Las revueltas en los países árabes tienen un punto en común y muchos matices nacionales. Envueltas en un intento de conseguir más derechos y libertades, lo que ha movido a miles y miles de personas a la calle es algo tan básico como el pan de cada día.
Los gobiernos de estos países se han mostrado incapaces de dar posibilidades de futuro a las nuevas generaciones de jóvenes que se han visto sin trabajo, sin libertad, sin dinero y sin ilusiones.
La crisis económica mundial también ha terminado convirtiéndose en un tapón para el escape migratorio que las antiguas metrópolis suponían para estos jóvenes y han supuesto un incremento de la presión, demográfica y económica, de estos países.
Si a este factor monetario se une la existencia de pseudodemocracias en las que generaciones enteras no han conocido más que a un solo presidente en su vida, donde la represión y la corrupción son parte connatural a los regímenes y donde con sólo girar la mirada aparece todo un mundo abierto a través de las televisiones, de las miles de antenas parabólicas que crecen en estos países y de internet, las revueltas, más o menos calientes, están servidas.
Mientras Occidente no supo ni reaccionar bien ni reaccionar a tiempo. El miedo a que cualquier cambio sea peor llevó a que nadie, ni siquiera los servicios secretos franceses que han entonado el mea culpa, intuyera lo que iba a ocurrir en Túnez.
En un error de cálculo casi generalizado las grandes potencias occidentales, y hasta Israel, han considerado que 'más vale malo conocido que islamista por conocer' pues precisamente ése es el miedo generalizado más allá del Magreb.
La verdad es que cualquier reforma democrática favorecería la situación de estos partidos que, por ejemplo en Egipto o en Jordania, denuncian persecuciones, boicoteos electorales y prohibiciones. Sin embargo, hasta ahora ninguno ha querido asumir cierto protagonismo para no dar excusas a la involución.
Túnez
El régimen de Ben Alí fue el primero en caer. El suicidio, quemándose a lo bonzo, de un joven después de que la policía le quitara su puesto de verduras, su precario medio de vida, encendió todas las alarmas.
Y todo eso en un país con poca carga demográfica comparado con otros estados como Egipto o Marruecos; donde la política no aparece en los menús diarios ni con el té y donde determinadas libertades sociales se han implantado mejor que entre sus vecinos, como los derechos de la mujer.
Como una piedra en un lago, los círculos fueron haciéndose más grandes después de que Ben Alí, su mujer, y su dinero, volaran del país magrebí.
Egipto
Egipto ha sido el primer país en revivir los escenarios que sufrió el Gobierno tunecino, con algunas peculiaridades que añaden más pimienta a la situación: la política sí tiene más arraigo en el día a día de los egipcios, la presión demográfica, étnica y religiosa lleva tiempo atentando con romper el frágil equilibrio y Mubarak, prepotente y anciano, que se cree por encima de figuras menores como la de Ben Alí como para abandonar su templo por la puerta de atrás.
Sin perspectivas de futuro, son de nuevo los jóvenes y las redes sociales, tan importantes en el mundo árabe, los que tiran de este carro de protestas a las que se han sumado, rápidamente, madres que no ven futuro para sus hijos; graduados universitarios que tienen títulos que no valen para nada; emigrantes retornados que no encuentran trabajo en ninguno de los dos continentes... y ahora el ejército.
Y las manifestaciones continúan porque el cese del Gobierno de Egipto en bloque no ha aliviado a un pueblo que quiere un cambio de presidente ya.
Marruecos
Consciente de que la ola de protestas se estaba propagando a la velocidad de la luz, el rey Mohamed VI no ha querido esperar a ver qué podía pasar cuando a algún marroquí se le ocurriera quemarse a lo bonzo.
Lo primero que hizo el monarca es garantizar los precios de los artículos de primera necesidad, como el pan, y prometer una inversión millonaria en creación de empleo, que puede aliviar la crisis económica, además de emprender otras reformas sociales.
Para suerte de Mohamed VI, la situación financiera de Marruecos no es ni la de Túnez ni la de Egipto. Las inversiones europeas en el país magrebí, pese a la crisis de la construcción que les ha golpeado fuertemente; los acuerdos de pesca y la explotación de los recursos minerales mantienen las cuentas relativamente activas.
También Libia ha optado por la inversión, con un fondo de 20.000 millones de dólares para garantizar la vivienda como un derecho, para evitar que el dominó se extendiera y ha ayudado, de paso, a que Argelia, que sigue en un peligroso equilibrio, se mantenga por ahora.
Jordania
En los países árabes que son monarquías, el mismo Marruecos o Jordania, la vida o muerte de un gobierno no supone directamente el desequilibrio del sistema. De hecho, el rey Abdullah ha admitido la dimisión del primer ministro Samir Rifai y ha encargado el Ejecutivo a Marouf Bakhit tras tres viernes seguidos de protestas.
De hecho, el principal partido de la oposición, Frente de Acción Islámica, ya ha asegurado que no quiere un cambio de régimen sino sólo reformas políticas que mejoren la situación del país. No opinan lo mismo los islamistas, en este caso.
Yemen
Las manifestaciones pacíficas de los yemeníes tienen un objetivo claro, que el régimen de Ali Abdulá Saleh, en el poder desde 1978, no se perpetúe más con su hijo y reformas democráticas contra las desigualdades del país.
En un país con un abanico bastante amplio de partidos políticos, incluido a los comunistas del antiguo Yemen del Sur, el Parlamento busca cambios en un país amenazado por ser refugio de grupúsculos de Al Qaeda, presionado por la sombra de Arabia Saudí que no quiere ni una sospecha de desestabilización en su península y con importantes conflictos tribales, una revuelta potente podría suponer un cambio de doloso cambio de régimen.
Arabia Saudí
El delicado estado de salud del rey Abdullah, tratado en EEUU hace apenas unos meses, pudo albergar la sospecha en alguna mente poco clara de que en Arabia Saudí podría haber contagio de revueltas.
El pensamiento tuvo que durar ni dos segundos. Si, como se ha dicho, la economía es el fuego que aviva estas manifestaciones, en Arabia Saudí tienen recursos de sobra como para callar las bocas de las generaciones con menos perspectivas.
De hecho, Abdullah anunció nada más volver a su país, y cuando las manifestaciones en Túnez eran sólo unas protestas casi locales, que iba a iniciar una serie de reformas económicas que hicieran mejorar la situación económica de sus habitantes.
Hablar de Arabia Saudí es hablar de no-política, ni de oposición, ni de derechos ni deberes. Es hablar de familia, lazos de intereses, lealtad tribal y petrodólares, cuatro factores para garantizar la "estabilidad" otros 1.500 años más.
Los gobiernos de estos países se han mostrado incapaces de dar posibilidades de futuro a las nuevas generaciones de jóvenes que se han visto sin trabajo, sin libertad, sin dinero y sin ilusiones.
La crisis económica mundial también ha terminado convirtiéndose en un tapón para el escape migratorio que las antiguas metrópolis suponían para estos jóvenes y han supuesto un incremento de la presión, demográfica y económica, de estos países.
Si a este factor monetario se une la existencia de pseudodemocracias en las que generaciones enteras no han conocido más que a un solo presidente en su vida, donde la represión y la corrupción son parte connatural a los regímenes y donde con sólo girar la mirada aparece todo un mundo abierto a través de las televisiones, de las miles de antenas parabólicas que crecen en estos países y de internet, las revueltas, más o menos calientes, están servidas.
Mientras Occidente no supo ni reaccionar bien ni reaccionar a tiempo. El miedo a que cualquier cambio sea peor llevó a que nadie, ni siquiera los servicios secretos franceses que han entonado el mea culpa, intuyera lo que iba a ocurrir en Túnez.
En un error de cálculo casi generalizado las grandes potencias occidentales, y hasta Israel, han considerado que 'más vale malo conocido que islamista por conocer' pues precisamente ése es el miedo generalizado más allá del Magreb.
La verdad es que cualquier reforma democrática favorecería la situación de estos partidos que, por ejemplo en Egipto o en Jordania, denuncian persecuciones, boicoteos electorales y prohibiciones. Sin embargo, hasta ahora ninguno ha querido asumir cierto protagonismo para no dar excusas a la involución.
Túnez
El régimen de Ben Alí fue el primero en caer. El suicidio, quemándose a lo bonzo, de un joven después de que la policía le quitara su puesto de verduras, su precario medio de vida, encendió todas las alarmas.
Y todo eso en un país con poca carga demográfica comparado con otros estados como Egipto o Marruecos; donde la política no aparece en los menús diarios ni con el té y donde determinadas libertades sociales se han implantado mejor que entre sus vecinos, como los derechos de la mujer.
Como una piedra en un lago, los círculos fueron haciéndose más grandes después de que Ben Alí, su mujer, y su dinero, volaran del país magrebí.
Egipto
Egipto ha sido el primer país en revivir los escenarios que sufrió el Gobierno tunecino, con algunas peculiaridades que añaden más pimienta a la situación: la política sí tiene más arraigo en el día a día de los egipcios, la presión demográfica, étnica y religiosa lleva tiempo atentando con romper el frágil equilibrio y Mubarak, prepotente y anciano, que se cree por encima de figuras menores como la de Ben Alí como para abandonar su templo por la puerta de atrás.
Sin perspectivas de futuro, son de nuevo los jóvenes y las redes sociales, tan importantes en el mundo árabe, los que tiran de este carro de protestas a las que se han sumado, rápidamente, madres que no ven futuro para sus hijos; graduados universitarios que tienen títulos que no valen para nada; emigrantes retornados que no encuentran trabajo en ninguno de los dos continentes... y ahora el ejército.
Y las manifestaciones continúan porque el cese del Gobierno de Egipto en bloque no ha aliviado a un pueblo que quiere un cambio de presidente ya.
Marruecos
Consciente de que la ola de protestas se estaba propagando a la velocidad de la luz, el rey Mohamed VI no ha querido esperar a ver qué podía pasar cuando a algún marroquí se le ocurriera quemarse a lo bonzo.
Lo primero que hizo el monarca es garantizar los precios de los artículos de primera necesidad, como el pan, y prometer una inversión millonaria en creación de empleo, que puede aliviar la crisis económica, además de emprender otras reformas sociales.
Para suerte de Mohamed VI, la situación financiera de Marruecos no es ni la de Túnez ni la de Egipto. Las inversiones europeas en el país magrebí, pese a la crisis de la construcción que les ha golpeado fuertemente; los acuerdos de pesca y la explotación de los recursos minerales mantienen las cuentas relativamente activas.
También Libia ha optado por la inversión, con un fondo de 20.000 millones de dólares para garantizar la vivienda como un derecho, para evitar que el dominó se extendiera y ha ayudado, de paso, a que Argelia, que sigue en un peligroso equilibrio, se mantenga por ahora.
Jordania
En los países árabes que son monarquías, el mismo Marruecos o Jordania, la vida o muerte de un gobierno no supone directamente el desequilibrio del sistema. De hecho, el rey Abdullah ha admitido la dimisión del primer ministro Samir Rifai y ha encargado el Ejecutivo a Marouf Bakhit tras tres viernes seguidos de protestas.
De hecho, el principal partido de la oposición, Frente de Acción Islámica, ya ha asegurado que no quiere un cambio de régimen sino sólo reformas políticas que mejoren la situación del país. No opinan lo mismo los islamistas, en este caso.
Yemen
Las manifestaciones pacíficas de los yemeníes tienen un objetivo claro, que el régimen de Ali Abdulá Saleh, en el poder desde 1978, no se perpetúe más con su hijo y reformas democráticas contra las desigualdades del país.
En un país con un abanico bastante amplio de partidos políticos, incluido a los comunistas del antiguo Yemen del Sur, el Parlamento busca cambios en un país amenazado por ser refugio de grupúsculos de Al Qaeda, presionado por la sombra de Arabia Saudí que no quiere ni una sospecha de desestabilización en su península y con importantes conflictos tribales, una revuelta potente podría suponer un cambio de doloso cambio de régimen.
Arabia Saudí
El delicado estado de salud del rey Abdullah, tratado en EEUU hace apenas unos meses, pudo albergar la sospecha en alguna mente poco clara de que en Arabia Saudí podría haber contagio de revueltas.
El pensamiento tuvo que durar ni dos segundos. Si, como se ha dicho, la economía es el fuego que aviva estas manifestaciones, en Arabia Saudí tienen recursos de sobra como para callar las bocas de las generaciones con menos perspectivas.
De hecho, Abdullah anunció nada más volver a su país, y cuando las manifestaciones en Túnez eran sólo unas protestas casi locales, que iba a iniciar una serie de reformas económicas que hicieran mejorar la situación económica de sus habitantes.
Hablar de Arabia Saudí es hablar de no-política, ni de oposición, ni de derechos ni deberes. Es hablar de familia, lazos de intereses, lealtad tribal y petrodólares, cuatro factores para garantizar la "estabilidad" otros 1.500 años más.
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