Ivan Krastev - Mark Leonard
La cumbre franco-ruso-alemana de Deauville ha esbozado un nuevo orden geopolítico europeo: a la visión clásica de una UE flanqueada por la OTAN que se dilata hacia el Este la sustituye una Europa de tres polos, donde Rusia, Turquía y la Unión desarrollan cada una su propia política de vecindad, en competencia. LEER ARTICULO: TURQUIA IMPARABLE...
La cumbre de seguridad de esta semana entre Nicolas Sarkozy, Angela Merkel y Dmitri Medvédev corrió siempre el peligro de quedarse en nada. Francia deseaba algo espectacular, Alemania algo razonable, Rusia algo que pudiera negociar.
Así las cosas, era difícil que se produjera una convergencia de intenciones. Pero la reunión celebrada en Deauville, en el norte de Francia, podría quedarse en una nada con consecuencias. Cuando los historiadores miren atrás, éste podría ser el momento en que los líderes afrontaron el hecho de que están viviendo en una Europa multipolar.
El hecho mismo de que la cumbre tuviera lugar pone fin al solipsismo de la Unión Europea. Durante la década de 1990, muchos pensadores creyeron que Europa se estaba convirtiendo en un continente “posmoderno”, que ya no dependía de equilibrios de poder. Se daba mucha menos relevancia a la soberanía popular y a la separación entre asuntos internos y externos. La UE y la OTAN se expandirían gradualmente hasta que todos los Estados europeos quedaran integrados en esta forma de hacer las cosas. Hasta hace poco, parecía que eso era lo que estaba ocurriendo. La Europa central y oriental se transformaron, Georgia y Ucrania asistían a manifestaciones populares pro-occidentales, y Turquía avanzaba con paso seguro hacia la integración.
Hacia una Europa multipolar
La cumbre franco-ruso-alemana de Deauville ha esbozado un nuevo orden geopolítico europeo: a la visión clásica de una UE flanqueada por la OTAN que se dilata hacia el Este la sustituye una Europa de tres polos, donde Rusia, Turquía y la Unión desarrollan cada una su propia política de vecindad, en competencia. LEER ARTICULO: TURQUIA IMPARABLE...
La cumbre de seguridad de esta semana entre Nicolas Sarkozy, Angela Merkel y Dmitri Medvédev corrió siempre el peligro de quedarse en nada. Francia deseaba algo espectacular, Alemania algo razonable, Rusia algo que pudiera negociar.
Así las cosas, era difícil que se produjera una convergencia de intenciones. Pero la reunión celebrada en Deauville, en el norte de Francia, podría quedarse en una nada con consecuencias. Cuando los historiadores miren atrás, éste podría ser el momento en que los líderes afrontaron el hecho de que están viviendo en una Europa multipolar.
El hecho mismo de que la cumbre tuviera lugar pone fin al solipsismo de la Unión Europea. Durante la década de 1990, muchos pensadores creyeron que Europa se estaba convirtiendo en un continente “posmoderno”, que ya no dependía de equilibrios de poder. Se daba mucha menos relevancia a la soberanía popular y a la separación entre asuntos internos y externos. La UE y la OTAN se expandirían gradualmente hasta que todos los Estados europeos quedaran integrados en esta forma de hacer las cosas. Hasta hace poco, parecía que eso era lo que estaba ocurriendo. La Europa central y oriental se transformaron, Georgia y Ucrania asistían a manifestaciones populares pro-occidentales, y Turquía avanzaba con paso seguro hacia la integración.
Hacia una Europa multipolar
Hoy sin embargo la perspectiva de un orden europeo unipolar se está disipando. Rusia, que nunca vio con buenos ojos la ampliación de la OTAN o de la UE, es lo bastante poderosa para reclamar abiertamente una nueva arquitectura de seguridad. Turquía, frustrada por la forma como algunos Estados de la UE han bloqueado las negociaciones de integración, se orienta cada vez más hacia una política exterior independiente y trata de jugar un papel más relevante. Añadamos a esto el hecho de que Estados Unidos —ocupado en resolver sus problemas con Afganistán, Irán y el crecimiento de China— ha dejado de ser una potencia europea a tiempo completo, y la perspectiva de una Europa multipolar parece cada vez más probable.
El resultado es que en lugar de un único orden multilateral centrado alrededor de la UE y la OTAN, asistimos al surgimiento de tres polos —Rusia, Turquía y la UE—, todos ellos desplegando “políticas de proximidad” orientadas a influir sobre sus respectivas y superpuestas esferas de influencia en los Balcanes, la Europa oriental, el Cáucaso y Asia central. Sin duda resulta improbable que se produzca una guerra entre las grandes potencias. Pero la competición es cada vez más intensa y las instituciones existentes fueron incapaces de prevenir la crisis de Kosovo en 1998-99, frenar la carrera armamentística en el Cáucaso, prevenir los cortes en el suministro de petróleo a la UE en 2008, evitar la guerra ruso-georgiana o reducir la inestabilidad en Kirguizistán en 2010, por no hablar de resolver otros de los llamados conflictos “congelados” del continente.
La paradoja central es que la UE ha dedicado buena parte de la última década a defender un sistema que sus propios gobiernos perciben como disfuncional. Así, hicieron oídos sordos a las demandas de Moscú de entablar conversaciones de seguridad para defender el estatus quo. Pero a la vista de que las instituciones formales han terminado por quedar encalladas por causa de las rivalidades, es cada vez más frecuente que la UE, Rusia y Turquía se las salten. Por ejemplo, algunos Estados miembros de la UE reconocieron la independencia de Kosovo a pesar de la oposición rusa; Rusia reconoció la independencia de Abjazia y de Osetia del Sur a pesar de la oposición de la UE; y Turquía cooperó con Brasil en la elaboración de una respuesta a la amenaza nuclear de Irán sin consultar con la OTAN. Con su defensa de un orden ilusorio, los líderes europeos se arriesgan a crear un verdadero desorden.
La UE sin representación conjunta
En este punto es donde entra en escena la cumbre de Deauville. El orden del día es el correcto, pero no la lista de participantes. Pensamos que en lugar de negociar un nuevo tratado u organizar otra reunión entre París, Berlín y Moscú, la UE debería establecer un “diálogo a tres” informal que trate sobre la seguridad con las potencias que la definirán en el siglo XXI: Rusia y Turquía. Si la UE propusiera un foro de este tipo, rompería con sus respuestas defensivas a la propuesta de Medvédev en 2008 de crear un nuevo tratado de seguridad.
Al dar a Turquía un lugar oficial en la mesa —en paralelo con sus negociaciones de integración— los líderes de la UE podrían contribuir a mantener viva la identidad europea de Turquía, a la vez que controlan tanto a la potencia dura como a la blanda dentro de su zona de proximidad. Y si a las conversaciones asistiera Lady Ashton —la jefa de la política exterior de la UE— en lugar de Berlín y París, los Estados miembros pondrían fin a la anomalía de que la UE, uno de los principales proveedores de seguridad de Europa, no esté representada en ninguna de las instituciones de seguridad del continente.
La UE necesita un nuevo enfoque estratégico, no dirigido a evitar la guerra entre las potencias europeas sino a ayudarlas a vivir conjuntamente en un mundo donde ocupan un lugar más periférico y donde un vecino en crisis puede resultar tan peligroso como uno poderoso. El objetivo debería ser crear una Europa trilateral en lugar de una tripolar. Establecer un diálogo a tres informal podría dar nueva vida al viejo orden institucional y —parafraseando a Lord Ismay— contribuir a mantener la UE unida, una Rusia post-imperial y una Turquía europea.
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