Jim O'Neill
La cumbre anual de los BRICS es una ocasión ideal para que líderes políticos como Vladimir Putin promuevan una visión de un mundo que Estados Unidos no lidere, pero cada año también se confirma que la agrupación no tiene ningún propósito real más allá de generar gestos simbólicos y retórica elevada.
LONDRES – Este mes, el presidente ruso, Vladimir
Putin, será el anfitrión de la cumbre BRICS 2024 (Brasil, Rusia, India, China y
Sudáfrica). Será la primera reunión anual que incluya a los cuatro nuevos
miembros que se sumaron el año pasado (Egipto, Etiopía, Irán y los Emiratos
Árabes Unidos), y se dice que muchos otros países también participarán. Pero
¿Cuál será el resultado?
En un principio, los BRIC eran un acrónimo que utilicé
(en 2001) para describir las que consideraba las principales economías
emergentes del mundo. Pero el ex ministro de Asuntos Exteriores ruso, Igor
Ivanov , y su homólogo brasileño, Celso Lafer , tuvieron la idea de aprovechar
mi nombre y los BRIC se convirtieron en un foro político, al que se sumó
Sudáfrica en 2009.
Sin duda, Putin aprovechará la cumbre de este año para
mostrar al mundo que no está tan aislado como los gobiernos occidentales
quieren que esté. Es una ocasión ideal para que él y otros líderes promuevan
una visión de un mundo que Estados Unidos no lidere. Pero vale la pena señalar
que otros dos países que se esperaba que se sumaran al BRICS ampliado no lo
hicieron. Después de aceptar originalmente la invitación, Argentina cambió de
postura tras la elección de Javier Milei como presidente en 2023; y Arabia
Saudita todavía no decidido qué hará.
Se puede adivinar por qué el Reino se muestra
reticente a sumarse. Todavía valora su alianza en materia de defensa y
seguridad con Estados Unidos, y esos vínculos se fortalecerán aún más si alguna
vez normaliza las relaciones con Israel. Más concretamente, no está claro qué
pueden ganar los saudíes, o cualquier otro país, con la membresía en el BRICS.
Sin duda, hay oportunidades para sacarse fotos. Los
líderes del BRICS+ pueden estar al lado de Putin y denunciar la escasa
representación de sus países en muchas de las grandes organizaciones de
gobernanza global. Lo hacen todos los años y parece ser uno de los únicos
logros reales que surgen de cada reunión.
Mientras tanto, los BRICS no han hecho nada para
lograr un cambio organizacional o estructural significativo dentro de las
instituciones internacionales. De hecho, han hecho exactamente lo contrario.
Debido a la evolución de la geopolítica en torno a Ucrania y al ascenso de
líderes más nacionalistas en Occidente y dentro de los BRICS, las instituciones
internacionales se han vuelto aún menos efectivas.
El hecho es que los desafíos verdaderamente globales
no pueden abordarse mediante agrupaciones estrechas como los BRICS (o el G7,
para el caso), y esto seguirá siendo así sin importar cuántos miembros se
añadan. Lo que realmente necesitamos es un G20 renovado, que demostró ser muy
eficaz en sus primeros días, tras la crisis financiera de 2008. A pesar de ser
bastante grande ( incluye a todos los miembros del G7 y los BRICS), refleja
mejor el mundo de hoy en todas sus complejidades.
Además, no me queda claro que los BRICS hayan
compartido alguna vez un propósito más allá del simbolismo. Hay muchas áreas en
las que podrían emprender acciones colectivas para beneficiar a sus miembros y
al resto del mundo. Entre ellas, se incluyen, entre otras, la promoción de un
comercio más libre entre ellos (y otros) y la asunción de compromisos más
firmes para combatir el cambio climático y las enfermedades infecciosas. Es
cierto que el lanzamiento del Nuevo Banco de Desarrollo –que originalmente se
llamó Banco BRICS– fue un avance positivo, pero la institución nunca ha tenido
un mandato claro y poderoso vinculado a objetivos compartidos.
La cumbre de 2024 seguramente incluirá muchas
declaraciones elevadas sobre la creación de una alternativa para desafiar el
sistema monetario global basado en el dólar estadounidense. Pero hasta que los
miembros clave –en particular China– no se tomen en serio la apertura de sus
propias cuentas de capital y mercados financieros, eso no va a suceder.
De la misma manera, hasta que los dos miembros más
importantes, China y la India, puedan acordar cooperar en iniciativas
conjuntas, los BRICS prácticamente no tendrán posibilidades de cumplir sus
ambiciones declaradas. Tal como están las cosas, estas dos grandes potencias
siguen siendo rivales históricos y llevan años enzarzadas en escaramuzas
militares a lo largo de la frontera del Himalaya.
Por todas estas razones, el BRICS+ no llegará a nada.
Parece que la mezcolanza de nuevos miembros no fue seleccionada por razones
estratégicas de largo plazo, sino porque se los puede convencer. Egipto,
Etiopía e Irán pueden estar entre las 12 mayores economías emergentes en términos
de población, pero no son las más dinámicas; de igual modo, los Emiratos Árabes
Unidos son mucho más ricos que los demás, pero son un país muy pequeño. ¿Dónde
están México, Indonesia y las otras economías asiáticas interesantes de las 12
principales?
La respuesta poco importa. Incluso si se sumaran
(junto con Bangladesh, Nigeria, Pakistán, Filipinas, Turquía, Corea del Sur y
Vietnam), el resultado sería poco más que cumbres más grandes. El G20 seguiría
siendo el vehículo más apropiado y eficaz para el multilateralismo.
Jim O'Neill, ex presidente de Goldman Sachs Asset Management y ex ministro del Tesoro del Reino Unido, es miembro de la Comisión Paneuropea de Salud y Desarrollo Sostenible.
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