El 20 de enero, la población de Crimea (península en la costa norte del Mar Negro) celebra el Día de la República Autónoma de Crimea.
Sin embargo, el nombre de la fiesta contiene un cierto matiz de falsedad. Ese mismo día, hace 20 años, en 1991, en esta península se convocó lugar un referéndum en el que el 93% de la población se pronunció a favor de la República Autónoma Socialista Soviética de Crimea, entidad federativa de la URSS. Pero en febrero, el Soviet Supremo de Ucrania, entonces república socialista soviética, adoptó una ley para restaurar a Crimea como parte de la república de Ucrania.
Una lucha por soberanía
Así la voluntad del pueblo y los resultados del plebiscito fueron ignorados. Esta situación era muy habitual en aquella época de cambios. Un ejemplo similar, sólo que de mayor trascendencia, ocurrió el 17 de marzo de aquel mismo año, cuando se celebró otro referéndum en toda la URSS. De los 185,6 millones de ciudadanos con derecho a voto, participaron 148,5 millones, es decir el 79,5 %, y el 76% de ellos optaron por conservar la Unión Soviética. Meses después, ya poca gente recordaba aquel referéndum, hoy, todo el mundo lo ha olvidado.
La pregunta del plebiscito en Crimea fue formulada de manera muy directa: ¿quiere Ud., habitante de Crimea, vivir en una república independiente perteneciente a la URSS y no como autonomía dentro de la República Socialista Soviética de Ucrania? Kiev, sin embargo, se las ingenió para impedir la separación de la península a pesar de la resistencia de su capital, Simferópol.
La lucha continuó tras la independencia de Ucrania. Después de la desintegración de la URSS en diciembre de 1991, los diputados del Soviet Supremo (parlamento) de Crimea votaron tres veces por la disposición sobre la soberanía de su república, dos veces adoptaron una Constitución donde estaba escrito originalmente que “Crimea forma parte de Ucrania a base de un tratado y convenios”. Pero Kíev renunció categóricamente a cualquier fórmula de compromiso, anuló cualquier ley y declaración que contradijera a la Ley fundamental ucraniana.
Hora de Moscú
La lucha culminó en otoño de 1993, cuando en Crimea se instauró, en contra de la Constitución de Ucrania, el cargo de presidente. En febrero de 1994 se celebraron unas elecciones que ganó el jurista Yuri Meshkov. Su programa político se basaba en la afinidad y aproximación a Rusia. Meshkov no se refería directamente a la separación de un estado e integración en el otro. Sólo prometía introducir a Crimea en la zona rublo, concertar con Moscú una unión político-militar, conceder a los habitantes de Crimea la ciudadanía rusa y fijar la hora de Moscú.
Pero logró cumplir sólo la última promesa. Aun así, la hora de Moscú no se mantuvo allí durante mucho tiempo. Meshkov mismo desempeñó la presidencia menos de un año. Kíev suprimía cualquier intento de independencia, emprendido por Simferópol, fuera en el grado que fuera. Meshkov iba perdiendo su popularidad. Finalmente resultó un político débil que estropeó las relaciones con todos sus compañeros del bloque que le había postulado, y en enero de 1995 se fue a Moscú donde sigue trabajando en la Academia de Derecho.
Quienes luchaban por la independencia de Crimea, esperaban que Rusia les tendiera la mano. Pero todo fue en vano. Los políticos rusos tenían muchos otros problemas: Boris Yeltsin peleaba contra Gorbachov, luego, contra el Soviet Supremo (parlamento), resolviendo al mismo tiempo los conflictos con algunas entidades federadas. Sonaron declaraciones como: “tomen tanta soberanía cuanta puedan tragarse”.
Las autoridades ucranianas oyeron el mensaje, pero no permitieron que Crimea tragara ni una sola gota de soberanía. Esta palabra fue eliminada de la Constitución de la república peninsular.
No encontramos un nuevo Adenauer
La única ayuda de Rusia se centró en enviar consejeros a Crimea. Meshkov promovió como viceministro al famoso economista moscovita, Evgueni Saburov, ya desgraciadamente difunto, que estuvo en el cargo ocho meses, pero no logró restablecer la economía local de la crisis. Fue cesado bajo la presión de Kiev bajo el pretexto oficial de no querer renunciar a la ciudadanía rusa.
Saburov se marchó, literalmente huyó de la península con gran alivio. Su equipo no le ayudaba a realizar reformas y se negaba a obedecerle. Los verdaderos amos de la situación eran los empresarios locales.
Existe un chiste al respecto, en el cual Saburov lamenta en una entrevista no haber logrado encontrar en Crimea a un Adenauer local, refiriéndose al primer canciller de la República Federal de Alemania que restableció la economía de la Alemania independiente después de la Segunda Guerra Mundial. Un empresario local de mucha influencia, al oír un apellido desconocido para él, dijo: “¿A quién no ha logrado encontrar Ud.? No se preocupe, nosotros le encontraremos en un periquete”.
Dejando al margen a figuras del fuste de Adenauer, el problema es que Crimea no ha logrado encontrar un político lo suficientemente fuerte como para poner orden, en lugar de estar luchando estérilmente por la soberanía de la península. Siempre era evidente que Ucrania nunca lo permitiría y que Rusia no iniciaría ninguna rencilla por el particular, y mucho menos una guerra, con su vecino debido a Crimea y Sebastopol.
Sebastopol, la manzana de la discordia
En este sentido, Sebastopol no forma parte de la república de Crimea sino que obedece a Kíev directamente. Hay que señalar que allí se localiza la Flota rusa del Mar Negro. La Constitución ucraniana no contempla la estancia de tropas extranjeras en su territorio, pero en este caso se hizo una excepción y se firmó un tratado internacional, vigente hasta el año 2017.
En un periodo de deterioro de las relaciones entre los dos Estados, Sebastopol y la Flota se convirtieron en la manzana de la discordia. Algunos políticos ucranianos se apresuraron a reclamar la retirada de la Flota del Mar Negro de la cómoda bahía de Sebastopol. Moscú respondió que en la época soviética Sebastopol era una ciudad de importancia federal y no formaba parte de la República Socialista Soviética de Ucrania, por lo cual no debía formar parte de la nueva Ucrania independiente.
Desde el punto de vista jurídico, ninguna de las dos posturas se sostiene. En primer lugar, ya en 1978 fue adoptada la nueva Constitución, según la cual Sebastopol es considerada una ciudad de subordinación republicana y no nacional. Además, el tratado entre Rusia y Ucrania de 1997 no contiene ninguna estipulación respecto a Sebastopol. De esta forma, las declaraciones de ambas partes son pura demagogia.
En política, entre las palabras y los hechos hay una distancia enorme. Las declaraciones de que Sebastopol es una ciudad rusa no tienen nada que ver con mandar la tropa para apoderarse de ella. En la Ucrania de Yúschenko pretendían no ver esta distancia y muchos políticos marginales de la autonomía apostaban por este conflicto. Todo fue en vano. Con el cambio del presidente y la llegada al poder de Víctor Yanukóvich todos los problemas relativos de la Flota rusa fueron resueltos por vía negociada, “en un ambiente amistoso”.
La península no es un país extranjero
Crimea sigue siendo una república autónoma dentro de Ucrania. Su idioma oficial es el ucraniano. Al ruso, que, según las estadísticas, es utilizado por el 97% de la población, le han otorgado el estatus de “lengua de comunicación”.
Hoy en día, casi nadie valora las posibilidades de la independencia de la península. En realidad, no tendría sentido. Para la población local, Crimea nunca ha dejado de ser parte de Rusia. Además, para visitarla, los rusos no necesitan ni pasaporte, ni visado.
Sin embargo, la autonomía está muy lejos de prosperar. La península sobrevive sólo gracias al turismo procedente de Rusia y Ucrania. El flujo de turistas tiende a decrecer, ya que el servicio es caro, pero malo, al nivel soviético de hace treinta años. Por otra parte, la vida se concentra en la estrecha franja de la costa, quedando desolado el interior de la península.
La república de Crimea sigue afrontando muchos problemas, no sólo de carácter político y lingüístico, sino, ante todo, económico. Pero ahora su solución les incumbe a los habitantes de la península y las autoridades de Kiev.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI
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