lunes, 13 de mayo de 2013

UNA EUROPA DEMASIADO ALEMANA

ESGLOBAL 
Ulrike Guérot



Ulrich Beck, que es alemán y sociólogo, ha escrito un libro que seguramente muchos europeos estarán deseando leer, porque el título expresa la sensación que tienen. German Europe habla de una Europa que es cada vez más alemana, no solo en lo económico sino también en lo político, y cuya base de poder se inclina sin duda del lado alemán: la política germana de austeridad domina todos los debates, las preferencias alemanas tienen prioridad en las estructuras de gobierno europeo, las decisiones alemanas son las que se acaban tomando, llevando a la práctica e imponiendo en las reuniones del Consejo Europeo. 

En otras palabras, todo el continente sigue los pasos de los alemanes. En la actualidad, el país tiene la mejor situación económica y dirige Europa, por así decir, un hecho que, de forma explícita o implícita, va en detrimento de los sistemas económicos y políticos de los demás Estados europeos.

 Es una opinión que pocos comparten en Alemania: los alemanes se han sentido víctimas durante toda la crisis del euro, porque pagan los gastos de los países del sur, porque su adorada cláusula de “nada de rescates” en el Tratado de Maastricht ha quedado devaluada en la práctica con las últimas decisiones sobre el Mecanismo Europeo de Estabilidad y el anuncio del BCE de que va a intervenir en los mercados cuando sea necesario.

 En el país casi nadie piensa que Europa se ha vuelto más germana. Al contrario, en los círculos conservadores del país, pero no solo en ellos, existe un sentimiento muy extendido de que Europa está alejándose de una concepción alemana como la que se expresaba en el Tratado, de los orígenes de Maastricht y la concepción inicial del euro. Y, por cierto, los alemanes nunca han querido salirse de Europa. Lo que quieren es que los demás obedezcan sus normas. Una gran Suiza alemana: mucho dinero y poca política.

El libro de Ulrich Beck es sobre todo un ejercicio de traducción, más en concreto un ejercicio de traducción cultural, y una lectura de la política alemana con ojos europeos. En este sentido, incluye una dosis de reproches y críticas a Alemania por no respetar a los otros, por su falta de comprensión. 

La obra sorprenderá a muchos alemanes, sin duda. Durante el último mes ha habido cierto debate -aunque escaso- sobre la hegemonía alemana en algunas publicaciones selectas, intelectuales y de izquierdas, pero nunca ha llegado de verdad a los medios de masas, a pesar de las caricaturas de Angela Merkel caracterizada como Hitler que aparecieron en Grecia y Chipre tras las perniciosas decisiones políticas en dichos países. 

En general, los alemanes corrientes, no siempre muy informados sobre las interdependencias o las interconexiones de las economías europeas, se han mostrado en algunos casos orgullosos -de manera más o menos inocente- de que su país haya conseguido salir tan bien parado de la crisis del euro, o, en otros, con un sentimiento de superioridad por las decisiones económicas de Alemania, en particular las reformas económicas, que los demás Estados europeos deberían copiar, sin pensar demasiado en que haya que cambiar radicalmente el comportamiento de Alemania en Europa y la UE. 

La obra de Beck parte precisamente de este sentimiento de satisfacción y egocentrismo. Pretende sacar al lector alemán de cierta seguridad sobre el relato nacional de la eurocrisis, que domina desde hace meses, a menudo de manera autista, la perspectiva alemana sobre lo que está sucediendo. 

Es decir, el libro muestra al electorado alemán los cambios que ha sufrido la política europea de Alemania, que se han producido de forma más tácita que abierta, más lenta que rápida, más a regañadientes que a propósito, pero que, en conjunto, Europa recibió bastante bien: el más destacado, el abandono del antiguo método comunitario para pasar al denominado método de la Unión, que Beck describe como el nuevo panorama de poder en Europa. Hoy, como dice el libro, Europa tiene un número de teléfono, que es el de Merkel. El mensaje es que Berlín es la nueva Bruselas. Lo que precisamente provoca más resentimiento en la mayoría de los europeos es algo de lo que los alemanes, en general, ni se han dado cuenta. Según Beck, Alemania, en una situación casi shakespeariana, es la que decide el sein (ser) o nicht-sein (no ser) de Europa. 

 Beck trata de reescribir para los lectores alemanes las repercusiones de las decisiones políticas de Alemania sobre sus vecinos europeos; unos lectores que, en efecto, todavía están en pleno proceso de descubrir que esas decisiones -desde la economía hasta la Energiewende (el abandono de la energía nuclear)- repercuten en todo el continente y que, cuando Alemania varía sus políticas, los demás países europeos, o bien se adaptan, o tienen problemas e incluso sufren por ello. 

 Además, el autor arroja una luz diferente sobre el relato alemán habitual de la crisis del euro, que todavía sigue siendo ante todo, para muchos alemanes, una crisis provocada por el gasto excesivo. Beck empieza por poner ese diagnóstico en tela de juicio e insiste en que ya había una crisis financiera antes de que se convirtiera, según la interpretación alemana, en una eurocrisis. 

 De hecho, se apresura a señalar cuál es el verdadero problema de la crisis actual, es decir, la falta de un gobierno europeo fuerte, que habría podido abordar los fallos estructurales del sistema del euro: el hecho de que Europa tiene una democracia incompleta, el círculo vicioso entre la deuda de la banca y la deuda de los Estados, el problema de que los bancos actúan en igualdad de condiciones en Europa pero las consecuencias de su caída se pagan a escala nacional. 

En resumen, el problema de que la nación-Estado europea no puede arreglar la crisis del euro, mientras que, al mismo tiempo, estúpidamente y en el peor momento posible, la crisis del euro está fomentando un resurgir del nacionalismo en todas partes, incluida Alemania, que corre a refugiarse a los brazos del nacionalismo constitucional o económico, y o bien dicta las normas de la situación económica o se esconde tras los tribunales para no tener que hacer lo que debería.

 Beck lo llama la metamorfosis de lo político, que es de hecho el reinado de lo no político: no existe alternativa a las decisiones tomadas, las cosas ocurren por sí solas, la tecnocracia de las instituciones europeas lleva el sistema del pacto fiscal al semestre europeo, el objetivo no es necesariamente una mayor integración de Europa ni el desarrollo de visiones audaces sobre el futuro del continente, sino hacer justo lo necesario para evitar la desintegración y la ruptura del euro. Eso significa, en un sentido muy maquiavélico si nos fiamos de Ulrich Beck, que a Merkel no le importa que en Europa la quieran. Quiere que Europa funcione, a costa de cargarse la democracia europea.

El verdadero poder alemán es ahora “apolítico”, y a Alemania le parece muy bien, porque siempre se le ha responsabilizado del cruel abuso del poder nacional que ha ejercido a lo largo de la historia. El nuevo poder apolítico (económico) se instaura a la chita callando, no emplea amenazas, no necesita armas, es ágil y no le hace falta ocupar ningún territorio, pero es omnipresente. 

Los demás países europeos expresan a menudo su frustración, para no decir resignación, ante esta nueva forma de guerra económica, pero la resistencia es mínima, porque peor que ser arrollados por el dinero alemán es no ser arrollados por el dinero, los créditos ni la ayuda de Alemania. En este sentido, Beck subraya que la resistencia de Merkel -la tan criticada política de “demasiado poco y demasiado tarde”- forma parte de esa misma estrategia: hacer esperar mucho a los países facilita que acepten unas condiciones perjudiciales. Es una estrategia de desgaste, que se corresponde con la paciencia y los nervios de acero de Merkel. 

Desde la publicación de este libro, hace un par de meses, el debate ha evolucionado algo. Alemania ha empezado a sentir las presiones y a hacer concesiones, por ejemplo, respecto al nivel de sus salarios; y en Europa muchos prevén que habrá algunos cambios políticos más después de las próximas elecciones generales, y que el país avanzará hacia un mayor gasto en crecimiento, una Europa más social y más integración fiscal. 

 Si eso ocurre, también será sin duda porque libros como este de Ulrich Beck habrán enseñado a los lectores alemanes no solo que una Europa alemana es insostenible a largo plazo, sino también que Alemania tiene mucho que perder si no mantiene una actitud de compromiso hacia la integración europea.

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