miércoles, 29 de febrero de 2012

La Conferencia del Club de Amigos de Siria concluye sin resultados aparentes


Túnez acogió la Conferencia del denominado Club de Amigos de Siria y la tonalidad optimista de su inauguración ofreció un brusco contraste con la de su cierre.
Sin embargo, no se podría calificar los resultados de la reunión ni de fracaso ni de éxito, dado que sus participantes tenían unas ideas muy propias acerca de este último fenómeno.


El descontento era total
De hecho, la conferencia, a la que se negaron acudir representantes de Rusia y China, podría haber acabado con el intento de los partidarios del presidente sirio, Bashar Al Asad, de irrumpir en la sala de reuniones. Pero su final casi oficial lo marcó la figura clave del evento, el ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí, Saud Al Faisal, quien abandonó la reunión. T
Todo parece indicar que precisamente Arabia Saudí ha asumido el liderazgo en el proceso del derrocamiento de régimen de Bashar Al Asad. Saud Al Faisal anunció abiertamente que era insuficiente prestarles a los sirios ayuda humanitaria y declaró que era “idea excelente” facilitar armas a la oposición siria. Tras estas declaraciones procedió a abandonar la reunión, reprochándo a los reunidos su “inacción”.
El primer ministro de Qatar, Hamad bin Jassem Al-Thani, quien comparte plenamente la postura de Arabia Saudí, propuso crear unas fuerzas árabes encargadas de preservar la paz en la región. Sin embargo, la declaración final recogió únicamente el llamamiento a la ONU de crear fuerzas “civiles” que habrán de plantearse el mismo objetivo.
La misma Siria fue representada en la Conferencia de una manera bastante peculiar: por supuesto, los representantes del Gobierno no fueron invitados, dado que su derrocamiento es el principal objetivo de los reunidos en Túnez. El grupo más importante de la oposición, el Comité de Coordinación Nacional para el Cambio Democrático, se negó a enviar delegados a la Conferencia, por lo visto porque en el evento estaba previsto reconocer de una u otra forma el Consejo Nacional Sirio, otro grupo de la oposición que lucha contra el régimen de Asad principalmente desde fuera del territorio sirio.
El reconocimiento no se hizo esperar: no se le nombró al Consejo Nacional Sirio representante único de su pueblo, pero sí uno de los representantes. No obstante, las esperanzas de los delegados del Consejo Nacional Sirio se vieron frustradas y su líder no tardó en anunciar que la Conferencia de Túnez “no correspondió con las ambiciones del pueblo sirio”.
Lo más importante es que las monarquías del Golfo Pérsico han vuelto a fracasar en conseguir que en Siria se reproduzca el “guión libio”, para poder contar con la tan deseada participación activa de Estados Unidos y la Comunidad Europea en el derrocamiento del régimen de Damasco.
Esta vez el mundo árabe tendrá que solucionar sus problemas solo
Los representantes de los países occidentales, Japón inclusive, hablaron de prestar ayuda humanitaria al pueblo sirio, que desde hace casi un año está viviendo en condiciones de guerra civil. Desde el punto de vista ético esta postura está más que justificada.
Estados Unidos prometió destinar para la ayuda humanitaria a todos los sirios (y no sólo a la oposición) unos 10 millones de dólares, insistiéndole al presidente Asad en que no se niegue a aceptarlo. Japón, por su parte, se mostró dispuesto a asignar otros tres millones de dólares a este fin. Estas medidas serán respaldadas por la ONU, que está a punto de enviar a Siria una misión suya y que ha nombrado ya a Kofi Annan enviado especial del actual secretario general de la organización. Rusia hasta cierto punto comparte esta postura en lo tocante a los aspectos humanitarios.
En cuanto a los suministros de armas a la oposición siria, la secretaria de Estado de EEUU, Hillary Clinton, dejó claro que su país no armaría, por lo menos, de manera oficial, a la oposición al régimen de Bashar Al Asad. La UE, por decir algo, prometió congelar los activos del Banco Central sirio. Dicha postura tiene fácil explicación: igual que la postura completamente opuesta, adoptada respecto a Libia hace un año. En breve tanto en Francia como en Estados Unidos habrá elecciones presidenciales y, dados los tristes resultados de la campaña libia, una nueva operación militar difícilmente encontraría apoyo entre los electores.
De modo que en Túnez a las monarquías del Golfo Pérsico se les dio a entender que, si buscaban derrocar el régimen de Bashar Asad para intimidar a Irán, deberían de hacerlo por su cuenta. Y ahora aquellos quienes aprovecharon la “primavera árabe” para devolver al poder en la región a los fundamentalistas islámicos tendrán que tomar una decisión difícil.
Abstenerse de participar en acciones deshonrosas
La situación se le sigue poniendo difícil a Moscú a la hora de trazar su línea de acción política en Oriente Próximo. Además, cuesta discrepar con la Liga Árabe, sobre todo después de las complicadas negociaciones del pasado diciembre, y dejar así a un lado el habitual razonamiento de "Occidente tiene la culpa de todo y los árabes son, naturalmente, nuestros aliados".
Sin embargo, el hecho de derrocar los árabes, más concretamente a las monarquías del Golfo Pérsico, que son regímenes amigos de EEUU o de Europa, y reemplazarlos con parlamentos dominados por fundamentalistas islámicos o, como en caso de Libia y Siria, hacer que estos países se sumerjan en caos absoluto, es una idea que da qué pensar.
En los mismos instantes en los que en Túnez se reunía el Club de Amigos de Siria fueron difundidas dos noticias. La primera trataba del informe del Organismo Internacional de la Energía Atómica sobre Irán, que percibía escasez de uranio para alcanzar cantidades suficientes para una carga nuclear. La segunda noticia estaba relacionada con las palabras del presidente de Gobierno ruso, Vladimir Putin, sobre “la no disposición de Rusia de asentir cuando son otros los que toman la decisión. Y espero que así lo sigamos haciendo”, concluyó el primer ministro ruso. Era un resumen de la postura de Rusia no sólo respecto a Siria, sino también a Irán.
En otras palabras, a Rusia le será complicado seguir ateniéndose a la postura éticamente envidiable de “nos abstenemos de participar en acciones deshonrosas” y habrá que dar algunos pasos concretos.
Curiosamente, los árabes y los occidentales son unánimes en su evaluación de la guerra civil, pero siempre se culpa de sus víctimas al régimen contra el que se lucha, incluso si este régimen no ha desatado la guerra. No obstante, la idea de Moscú consistente en que han de responder por los crímenes aquellos que los han cometido no encuentra apoyo entre los miembros del llamado Club de Amigos de Siria.
Y una pregunta muy simple que, por muy extraño que parezca, nadie quiere hacerse. ¿Y el pueblo sirio, de qué parte está? Se suele dictaminar a modo de respuesta que al régimen de Al Asad nunca le han interesado las opiniones del pueblo, aunque incluso en las monarquías absolutas los soberanos sienten curiosidad por la opinión pública.
Se podría recordar al respecto unos debates celebrados por una de las cadenas de televisión de Irán, donde un experto opinaba desde Líbano y otro desde Washington, pero parecían estar al tanto de la situación y evaluaban el apoyo popular a Bashar Al Asad en un 60% y un 65%, respectivamente. Es de suponer que, sea cual sea la actitud del pueblo hacia las autoridades, al empezar la violencia se tiende a simpatizar precisamente con el régimen, incluso si su ejército comete atrocidades.
Los expertos y monitores rusos y extranjeros señalan que son muchos los partidarios de Al Asad, un dato que a pocos  importa fuera de Siria.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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