Por Emilio Cárdenas | Para LA NACION
En la inusual teocracia iraní, las elecciones presidenciales son ciertamente absolutamente distintas de las de las democracias. Por lo general, todo lo que ocurre en torno a ellas está siempre cuidadosamente planeado y hasta coreografiado. Aunque, no por ello, como veremos, necesariamente exento de sorpresas.
En primer lugar, los candidatos sólo pueden competir si ellos son, previamente, autorizados a hacerlo por el Consejo de los Guardianes, un organismo cercano al líder supremo de Irán, el Ayatollah Ali Khameni, compuesto por doce teólogos y juristas, que tiene por misión la de vetar a todos quienes el organismo suponga carecen de la conducta y de la ortodoxia de principios que se requieren para que ningún candidato pueda resultar una amenaza de cambio sustantivo, ni represente peligro serio alguno para el futuro de la teocracia.
Por ello en la reciente elección presidencial iranítan sólo ocho de los varios centenares de candidatos que en su momento se presentaron fueron aprobados.
Entre los descalificados estuvieron nada menos que el propio candidato o delfín del presidente saliente Mahmoud Ahmadinejad y el ex presidente Akbar Hashemi Rafsanjani , de 78 años, uno de los políticos más poderosos de Irán, que además tiene una fortuna personal realmente incalculable.
En segundo lugar, porque las campañas electorales iraníes son inusualmente cortas. De apenas dos semanas, en rigor. Lo que hace que las diferencias en los discursos con frecuencia se diluyan.
Y, finalmente, porque desde 2009 -cuando se declarara fraudulentamente reelecto al presidente Ahmadinejad- en momentos en los que sus rivales, los reformistas (también llamados los "verdes") habían ganado las elecciones, lo cierto es que nadie está demasiado seguro de que el veredicto de las urnas será finalmente respetado por el poder religioso.
En la represión de 2009, recordemos, hubo cien muertos y, desde entonces, el candidato presidencial de los reformistas, Mir-Hossein Moussavi, ha estado detenido, con arresto domiciliario. Aislado totalmente, como castigo a su infructuoso desafío.
Esta vez, pese a que se esperaba que buena parte de los 50 millones de iraníes autorizados a votar no lo hicieran, lo cierto es que la concurrencia de electores fue muy alta. Del orden del 80%. Como si, a último momento y pese a todo, muchos hubieran decidido ejercer sus derechos políticos. A la manera de ratificación de su individualidad. Y de defensa del margen de libertad que aún poseen, lo que, en sí mismo, parece haber conferido alguna legitimidad a la amañada consulta electoral.
Lo sucedido es consecuencia de algo inesperado que ocurrió apenas tres días antes de los comicios. En lo que fuera un excelente movimiento táctico que aparentemente descolocó a los candidatos fundamentalistas, los moderados y reformistas decidieran unificarse y volcar todo su apoyo al único religioso entre todos los candidatos. A Hassan Rohani. Para ello, hasta el otro candidato de perfil también moderado, Mohammad-Reza Aref, renunció repentinamente a su candidatura, dando un paso al costado y permitiendo la unificación de los votos opositores, que resultó clave para el triunfo de Rohani.
Apenas eso sucediera, dos influyentes ex presidentes de Irán, Mohammad Khatami y Akbar Hashemi Rafsanjani, endosaron -abierta y públicamente- a Rohani, ungiéndolo así, claramente, en la única opción de la oposición moderada.
Cabe señalar que, en cambio, los candidatos fundamentalistas, divididos y enfrentados por sus ambiciones, no pudieron unificar a su grupo. Por esto, los tres principales candidatos conservadores compitieron unos contra otros, dividiendo a los votantes que prefieren esa visión dura, inflexible.
El ahora declarado triunfador, Hassan Rohani, tiene 64 años. Es, como hemos dicho, clérigo. Pertenece a los más altos estamentos de la teocracia. Es, además, el preferido de la juventud, de las mujeres y de la clase media urbana, grupos todos con una notoria sed de cambio.
Pragmático, Rohani ha prometido preparar y hacer sancionar una "Carta de Derechos Civiles", particularmente en defensa de los derechos de las mujeres, así como mejorar la relación del país de los persas con el resto del mundo.
En política exterior promete flexibilidad y pragmatismo. Rohani es una suerte de experimentada paloma que ha demostrado ser capaz de volar y sobrevivir en un mar de halcones. Se lo considera un dirigente contemporizador, por oposición a un polarizador.
Por esto, no es imposible que procure que Irán pueda, paso a paso, salir de su actual actitud de aislamiento e intransigencia en el escenario internacional y consensuar soluciones para las cuestiones abiertas con la comunidad internacional.
Su elección, sin embargo, implica -al menos por el momento- la defunción del cuestionado acuerdo alcanzado por nuestras autoridades con Irán respecto del caso del atentado perpetrado contra la AMIA en el que se sospecha hubo participación tanto de Hezbollah, como de Irán. Pero, ausente en más Ahmadinejad, no se pueden descartar nuevas perspectivas respecto de nuestra región toda. Aunque lo cierto es la cercanía política del ex presidente Rafsanjani, uno de los imputados por el fiscal Alberto Nisman en la causa de la AMIA, con Rohani.
Por lo demás, la influencia política del duro y provocador presidente saliente, Mahmoud Ahmadinejad, va camino a diluirse. Quizás, rápidamente.
Además, Rohani procurará previsiblemente salir lo más pronto posible de la grave crisis económica que aflige al pueblo iraní, abiertamente descontento con tener que convivir con una inflación del 32,2% anual, con una tasa de desocupación de casi el 12% y un nivel de pobreza que hoy incluye al 40% de la población iraní. Lo que es consecuencia de la incapacidad de la gestión de Ahmadinejad y de las fuertes sanciones económicas dispuestas por los Estados Unidos y la Unión Europea que han generado que un país que hace unos pocos años exportaba unos 2 millones de barriles de crudo por día, hoy apenas exporte unos 900.000 barriles diarios; menos de la mitad, entonces. Con todas sus consecuencias.
Habrá que esperar a que el triunfo de Rohani en las urnas se consolide. Y a que se conozca la composición final del gabinete.
Pero, mucho cuidado, la teocracia iraní no necesariamente peligra. Ni está frente a reformas inminentes. Rohani es, claramente, un hombre de su riñón, que, no obstante, deberá adaptar de alguna manera no sólo su prédica, sino también su estilo y andar, a las exigencias de la mayoría de la gente, que ha insistido en exteriorizar su disconformidad.
Para la paz del mundo, incluyendo Medio Oriente, en principio, el triunfo de Rohani parece una buena noticia. Sin que nada, absolutamente nada, esté asegurado.
Pero del discurso agresivo, cabe presumir, Irán podría pasar a uno más componedor, cortés y hasta más razonable. Uno que quizás permita encontrar algunas soluciones para los delicados problemas -y muy serias preocupaciones- que tiene que ver con Irán y la paz y seguridad del mundo y que se han arrastrado por años, para preocupación de muchos.
Me refiero particularmente a aquellas que tienen que ver con el peligroso programa nuclear iraní, que debe tenerse como una gravísima y directa amenaza a la referida paz y seguridad internacionales. Y a la incansable exportación del odio y la violencia que lamentablemente ha caracterizado a los años de gestión de un Ahmadinejad que muy pronto dejará de estar en el escenario grande del mundo..
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