolítico que enmarca la moneda común. Si bien la política británica debe tener en cuenta el creciente euroescepticismo en el país, también debe tener presente el objetivo geopolítico tradicional de Gran Bretaña en Europa: impedir que un Estado concreto adquiera la hegemonía en el continente y, al mismo tiempo, reducir al mínimo sus propios compromisos continentales. Como dice Meersheimer, Reino Unido aspira a ser “un elemento de equilibrio externo”, siempre dispuesto a apoyar a la segunda potencia más fuerte del continente frente a la primera. Si es posible, quiere hacerlo sin tener que intervenir físicamente en conflictos continentales. A primera vista puede parecer que el aislamiento que se impone a sí mismo el primer ministro David Cameron corresponde al distanciamiento tradicional de Reino Unido. Pero también ha abandonado el imperativo geopolítico de apoyar a la segunda potencia contra la primera. En lugar de mantener consultas permanentes con Francia sobre cómo mantener a Alemania involucrada en Europa sin dejar que sea hegemónica, Cameron intentó (sin éxito) llegar a un acuerdo con Berlín para proteger la City de Londres. Esa es la razón quizá de que Francia esté furiosa con Gran Bretaña. Después de la estrecha colaboración franco-británica a propósito de Libia (pese a la oposición alemana), Sarkozy tal vez se esperaba más.
El nudo de relaciones y tensiones políticas y geopolíticas entre Alemania, Francia y Gran Bretaña es decisivo para el futuro del euro y la Unión Europea. Reino Unido, a pesar de estar ausente, condiciona las realidades geopolíticas de la relación franco-alemana. Otros Estados miembros tienen que decidir cómo reaccionar a las resoluciones de París y Berlín. Y esas decisiones dependen tanto de las percepciones de los intereses económicos y políticos como de las realidades geopolíticas. Algunos países se fijan más en las primeras, a costa de las segundas.
El nuevo Gobierno español ha declarado su determinación de permanecer en el “corazón de Europa”. Ha lanzado una decidida campaña de austeridad, con recortes y subidas fiscales, para convencer a Europa, y en especial a Alemania, de su credibilidad como socio. El nuevo presidente Mariano Rajoy ha puesto enorme énfasis en sus buenas relaciones con Merkel. Ha afirmado que, si la eurozona se divide, España debe quedarse en la zona fuerte. Da la impresión de que Madrid está dando prioridad a los intereses políticos a corto plazo en lugar de las realidades geopolíticas a largo plazo. Y eso puede tener un grave precio económico. En el siglo XVI, el empeño de Felipe II de aferrarse a los Países Bajos a pesar de las realidades geopolíticas condenó España a la bancarrota (Felipe quebrótres veces) y a un declive nacional que perduró hasta finales del siglo XX. Dio más importancia a un destino inexistente en el norte de Europa que a otras estrategias más viables en torno al Mediterráneo y Latinoamérica. Es posible que ahora España esté también ignorando una posible estrategia mediterránea y del norte de África, que puede ofrecerle crecimiento económico, para centrarse en una estrategia septentrional que promete un decenio de austeridad económica y estancamiento.
Mientras los analistas insistan en abordar la crisis de la eurozona como un tema de economía y teoría financiera, seguirán sin comprender las fuerzas y tensiones subyacentes que la causan. La crisis surgió por un exceso de deuda soberana y privada en la eurozona (y en la Unión Europea en su conjunto) y por la incompatibilidad de las economías fuertes del norte y las economías débiles del sur dentro de la unión monetaria. Pero el esfuerzo para encontrar una solución debe tener muy en cuenta las realidades y preocupaciones geopolíticas. Y eso sirve no solo para las grandes potencias que deciden intentar unas soluciones u otras (que siguen siendo Alemania, Francia y Gran Bretaña), sino también para las reacciones de los otros Estados a lo que se propone. Comprender y tener en cuenta este aspecto geopolítico es tan importante para los Gobiernos como para los analistas de mercado. Los Gobiernos deben conocer las motivaciones geopolíticas de los demás Estados y sus propias realidades: Francia tiene muy en cuenta la geopolítica, Alemania parece no saber adónde puede llevar, España parece decidida a ignorarla. Los analistas de mercado necesitan comprender la geopolítica de la crisis para predecir el comportamiento de los Estados, entender las limitaciones que pueden pesar sobre las posibles soluciones (hasta llegar a dejar fuera algunas que parecen económicamente deseables) y juzgar el éxito de las políticas de cada país. La crisis de la eurozona y la crisis de la Unión Europea muestran la importancia de lo geopolítico al abordar lo que, a primera vista, parecen asuntos económicos y financieros. Los mercados financieros tendrán que dedicar cada vez más recursos a este tipo de análisis.
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