viernes, 20 de enero de 2012

Rusia y Siria: principios políticos y oportunidades estratégicas


Antonio R. Rubio Plo

El final de la guerra fría supuso un retroceso para la influencia rusa en Oriente Medio. A Moscú sólo le resta su alianza estratégica con Siria e Irán, que se empeña en preservar contra viento y marea, aún a costa de las críticas y las presiones que recibe en la escena internacional.


Los principios del nacionalismo y el soberanismo 

Rusia ha sido un tradicional aliado del régimen sirio, mucho antes de que los Assad se hicieran con el poder en 1970, dada la naturaleza de un sistema que se presentaba como nacionalista pan-árabe y socialista de la mano del partido Baas, y que era un contrapeso importante a Israel, el gran aliado de Washington en la región.

En tiempos de Breznev, Moscú firmó un acuerdo de cooperación militar con Damasco, que no sólo le supondría facilidades para su despliegue aéreo y naval, sino que además haría de Siria un destacado cliente en la compra de armamento soviético, en forma de aviones, sistemas antiáereos, misiles antibuque o armas ligeras, una tradición continuada e incrementada durante la presidencia de Putin, especialmente cuando la guerra de Irak abrió otra ventana de oportunidad para las relaciones ruso-sirias. En la inmediata posguerra, EEUU acusaba al régimen de Bachar al Assad de amparar el terrorismo en el país mesopotámico. Para entonces Putin ya estaba enseñando a Washington su músculo nacionalista y empezaba a extender su red de acuerdos estratégicos a todos aquellos países contrarios a los intereses americanos en varios continentes, y entre ellos no podía faltar Siria. 

Nacionalismo y soberanismo es lo que define la actitud rusa en el norte de África y Oriente Medio, antes y después de la primavera árabe. Se entiende la ironía de un reciente artículo del diario kuwaití Arab Times, en el que un ex ministro de Petróleo de Kuwait decía que el largo sufrimiento de los rusos de más de 70 años sometidos a una dictadura, les llevaba a contemplar a los déspotas como la máxima expresión de la democracia. Para quien tiene una percepción hiperrealista de la política exterior, la democracia es un mero asunto interno de los estados, y como mucho, lo único que puede hacerse, para no violar el sacrosanto principio de la no injerencia, es llamar al diálogo a las partes enfrentadas. 

Una mediación interesada

Rusia conserva una base militar en el puerto sirio de Tartus, donde abastece a su flota del Mar Negro. Allí fondeó recientemente el portaviones Almirante Kuznetsov, que prosiguió después su viaje por el Mediterráneo, junto con otros buques, para participar en unas maniobras. El hecho admite dos interpretaciones: la rutinaria de que las maniobras estaban previstas desde hace tiempo, y la coreada por la prensa oficial, la de que la presencia de las fuerzas navales rusas representan un nuevo apoyo de Moscú al régimen de Assad, un signo visible de que no se admitirá ninguna injerencia extranjera en los asuntos internos, ni en forma de sanciones ni de "intervenciones humanitarias".

 Es un signo que ha sido agradecido por manifestantes con pancartas frente a la flotilla rusa, aunque el paso del tiempo está demostrando que el apoyo tiene sus limitaciones, puestas de manifiesto en el proyecto de resolución presentado por Rusia en el Consejo de Seguridad el pasado 15 de diciembre, en el que llamaba al cese de la violencia y al diálogo entre el gobierno y la oposición, términos similares a los empleados por la Liga Árabe para justificar el envío de observadores a Siria. 

La situación se complica porque Bachar al Assad quiere seguir siendo la solución sin dejar de ser el problema. Pese a la represión, continúa presentándose como el único que puede encabezar la marcha del país hacia una transición democrática. O yo o la violencia sectaria, una repetición en Siria de las masacres de Irak y Líbano o el mismo régimen para seguir procurando estabilidad a su pueblo, pese a la introducción de reformas estructurales. El presidente pretende alimentar la misma ilusión creada cuando sustituyó a su padre en 2000. Pero si alguna vez se propuso seriamente hacer reformas, se encontró con los obstáculos casi insuperables de un régimen anquilosado en sus estructuras sociales, pues la minoría alauí domina los resortes del poder civil y militar, y en lo político se reiteran las viejas consignas de unidad, libertad y socialismo, ajenas a una auténtica democracia multipartidista. En este escenario de bloqueo político, ¿qué puede hacer Rusia?

El principal objetivo de los rusos sería ofrecerse como mediadores entre el régimen y la oposición del Consejo Nacional Sirio. Los opositores no necesitan a Moscú para impartir lecciones de democracia sino para invitar al clan de los Assad a dejar el poder y alcanzar el exilio dorado que no tuvieran Mubarak o Gadafi, que nunca fueron conscientes de que sus días estaban contados. Sin embargo, el exilio es una pobre retribución para quien en su vida no ha conocido otra cosa que el poder. Sólo se acepta en una situación muy desesperada, algo que los gobernantes sirios piensan que está lejos de llegar, pues Rusia y China vetarán en el Consejo de Seguridad cualquier intervención extranjera, y la oposición está tan dividida sobre los planes de acción y el futuro que no tendría posibilidades de triunfar a corto plazo. Por tanto, Moscú seguirá defendiendo la soberanía del Estado sirio y el principio de no intervención. Con todo, los rusos son conscientes de que el tiempo, y más si se incrementa el número de muertos, no trabaja a favor del gobierno de Assad. De ahí la necesidad de no descuidar los contactos con el Consejo Nacional Sirio, cuyo presidente, Burhan Ghaliun, aseguraba en Moscú el pasado de noviembre que los intereses rusos quedarían garantizados cuando cambiara el régimen. 

Y es que el principal objetivo de los rusos será convencer a cualquier gobierno que haya en Damasco que sólo Moscú puede seguir garantizado sus intereses, en claro contraste con las aspiraciones de EEUU, Israel, Turquía o de la gran mayoría de los miembros de la Liga Árabe.


* Antonio R. Rubio Plo es Doctor en Derecho por la Universidad Complutense. 
Licenciado en Geografía e Historia por la de Zaragoza. 
Analista de Política Internacional en el R.I. Elcano y del CESEDEN.

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