La transición del régimen de Muamar el Gadafi a un sistema político que muchos libios aspiran a que sea una democracia, se está mostrando tan compleja como los más pesimistas, o realistas, barruntaban a finales de octubre de 2011, cuando el Consejo Nacional de Transición (CNT), liderado por su presidente, Mustafá Abdel Jalil, puso en marcha el proceso, tras la violenta muerte del dictador, linchado por una turba de rebeldes.
Hoy, algo más de tres meses después, la situación parece estancada. El optimismo inicial ha dado paso a una creciente inseguridad e inestabilidad política. La producción de crudo recupera lentamente sus anteriores ritmos de producción, pero aún quedan muy lejos de los 1,7 millones de barriles de crudo diarios que se producían hasta el estallido de las revueltas, hace ahora un año. Recuperar las antiguas cotas de producción se ha convertido en una tarea urgente ante la imposición del embargo petrolero a Irán.
Los cuadros del CNT han ocupado la mayor parte de los altos cargos de la administración pública, pero las decenas de miles de rebeldes que hicieron posible el derrocamiento de Gadafi siguen armados y desempleados.
Los ministerios de Interior y de Defensa acordaron repartirse los casi 50.000 milicianos que esperan convertirse en policías o soldados del nuevo régimen. Si la situación no se resuelve relativamente pronto, las consecuencias podrían ser desastrosas, dado que a la gran cantidad de armas a su disposición en las calles, se añaden los miles de presos liberados por los rebeldes y las potenciales bolsas de resistentes gadafistas.
El 3 y el 13 de enero milicias de exrebeldes, hoy organizados en torno a lealtades tribales, se enfrentaron a tiros en Trípoli y Misrata. Días después, el 24 de enero, se produjeron choques armados de consideración entre milicias rivales en Beni Walid, uno de los últimos bastiones de Gadafi. En Bengasi, la original capital rebelde, el 21 de enero una turba atacó con cócteles molotov un edificio gubernamental donde se reunían miembros del CNT con autoridades locales ante la presencia de Abdel Jalil. Los bengasíes se sienten marginados en el reparto de las prebendas que siguió a la victoria rebelde.
Las cárceles y centros de detención se están llenando de supuestos gadafistas, víctimas de detenciones arbitrarias, según ha denunciado la alta comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, Navi Pillay. Por su parte, la economía se recupera con lentitud debido a que los fondos libios bloqueados en el exterior van volviendo mucho más despacio de lo previsto. El lado más auspicioso de esta caótica transición es que tanto el debate político como la libertad de expresión, totalmente ausentes en la época de Gadafi, están en plena ebullición ante la convocatoria de elecciones para el verano.
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