martes, 27 de marzo de 2012

Cuba: El precio de un minuto


Infolatam
Por VICENTE BOTÍN

Un minuto no es mucho tiempo, pero las Damas de Blanco se contentarían con esos escasos sesenta segundos para exponerle al Papa la situación de los derechos humanos en la isla durante los dos días que va a permanecer en Cuba, del 26 al 28 de marzo. Berta Soler, portavoz del colectivo que agrupa a las esposas y familiares de los presos de conciencia, quiso formularle esa petición directamente al cardenal Jaime Ortegapara que se la hiciera llegar a Benedicto XVI.
Pero monseñor Ortega se excusó por no poder recibirla y envió en su lugar al canciller del arzobispado de La Habana, monseñor Ramón Suárez Polcari, quien descartó la posibilidad del encuentro con el Papa. “Es muy difícil. La agenda del Santo Padre está muy cargada”, dijo.
Apenas unos días antes, el cardenal Ortega había rechazado una petición de las Damas de Blanco, que le solicitaron que celebrara una misa “por los muertos nuestros”, en referencia a los disidentes fallecidos Laura Pollán, Juan Wilfredo Soto, Wilman Villar Mendoza y Orlando Zapata Tamayo. La petición se la hicieron después de que monseñor Ortega concelebrara en la catedral de La Habana, junto con el nuncio del Vaticano en Cuba, Bruno Musaro, una misa por la salud del presidente venezolano, Hugo Chávez, recientemente operado en la capital cubana. La iglesia católica de Cuba evitó condenar la muerte por huelga de hambre de Orlando Zapata Tamayo, en febrero de 2010, y ni siquiera se pronunció sobre la de Wilman Villar, que falleció por el mismo motivo en enero de 2012. En el caso de Laura Pollán, el párroco de la iglesia de Santa Rita de La Habana, donde las Damas de Blanco acuden a misa todos los domingos, ofreció una misa tras su muerte, el 15 de octubre de 2011.
Los desencuentros entre la jerarquía católica y la disidencia son frecuentes en Cuba, y se han recrudecido después del anuncio de la visita papal. En una carta abierta a Benedicto XVI, 750 disidentes y activistas de derechos humanos le pidieron que no viajara a la isla porque según ellos “Su presencia en la Isla sería como enviar un mensaje a los represores de que pueden seguir haciendo lo que quieran, que la Iglesia lo va a permitir”.Guillermo Fariñas, uno de los firmantes de la carta, envió también una misiva personal al Papa en la que le pide que se reúna con los disidentes y denuncie los atropellos que se registran en la isla. “De no poder hacerlo – dice el Premio Sajárov de Derechos Humanos–  los opresores ganarían, pues ellos son discípulos de Satanás y no de Dios”. Más adelante, Fariñas escribe que “el rol del Obispo de Roma es estar de parte de las víctimas y jamás apoyar a los victimarios. En una sociedad totalitaria como la que se apresta a visitar, estos papeles están bien definidos: los victimarios son los opresores gobernantes y las víctimas, los oprimidos”.

No todos los disidentes están en contra del viaje del Papa a Cuba. Además de las Damas de Blanco, figuras importantes de la oposición, como Oswaldo Payá, también Premio Sajárov de Derechos Humanos y líder del Movimiento Cristiano de Liberación, valoran positivamente la visita de Benedicto XVI a la isla. “Cuba es como una gran cárcel –ha dicho Payá–, y nadie en una cárcel dice que como los carceleros maltratan a los prisioneros tienen que suspenderse las visitas de los amigos y las familias. Eso sería como castigar a las víctimas dos veces”.

En medio de la polémica, la jerarquía católica, a través del portavoz del cardenal Ortega, Orlando Márquez, manifestó que el Papa llega a Cuba con motivo del 400 aniversario del hallazgo de la imagen de la virgen de la Caridad del Cobre y que el objetivo de la visita es “hablar de la reconciliación y de la unidad entre los cubanos”, pero advirtió que pueden surgir presiones que pongan en peligro el diálogo que la Iglesia mantiene con el gobierno de Raúl Castro. “Hay un riesgo ciertamente en este proceso, pues ante la ausencia de otras entidades, grupos o partidos independientes, algunos pueden aspirar a que la Iglesia se convierta en el catalizador de cambios radicales en Cuba”, escribió Orlando Márquez en el sitio digital de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba. “Para otros (la Iglesia) se puede convertir en aliada natural del gobierno, y no faltan los que le desean su repliegue y enclaustramiento, aunque tal deseo es más bien variable según coyunturas y acomodamientos circunstanciales”, añadió Márquez, un laico que también dirige la revista diocesana Palabra Nueva.

La jerarquía católica de Cuba defiende el carácter pastoral de la visita del Papa y el gobierno, a través del diario oficial Granma, ha señalado que “se sentirá honrado en acoger a Su Santidad con hospitalidad y mostrarle el patriotismo, cultura y vocación solidaria y humanista de los cubanos, en que se sustentan la historia y la unidad de la Nación”. Estos argumentos no pueden silenciar, sin embargo, la realidad del país que va a visitar Benedicto XVI. Durante su viaje a la isla, en enero de 1998, Juan Pablo II, pidió delante de Fidel Castro “que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba”. Pero salvo excarcelaciones y destierros de presos de conciencia como moneda de cambio en su diálogo con la Iglesia católica, el régimen no ha modificado su carácter totalitario. Solo durante el pasado mes de febrero, la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional documentó 604 detenciones arbitrarias de corta duración por motivos políticos y numerosos actos de violencia y vejámenes especialmente contra las Damas de Blanco “incluyendo algunos casos en que fueron obligadas a quitarse las ropas o manoseadas por agentes policiales”.

En 1998, el arzobispo de Santiago de Cuba, monseñor Pedro Meurice, ya fallecido, en una homilía delante deJuan Pablo II y del entonces número dos del régimen, Raúl Castro, presentó a los cubanos como “un pueblo noble” y “un pueblo que sufre”, y criticó a “los que han confundido la Patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido en las últimas décadas, y la cultura con una ideología”. Catorce años después esas palabras no han perdido vigencia. Las “reformas” económicas de Raúl Castro y el acercamiento entre la jerarquía católica y el gobierno no pueden disfrazar la verdadera naturaleza de la dictadura cubana.

La agenda de Benedicto XVI en Cuba estará muy cargada, sin duda. Pero los disidentes se conformarían con un solo minuto de su tiempo para exponerle la situación de los derechos humanos en la isla. Dice San Mateo que Dios salva siempre a los que acuden a él en el último minuto.

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