miércoles, 21 de septiembre de 2011

Occidente ya no es Occidente



JOSÉ MARÍA RIDAO



Brasil, Rusia, India y China, los llamados BRIC, han decidido salir al rescate de la economía mundial, que corre el riesgo de naufragar por la crisis de la deuda que se abate sobre los países de la zona euro y Estados Unidos. No es tanto un movimiento generoso de los países emergentes hacia las potencias económicas declinantes, como una decisión en la que el interés propio coincide milimétricamente con el ajeno.

Una eventual ruptura del euro o una improbable aunque no imposible quiebra norteamericana afectaría gravemente a los BRIC y, en particular, a China, la potencia con mayores reservas invertidas en deuda soberana de las principales economías mundiales. En la hipótesis dantesca de un colapso financiero mundial es difícil predecir quiénes serían los ganadores; los perdedores, en cualquier caso, serían los países en quiebra y, a continuación, sus acreedores.

El anuncio de que los BRIC contribuirán a aliviar la tensión sobre las deudas europeas y norteamericana tiene una lectura política, e incluso mitológica, más allá de la estrictamente económica. "La facultad de conducir la historia no es una propiedad perpetua -escribió el historiador francés Ernest Lavisse a principios del siglo XX-. Europa, que la heredó de Asia hace tres milenios, quizá no la conserve para siempre".


Lavisse no aspiraba a formular una profecía, sino a recordar una constante: lo mismo que se conquista, la supremacía se pierde. La perdieron los asirios a favor de los persas y estos en beneficio de los macedonios, quienes, a su vez, acabaron cediéndola a los romanos.


En tiempos más recientes no fue distinto: del imperio español la supremacía pasó al británico y, tras la Segunda Guerra Mundial, del británico al americano, que durante medio siglo la defendió frente al soviético, finalmente vencido. Si el desenlace de este último conflicto hubiera sido el contrario, no solo la historia del mundo habría seguido otros derroteros. Además, habría recibido un rotundo desmentido la profecía contenida en el Libro de Daniel, según la cual el imperio del mundo, la facultad de conducir la historia, que decía Lavisse, pasaría de unos pueblos a otros ajustándose a la rotación del sol, siempre de Este a Oeste. Es en este punto donde la lectura política de la decisión de los BRIC podría solaparse con la mitológica: según la profecía del Libro de Daniel, en estos momentos el imperio del mundo le correspondería de nuevo a Asia, después de haber completado una rotación de tres milenios por otros continentes.

Las especulaciones sobre el declive del imperio americano y la emergencia de China han llevado, hasta fecha reciente, vidas paralelas, sin ninguna intersección. Se hablaba de una cosa y se hablaba de la otra, pero, por lo general, no se acertaba con argumentos capaces de vincular de manera convincente ambos procesos.


El aire de misterio en el que durante más de un siglo se envolvieron los juicios sobre China, sobre su despertar o sobre lo que se llegó a llamar el peligro amarillo, aparece descrito con una sobriedad tan cómica como certera en una escena de En busca del tiempo perdido.


Proust hace evocar al narrador una anodina velada, en torno a 1880, en la que Mme. de Guermantes, la anfitriona, había permanecido contra su costumbre silenciosa y ensimismada, despachando los requerimientos de sus invitados con desganados monosílabos. "A uno de ellos que se atrevió a preguntarle tímidamente la causa de su preocupación -escribe Proust, le había respondido adoptando un tono grave: "La Chine m'inquiète".


En una velada semejante, aunque contemporánea, es probable que la nueva Mme. de Guermantes, o su equivalente masculino o femenino, no dijese "me inquieta China", sino "me asombra China", y que acto seguido se lanzase a desgranar las cifras del portentoso crecimiento de su producto interior bruto y a hacer pronósticos sobre el año preciso en el que ocupará el primer puesto de la economía mundial.

Las especulaciones sobre el imperio americano han sido, por su parte, más el objeto de ideólogos aislados o encuadrados en esos modernos templos de la ortodoxia que encarnan los think-tanks, que de artistas dispuestos, como Proust, a desenmascarar de un solo trazo los prestigios fundados en la adopción de un tono grave para hablar de asuntos relacionados más con los pronósticos que con la experiencia. Aun así, esos artistas han existido, y su presencia se hace más evidente si las obras que produjeron se contemplan, como es posible contemplarlas ahora, a la luz de los acontecimientos posteriores.

Cuatro años antes del hundimiento de la Unión Soviética, en 1986, un cineasta canadiense, Denys Arcand, dirigió una película en la que, como Proust con respecto a China, se hace eco de un estado de opinión que comenzaba a filtrarse entre susurros desde los círculos supuestamente informados: justo cuando parecía alcanzar el apogeo de su poder, solo desafiado por Moscú, el imperio americano estaba iniciando su declive.

El declive del imperio americano será, precisamente, el título de la película de Arcand, que no trata del paso de un mundo bipolar a otro multipolar, ni sobre la democracia liberal, ni la economía de mercado como estadios finales de la historia, materias sobre las que se volcarán obsesivamente los ideólogos, aislados o encuadrados en think-tanks, durante los años siguientes. Arcand sugiere con ironía que, como en una vieja explicación moralizante de la caída de Roma, el imperio americano estaría en peligro porque instituciones que reverenciaba como sagradas -el matrimonio o la universidad, en la trama de la película- son solo débiles fachadas frente a los más elementales instintos humanos, como el sexo.


En la siguiente película, Las invasiones bárbaras, estrenada en 2003, esto es, cuatro años antes de la quiebra de Lehmann Brothers y la crisis financiera mundial, Arcand, siempre desde la ironía, muestra cómo esas instituciones son aún más débiles al desaparecer la Unión Soviética. Sindicatos corporativos que solo defienden los intereses de sus afiliados, por una parte, y jóvenes tiburones de las finanzas, por el otro, imponen su sed de dinero y de poder, mucho más peligrosa, mucho más desestabilizadora para las viejas reglas y las viejas instituciones, que aquellos elementales instintos humanos.

El primer ministro chino, Wen Jibao, hizo recientemente un resumen preliminar de las condiciones que los países de la zona euro y Estados Unidos tendrían que cumplir para que su país, y el resto de los BRIC, acudieran al rescate de lo que siguen llamando Occidente, estableciendo, así, la intersección que faltaba entre el declive del imperio americano y la emergencia de China. A partir de la crisis de la deuda, ambos procesos han dejado de llevar vidas paralelas y se ha establecido entre ellos una férrea relación de causalidad en la que más poder para China implica menos poder para Estados Unidos y, por descontado, para Europa.


Wen Jibao colocó sus demandas a europeos y norteamericanos bajo la rúbrica general de "poner la casa en orden", una metáfora que, después, concretó en cuatro puntos, "llevar a cabo políticas monetarias responsables y efectivas, manejar de forma adecuada los problemas de deuda, garantizar la seguridad y la operación estable de las inversiones en el mercado y mantener la confianza de los inversores en todo el mundo".


La importancia de estas condiciones no radica en su contenido, una lista de enunciados que, como los de otro personaje de Proust, el diplomático Norpois, "carecen de réplica porque carecen de realidad". Es otra cosa lo que revelan, previa y más significativa que el contenido: la recién adquirida capacidad de China y, por extensión, del resto de los BRIC, para imponer condiciones a quienes detentaban hasta este momento el imperio del mundo, la facultad de conducir la historia.

La expresión "me sorprende China", trasunto contemporáneo de aquella otra de Mme. de Guermantes, "me inquieta China", muestra sin proponérselo la medida de las renuncias políticas que, en nombre de las imperiosas necesidades económicas derivadas de la insensata gestión inspirada por la utopía neoliberal, está provocando la crisis. Coincidiendo con las declaraciones de Wen Jibao sobre la deuda europea y norteamericana, que tanto alivio produjeron entre los Gobiernos y en los mercados, cuatro personas fueron ejecutadas en China, el país del mundo que mayor número de penas de muerte dicta y aplica al año, seguido por Irán y Arabia Saudí.


Las pocas voces oficiales que se levantaban antes de que Wen Jibao acudiera al rescate de las deudas europeas y norteamericana han callado o, peor aún, han cedido al discurso de la excepcionalidad china, de acuerdo con el cual, la represión y la falta de libertades son un tributo político razonable si se compara con el prodigio de su desarrollo económico.

El fondo del razonamiento no es diferente si, en lugar de la situación interna de China, se pasa a la de Rusia, el otro miembro de los BRIC que cuenta con un puesto permanente en el Consejo de Seguridad y una indiscutida presencia en el escenario internacional. Tras una legislatura fuera de la jefatura del Estado, asegurada entre tanto por uno de sus fieles, Dimitri Medvedev, Valdimir Putin podría presentarse de nuevo a las próximas presidenciales en Rusia, perpetrando a plena luz del día un fraude de ley que no excluye, sino que anticipa, el que, además, podría producirse en el desarrollo de la campaña e, incluso, en las urnas.


Gracias a las ingentes reservas de gas de las que dispone Rusia, y que su Gobierno viene sistemáticamente manejando con criterios estratégicos y no tanto comerciales, el caso Litvinenko, el asesinato de Anna Politovskaya o tantos otros episodios tenebrosos han caído en el olvido. ¿Qué sucederá si, aparte del gas, la Rusia de Putin aumenta su poder económico a través de las deudas europeas y norteamericana?

De acuerdo tanto con la profecía del Libro de Daniel como con la constante señalada por Lavisse, el Occidente que detentaba el imperio del mundo, la facultad de conducir la historia, está dejando de ser el que era.

En la lectura mitológica que se sobrepone a la política, el poder del nuevo Occidente le viene del que, ajustándose a la rotación del sol, habría comenzado a quedar en el Este, más que un punto cardinal inamovible, un cementerio en el se van incesantemente precipitando los viejos órdenes políticos y los ideales que los alimentaron. En su inabarcable extensión yacen todos confundidos, los que aseguraron la libertad y la prosperidad, los que lo intentaron y no lo consiguieron y, también, los que empujaron a la destrucción y la barbarie. La película de Denys Arcand que siguió a Las invasiones bárbaras y que cerró la trilogía comenzada con El declive del imperio americano, se titula La edad de las tinieblas. Solo cabe esperar que semejante título no sea premonitorio.

La pregunta decisiva


El grupo de los BRIC arrancó con una reunión en la ciudad rusa de Ekaterimburgo en 2009, donde se fijaron los límites y los objetivos de esta fórmula de cooperación entre Brasil, Rusia, India y China. El límite era solo uno, y consistía en no dotar al grupo de una estructura permanente, manteniéndolo como un mecanismo informal de reuniones sucesivas. La próxima tendrá lugar esta semana en Washington, y en ella los BRIC esperan concretar su ayuda para combatir la crisis de la deuda en la zona euro y en Estados Unidos. Los objetivos, en cambio, eran múltiples y ambiciosos, y no puede decirse que la evolución internacional no esté favoreciendo su consecución. Dos de los cuatro países del grupo, China y Rusia, son miembros permanentes del Consejo de Seguridad. India y Brasil, por su parte, entienden que deberían serlo, por lo que proponen una profunda reforma del sistema de Naciones Unidas.

Para lograrlo, el apoyo de China y de Rusia no es suficiente, pero constituye un punto de partida capaz de colocar cualquier proyecto de reforma patrocinado por los BRIC en una situación incomparablemente mejor que la de otros grupos regionales, incluida la propia Unión Europea.

La crisis de las deudas europeas y norteamericana constituye una oportunidad para que los BRIC puedan avanzar en otro de sus objetivos más ambiciosos: el establecimiento de una moneda de referencia diferente del dólar y el euro, tal vez una cesta que ofrezca mayor estabilidad al sistema. Las dificultades de la Unión Europea y de Estados Unidos para controlar las últimas turbulencias parece avalar la pretensión de los BRIC, que al mismo tiempo se verían gravemente perjudicados si alguna de las grandes economías cayera en bancarrota.

La consolidación de un entorno internacional crecientemente favorable a la estrategia de los BRIC no puede hacer que se pierdan de vista las debilidades del grupo. No sólo la heterogeneidad de sus regímenes políticos, sino también la imposible homologación de algunos de ellos con los sistemas democráticos, es una sombra que puede amenazar, bien su cohesión, bien el modelo de relaciones internacionales que están contribuyendo a establecer.

En algún momento, países como India o Brasil tendrán que decidir la distancia política que desean seguir recorriendo en compañía de China y Rusia, sobre todo si Putin vuelve a la presidencia. En cuanto al modelo de relaciones internacionales, no tardará el día en el que las potencias económicas hoy declinantes se tengan que hacer la pregunta decisiva: la excepcionalidad que se admite en algunos regímenes políticos, ¿vale solo para los BRIC o debería generalizarse?

No hay comentarios: