Felipe Sahagún
Las noticias desde Siria no dejan lugar a dudas: el régimen de los Asad ha decidido resistir, aunque en el intento se lleve por delante barrios, pueblos o ciudades, con decenas de miles de muertos.
Fracasadas las amenazas, las sanciones y la presión diplomática, Anne-Marie Slaughter, profesora de Princeton y directora de Planificación del Departamento de Estado de enero de 2009 a febrero de 2011, no ve otra salida que meses de conflicto con un número creciente de víctimas.
Nadie está dispuesto a repetir una intervención externa como en Libia, salvo que la soliciten Turquía y la Liga Árabe, pero, si continúa la destrucción de casas y la muerte de civiles, tarde o temprano la potencia regional musulmana y la organización regional más importante, revitalizada por la llamada primavera árabe tras 65 años de siesta, exigirán una intervención exterior.
Si la Liga Árabe no la pide, no habrá intervención militar externa y las potencias occidentales concentrarán sus esfuerzos en socavar el apoyo que el dictador todavía tiene en el Ejército por otras vías.
Se sabe que muchos soldados sirios, en su mayoría suníes, a las órdenes de oficiales de la minoría alauí, no desertan por miedo a ser fusilados o a represalias brutales contra sus familiares. Si el establecimiento de santuarios o refugios en Turquía, Jordania o Líbano permite reducir ese miedo, probablemente se organizarán esta primavera.
Rusia, el principal obstáculo
Previamente, en las próximas semanas y en permanente contacto con las potencias occidentales, intentarán convencer a China(aparentemente dispuesta ya a revisar su posición) y a Rusia (tras las presidenciales también podría pasar del no a la abstención en el Consejo de Seguridad) para que retiren su bote salvavidas a Asad. Sucedió en Kosovo y puede repetirse en Siria.
El obstáculo principal, evidentemente, es Rusia, que, como advertía Bishara Khader, el profesor palestino jubilado de Lovaina, el 22 de febrero en Madrid, "ha entrado en una nueva dinámica bipolar y no le falta razón".
¿Por qué puede EEUU segar la hierba bajo los pies de unos dictadores en Egipto, Túnez o Libia, pero no lo hacen en Bahrein y Yemen para no regalar nuevas victorias estratégicas a Irán, y no puede Rusia apoyar al régimen sirio, su principal aliado, en Oriente Próximo?
Por lógica que sea, esta nueva interpretación bipolar tiene un techo muy frágil: el que forma cada día la avalancha de muertos –docenas, pronto puede que centenares- de civiles inocentes inundando hora tras hora la televisión global y la red de redes.
Los Asad, un estorbo
La muerte de periodistas –y ya van siete- desgasta mucho más la imagen del dictador y acelera su caída. Así sucedió con el régimen pro estadounidense de Vietnam, con los Somoza de Nicaragua y con otros autócratas que parecían invencibles o intocables.
Las principales cancillerías occidentales están convencidas de que, debilitando o acabando con el régimen sirio, se debilita a Irán y a su principal marioneta regional, Hizbulá, lo cual es bueno para Israel y bueno para las principales potencias suníes de la zona.
Desgraciadamente para el régimen sirio, se ha convertido ya en una víctima propiciatoria de un 'tsunami' estratégico que le supera por completo. Para todos menos Rusia e Irán, los Asad se han vuelto perfectamente prescindibles, un verdadero estorbo, en los tres pulsos estratégicos que condicionarán el futuro de Oriente Próximo y Medio en los próximos decenios: suníes frente a chiíes, Islam moderado frente a Islam radical e Irán frente a Arabia Saudí. Para EEUU, aunque ninguno de sus dirigentes lo haya reconocido públicamente, Siria ha sido un santuario decisivo para la insurgencia iraquí que, tras ocho años de guerra y miles de muertos, ha obligado al primer ejército del mundo a retirarse sin victoria.
Temor a una guerra civil
Las conferencias previstas para marzo y abril desembocarán, seguramente, en un aumento de la ayuda diplomática, financiera, y, sobre todo, militar a la oposición, condicionada siempre, como sucedió en Libia, a la unificación de los rebeldes y a garantías de que las armas no terminen en manos de Al Qaeda o de Hizbulá.
¿No es extraño que, en Siria, Al Qaeda comparta bando con la oposición, todavía dispersa y fragmentada, que apoya EEUU? El miedo a una guerra civil generalizada, que supere las fronteras y salpique a todos los vecinos, complica el rearme del Ejército Libre Sirio. El hecho de que la oposición esté repartida por todo el país y mezclada con la población, todavía mayoritaria seguramente, que apoya al régimen alauí, complica o imposibilita una campaña de bombardeos como la de Libia.
"Mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer", repiten los defensores de Asad. Es el mismo argumento utilizado por los defensores de Gadafi y de Mubarak. Sirvió durante muchos años, pero ha quedado obsoleto. Las revuelta árabes han producido el milagro y cuánto más brutal sea la respuesta del Ejército sirio y más firme la resistencia, más difícil será la supervivencia del dictador o su salida con vida.
"No veo otra salida para Asad que una transición como la de Mubarak, Saleh o Ben Alí, o un final sangriento, como el de Gadafi", reconocía Khader en la Casa Árabe de Madrid. La Liga Árabe, en cualquier caso, no puede dirigir una intervención militar, como pide Qatar, por la sencilla razón de que sigue dividida y carece de Ejército. Su Protocolo de Defensa, de hecho, no se ha activado en medio siglo. Lo que sí puede hacer –y cada día da algún paso en esa dirección- es legitimar la intervención de otros y presionar sobre Rusia para que vuelva al redil de la Posguerra Fría y se olvide de la recién descubierta bipolaridad.
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