viernes, 1 de abril de 2011

NUEVA SEGURIDAD PARA ÁFRICA


Oladiran Bello

Manuel Manrique


La ausencia esta semana de la Unión Africana (UA) en la Conferencia Internacional de Londres sobre Libia, pone de manifiesto la división y los frágiles fundamentos de la asociación de seguridad de África con la Unión Europea. Las estrategias de Occidente respecto al norte del continente africano se han visto trastornadas por las revueltas populares contra los gobernantes autoritarios de toda la región.


El desacuerdo de la UA con la coalición militar en Libia representa, sin duda, el ejemplo más claro, hasta ahora, del contagio de la inestabilidad geopolítica en el mundo árabe. Como la acción militar de la coalición y la guerra civil continúan en territorio libio, las preguntas serían: cómo conformarán estos sucesos los procesos políticos de África y cómo la comunidad internacional debe responder a las posibles consecuencias negativas que puedan tener lugar a largo plazo.


Las preocupaciones de la UE en materia de seguridad, sorprendentemente, se han mantenido en el Sáhara –el flujo de inmigración ilegal, el extremismo islámico, el narcotráfico y el crimen organizado. Si los intereses generales compartidos terminan con víctimas colaterales como las de los combates de esta semana, el partenariado de seguridad que tan meticulosamente ha desarrollado Bruselas con la UA y los Gobiernos subsaharianos se podría desbaratar, socavando con peligro, el espíritu de colaboración implementado por Europa y África en la última década.


Numerosos países africanos, como Sudán, Gabón, Camerún, Senegal y Yibuti, han sido ya escenarios de protestas. En Etiopía y Zimbabue, los regímenes han tomado medidas preventivas para evitar disturbios, incluido el arresto de 46 personas en Harare por ver vídeos de los sucesos del norte de África.


En Uganda, están prohibidas las manifestaciones desde las elecciones de febrero y el presidente Yoweri Museveni declaró que no iba a haber "ningún movimiento como el de Egipto" en el país. Incluso en Angola, cuyo Estado se sostiene gracias a los ingresos del petróleo, hubo protestas la semana pasada. Sin embargo, no parece que las revueltas masivas se vayan a extender en realidad hacia el sur ni que un virus de la libertad imparable, causante de transiciones democráticas, vaya a infectar al resto del continente. En primer lugar, a medida que la violencia se mantiene en Libia, los posibles rebeldes, que aspiraban a tener unas revoluciones sin sangre, empiezan a pensárselo dos veces. En segundo lugar, existen diferencias importantes de dinámica política entre las dos regiones de África. La principal es que las presiones locales y de Occidente en los 90 empujaron a los dictadores subsaharianos a suavizar su entorno político y convocar elecciones periódicas, aunque manipuladas. Los regímenes autoritarios y monopartidistas cortaron de raíz las demandas de reformas democráticas reales con la adopción teórica de sistemas políticos de múltiples partidos. Y esos gobernantes, en la actualidad, mantienen a raya a la oposición política y las protestas de la sociedad civil mediante un hábil despliegue de favoritismo de estado. Lo irónico es que esas medidas fueron perspicaces, vistas a posteriori. Hoy, el África subsahariana tiene más variedad política que el mundo árabe: el espectro político de la región tiene cabida para el fraude electoral habitual, las democracias huecas y los sistemas representativos funcionales. De esa forma se ha contenido la frustración y la desesperanza justo por debajo del punto de ebullición que hizo que estallaran estos regímenes. Las estructuras semidemocráticas y autoritarias que existen desde Gambia hasta Uganda hacen que las perspectivas de que las diversas oposiciones se hagan con el poder, varíen de muy favorables a inexistentes. Las estrategias de cooptación son frecuentes y sólo unos pocos países, como Guinea Ecuatorial y Eritrea, han cerrado el espacio político en un grado equiparable al de Egipto y Túnez. Es verdad que el detonante inmediato de las revueltas árabes ha sido el fracaso interno de los Gobiernos, pero otra cosa que los regímenes subsaharianos se han ahorrado es el elemento añadido de las complicaciones geopolíticas características de Oriente Medio, que tanto habían desacreditado a los Estados de la región. Además, los países subsaharianos tienen más variedad étnica y, por tanto, carecen de la relativa homogeneidad racial y lingüística que ha permitido la movilización en masa de los árabes. Aun así, sería insensato negar la posibilidad de que las protestas se extiendan hacia el sur o puedan contribuir a aumentar la inestabilidad. Aunque, el prestigio internacional de Gadafi está seriamente dañado, todavía tiene numerosos contactos en el África subsahariana. Eso, posiblemente, quiere decir que su desaparición podría disminuir la probabilidad de guerras civiles como la de Liberia en los 90, en la que financió a los rebeldes, y desestabilizar los regímenes patrocinados por él, como el de Idriss Déby en Chad. Dado que éste suministra una parte importante del presupuesto operativo de la UA, su caída podría dejar a la organización panafricana sin un duro.


En ese caso, Bruselas tiene que estar dispuesta a ofrecer el dinero necesario para mantener las labores de paz de la UA en países como Somalia y Sudán, en su frontera Norte-Sur, cada vez más inestable. Por supuesto, de ser así, los acontecimientos del norte del continente podían crear incertidumbres y más inestabilidad en toda la región y más allá. Tanto si las perspectivas de paz y seguridad de la UA mejoran como si no, es fundamental que los Veintisiete y el resto de la comunidad internacional aprendan a reaccionar ante las consecuencias a corto y medio plazo para los intereses de seguridad que comparten con África.


Esta semana, las diferencias con la UA no han ayudado. Un fuerte vacío de poder en Libia podría servir para que las redes criminales y terroristas crecieran en Mauritania, Malí, Argelia y Níger. La futura Estrategia para el Sahel de la UE y las políticas relacionadas deben volver con urgencia a examinar las contingencias. Para la Unión, las preocupaciones más urgentes son las posibles consecuencias de un conflicto prolongado, debido a que los esfuerzos individuales de la coalición y el fracaso de los rebeldes no logren derrocar a Gadafi, o si a su muerte le sigue una incertidumbre como la iraquí. Esto incrementaría el riesgo de una llegada masiva de refugiados a Europa. Asimismo, hay que pensar en la posibilidad de que la dinámica subsahariana influya en la situación del norte de la región.


Para empezar, la resistencia del dictador libio a las protestas ha sido posible gracias a un núcleo duro de combatientes, miembros de sus unidades de seguridad presidencial y mercenarios que, por lo visto, proceden en su mayoría del África negra. Segundo, entre las masas de refugiados que huyen de Libia -hacia el oeste, el sur y a través del Mediterráneo-, hay una cantidad significativa de subsaharianos. En esas circunstancias, la comunidad internacional debe trabajar para conseguir la rápida resolución del conflicto, mientras que, al mismo tiempo, ha de mantener unidos a los diferentes actores de la coalición. Será crucial tener el empeño político combinado con un temperamento multilateral. Además de esto, la UE debe estar atenta a otro aspecto muy importante: Bruselas y los Gobiernos nacionales no pueden afrontar la crisis humanitaria con las soluciones habituales, sin dañar aún más el prestigio de Europa.


La violencia desatada y las informaciones veraces sobre los ataques indiscriminados contra los africanos de raza negra en Libia, hacen que sea preciso considerar la posible llegada de refugiados como una situación de emergencia y tomar las medidas apropiadas para afrontarla. Como demostró Somalia en los 90, no basta con aplicar a una intervención la etiqueta de "humanitaria".


La comunidad internacional debe comprometerse a mantener la legitimidad de las sanciones de Naciones Unidas sobre la intervención y también asegurarse de que esto, efectivamente, pone fin al conflicto. Ha de estar preparada para acoger en Europa a todos los desplazados que sea necesario. Si no es así, es posible que este episodio represente un nuevo varapalo para la ya desacreditada política europea de asilo y de fronteras. Por otra parte, las revueltas del norte de África podrían influir en la evolución de las tendencias actuales en Sudán, sobre todo porque su peculiar carácter árabe entre los Estados del sur y su vinculación a la dinámica del mundo árabe en general. El presidente sudanés, Omar al Bashir, ya ha declarado, para aplacar a los opositores, que no se presentará a la reelección cuando acabe su mandato en 2015. Está por ver que eso vaya a bastar para salvar su régimen, pero la distracción o incluso la pérdida de tiempo por culpa de actores externos mientras se desbarata todo lo ganado con el referéndum de Sudán del Sur, parece una posibilidad real. Con la atención periodística y diplomática puesta en Libia, la UE no debe olvidarse de la situación en Costa de Marfil, donde el punto muerto que impera desde las elecciones ha vuelto a agitar el espectro de la guerra civil. Un millón de personas han sido desplazadas, y la difícil situación económica se ve agravada por una nueva oleada de violencia en todo el país. Es imperativo dar un impulso diplomático y ejercer presión militar para llevar los combates a su fin. Esta dinámica recuerda a los sucesos de Libia y, sin embargo, la comunidad internacional le presta mucha menos atención. Guinea Bissau y Zimbabue, dos países estancados desde hace mucho tiempo, también tienen por delante unos meses críticos; y en 2011 se celebrarán unas elecciones complicadas en Camerún, Chad y Nigeria. Para abordar estas crisis, tanto las reales como las posibles, la UE no debe limitarse a los planes a escala continental. Dada la complejidad de la mayoría de los conflictos y la necesidad de respuestas rápidas, sería prudente combinar los acuerdos existentes con otros ad hoc, caso por caso. Y Bruselas debe aprender también a reaccionar de manera más ágil y firme. Conectar con las nuevas movilizaciones cívicas en toda África y defender la libertad de prensa en el contexto de las nuevas herramientas de comunicación son medidas que constituirán un buen punto de partida para la Unión y otros socios internacionales.

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