domingo, 13 de noviembre de 2011

¿Hacia una nueva Turquía imperial?




Ilan Bajarlia, Montevideo

El Imperio Turco Otomano, o la sola palabra “Constantinopla”, no han pasado desapercibidas a través de la historia universal; por el contrario, dicha zona del planeta ha tenido un muy relevante puesto en el escenario internacional en grandes épocas pasadas.


Más aún, la Turquía moderna, musulmana y secular que había liderado M. K. Atatürk en el primer cuarto del siglo pasado, hubo de posicionarse entre lo más alto de la lucha por el poder del siempre complejo Medio Oriente. Incluso G. Friedman, autor del libro “Los próximos 100 años: un pronóstico para el siglo XXI”, coloca a Turquía como un actor predominante en las relaciones internacionales en el siglo próximo; y The New York Times se refiere a ella como “Una Turquía que nace de nuevo y se expande para llenar el antiguo espacio imperial otomano”.


Sin embargo, lejos de buscar profetizar el futuro, mi cometido es esbozar una revalorización del significado de Turquía en épocas actuales, así como intentar develar qué mensaje está dando al mundo cada vez que mueve alguna de sus cartas.

Es que R. T. Erdogan (foto: der.), el actual primer ministro turco, ha estado ocupándose de reinsertar al antiguo imperio otomano en donde supo alguna vez ubicarse: esto es, en la hegemonía de Medio Oriente, sobre todo en una época de multiplicación de polos de poder dentro de una sociedad internacional pos guerra fría, pos crisis de 2008 en donde Europa y Estados Unidos tambalean y Turquía está en bonanza, pos BRICs y G20, y pos “Primavera árabe”.



Con M. Ahmadineyad (foto) intentando desafiar a los saudíes y a los egipcios en intentar desequilibrar el statu quo dominante, Erdogan ha actuado desde la prudencia y el perfil bajo hasta el estrellato y el populismo mediático para realzar su imagen como “Rey de Arabia” o como nuevo G. A. Nasser, el antiguo líder egipcio que procuró la unificación de toda la región arábiga en los años '60 del siglo XX. No ha sido en vano el hecho de que la influyente revista Time lo escogiese como “Persona del año” en 2010.


En primer lugar, vale diferenciar un hecho notable: si bien Turquía hizo todo lo que Europa le indicó para que la dejasen ingresar a su Unión (y sin embargo sigue sin lograrlo), hoy en día, continuar insistiendo en aras de ese objetivo no parece ser su más alta prioridad. En vez de eso, Turquía se ha decidido por gestionar su ingreso a la Liga Árabe, a pesar de que la mayoría de su población no pertenezca precisamente a dicho grupo étnico.


Segundo: no es lo mismo la política turca de “problemas con nadie” que lleva adelante hasta hace relativamente poco, al deterioro de sus relaciones bilaterales con Israel -a partir de que le proporcionasen el buque Mavi Mármara al grupo IHH definido por la UE y Estados Unidos como “terrorista”- en mayo de 2010, para que éstos últimos, a su vez, desafiasen el bloqueo a Gaza impuesto por Israel; o al uso retórico del “derramamiento de sangre” refiriéndose a B. Assad y demás autoridades sirias después de la primavera árabe; o a la visita a Libia, Túnez y Egipto hace algunas semanas atrás, en el mismo instante en que se estropeaban las relaciones diplomático-militares con los israelíes.


En un principio, como publica el portal SIPSE.com: “Ankara intentó limar asperezas con Chipre y Armenia, se acercó a Georgia, a Grecia y a Siria, mantuvo relaciones cordiales con Irán y con Israel (especialmente antes de la estrategia israelí en Gaza, a finales de 2008), se involucró en el Kurdistán iraquí y trató de mediar en el conflicto entre Israel y Siria por los Altos del Golán”.

El apoyo a Hamás


Sin embargo, todo esto fue cambiando, y aquí el tema con Israel no ha sido menor. Desde mayo del año pasado comenzaron a erosionarse unas relaciones tan estratégicas como benéficas para ambos. Sus relaciones comerciales brillabanpor su importancia ya que cada uno de los mercados de los dos países son esenciales para los crecimientos económicos de ambos. Además, tenerse de aliados era una jugada estratégica fundamental para el posicionamiento regional turco.


La expulsión del embajador israelí de Ankara por parte del Ejecutivo turco ha congelado todo aquello que habían estado cosechando. El apoyo de Erdogan a Hamás y no tanto a los moderados, -es decir, a la Autoridad Palestina-, su constante desafío al bloqueo y su retórica anti “el niño mimado” occidental, en referencia a Israel, han colocado además un signo de interrogación sobre el futuro de esta amistad bilateral.


Indudablemente pragmático, el líder turco ha pasado a los primeros planos de la atención mundial en los últimos meses. Luego de relacionarse de muy buena manera, y durante largos años, con líderes árabes recientemente derrocados -entre ellos con el recientemente asesinado M. Kadafi de Libia o con B. Assad de Siria-, ahora se les volvió en su contra. Ha encontrado el hueco y el momento adecuado para mostrar a Turquía como modelo que compatibiliza democracia e Islam -a pesar de las fallas en su sistema democrático, según Freedom House, y de su cada vez menos moderado secularismo-, justo cuando los jóvenes árabes se habían hartado del autoritarismo vitalicio de sus líderes.


Justamente así lo ha visto I. Kalin, jefe de la asesoría política del premier Erdogan, cuando sentenció que “La primavera árabe fortalece en lugar de debilitar la posición turca en el mundo árabe, y reinvidica la confianza en la nueva estrategia de política exterior de Turquía”. Es que en términos de poder real, Turquía, además de ser miembro de la OTAN -con todo lo que ello significa-, está rankeada en el puesto número 15 en cuanto a la proporción gasto militar-PBI nominal, con un 5,3% de éste último, según The World Factbook de la CIA, y ha estado sofisticando cualitativamente su armamento. Siguiendo, en términos económicos, Turquía estaba, al menos hasta 2010, posicionada en el puesto 17 del mundo, con un PBI nominal de 960.500 millones de dólares, y sin tener en cuenta las situaciones críticas posteriores de países como España o Italia, que aparecen por encima.


Quienes aplauden este desenlace turco, le abren el camino del éxito hacia la cima del mundo árabe e islámico, y hacia conformarse como un nuevo polo de poder regional en un mundo cada vez menos unipolar. Su ya citado poderío económico y sofisticación militar, su a pesar de todo estable sistema democrático, su poder suave -una cultura milenaria que es bien vista por el mundo-, las revueltas árabes y el carisma retórico-populista de Erdogan, todo junto se conjuga en un visto bueno al avance de los turcos en su búsqueda por repetir su propia historia de potencia zonal.


No obstante, quienes son más escépticos se preguntan qué quiere realmente Erdogan, y dudan sobre si su aparente moderación no se traducirá en una cada vez mayor acumulación de poder e influencia entre la vecindad musulmana. Además, desde este punto de vista se podría recalcar la incoherencia en la política exterior de Ankara en tanto que se han puesto del lado de Hamás a la hora de señalar a Israel cada vez que actuaba contra éstos en la Franja de Gaza, mientras ellos mismos invadían Irak con operaciones militares sobre los kurdos.

En todo caso, y sin importar por cuál de estas tendencias nos inclinemos, es relevante, ante todo, dar por hecho el poder y las intenciones de Turquía, a la vez que repensar el rol que está asumiendo en el esquema del equilibrio de poder de todo Medio Oriente. Y, en fin, cuando miremos las noticias; cuando veamos las cartas que tire Erdogan a la mesa, sería interesante tener en cuenta que cada una de esas jugadas es si no parte de una única estrategia, la cual tiene como gran objetivo recolocar a Turquía en el podio de una región y de un mundo que supo, en momentos pasados, mirar desde arriba.

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