jueves, 28 de abril de 2011

Hay que parar la guerra libia (y 3)




Por William R. Polk


Qué clase de gobernante ha sido Gadafi? El presidente estadounidense Ronald Reagan, en expresión inolvidable, calificó a Gadafi de “perro loco de África”. Su implicación en el atentado contra un club nocturno en Berlín y, sobre todo, contra el avión de la Pan American que estalló sobre suelo de Escocia fueron enérgica y legítimamente condenados. De todos modos, tampoco puede decirse que Gadafi inventara el terrorismo.


La CIA intentó asesinar a Nasser, asesinó a Lumumba, derribó gobiernos y estuvo mezclada en diversas operaciones de información tendenciosa, de hecho propaganda maliciosa. Como dijo el presidente Ronald Reagan, quería que Gadafi “se fuera a la cama todas las noches pensando en lo que podríamos hacer nosotros”.

En realidad, muchos gobiernos llevan a cabo campañas de propaganda maliciosa, componendas y acciones violentas ocultas. El MI6 británico y el KGB soviético se sumaron –de hecho prácticamente lo inventaron– a este juego peligroso. Y tuvieron numerosos seguidores. Pero además de los gobiernos había mercenarios.


Un grupo bajo instigación británica intentó derribar el Gobierno de Gadafi y matarle a él en el verano y otoño de 1970. Por si necesitara que se le convenciera, le enseñaron que el mundo real se parecía más al mundo de ficción del espía 007 de Ian Fleming que ese otro de discursos respetuosos de la ley y el derecho internacional de la asamblea general de las Naciones Unidas. Gadafi, indudablemente, era un verdadero adicto.

Siendo él mimo uno de ellos, Gadafi se sentía fascinado por los revolucionarios. Se identificaba con ellos. Aportó fondos a varios grupos revolucionarios, entre ellos ETA, los activistas de la intifada palestina, el IRA irlandés y el Frente Moro Islámico de Liberación filipino.

Todos estos episodios fueron ampliamente aireados en su día pero, haciendo honor a la verdad, hay que decir que existe un lado más luminoso del historial de Gadafi. Gradias al petróleo, el líder volcó dinero a espuertas en proyectos y más proyectos para elevar el nivel de vida de la población, sumida en lamentable pobreza bajo el régimen monárquico. Bajo el régimen de Gadafi, Libia mostró un notable grado de desarrollo en casi todos los terrenos: educación, sanidad, infraestructuras y creación de puestos de trabajo habitualmente con loable sentido de justicia social.

Pese a sus apariciones a menudo estrambóticas, aplicó un juicioso programa basado en los citados ingresos del petróleo. Básicamente, prolongó la política de la monarquía garantizando que ninguna empresa pudiera controlar Libia al tiempo que gradualmente intensificaba el control libio sobre todas ellas.


En lo tocante a los asuntos políticos, era menos pragmático. Como los gobernantes de otros países autoritarios, China, Egipto, Siria, Irán y otros, Gadafi no estaba dispuesto a consentir participación ni intromisión alguna en la tarea de gobierno. De acuerdo, su pueblo podía vivir bien, e incluso hacerse rico, pero no se le permitiría cuestionar su autoridad.

Si estos datos ofrecen algunos indicios sobre la juventud de Gadafi y, en parte, durante sus años como gobernante de Libia, habría que preguntarse qué le ocurrió para que apareciera vestido de forma estrafalaria y se comportara de forma imprevisible en los últimos años.


La explicación habitual decía que se había vuelto loco. Personalmente, creo más probable que el servilismo de que se ven rodeados los gobernantes, sobre todo los que ejercen el poder absoluto, fomenta las conductas excéntricas que en ocasiones bordean la locura. Pero la pregunta más interesante, me permito apuntar, no es cómo vestía sino qué hacía.


La respuesta radica más bien en que fue víctima de su propio éxito. Se enriqueció en exceso, se comportaba exageradamente a la manera de un rey y, al igual que muchos estadistas en disposición de ostentar el máximo poder, empezó a creer en su propio mito. En suma, se convirtió en el envejecido rey Idris contra el que, de joven, había luchado.

En consecuencia, ¿dónde estamos ahora? ¿Qué puede suceder con probabilidad tras los ataques aéreos? En el peor de los casos, los combates proseguirán. El mando de la fuerza aérea estadounidense ha advertido que resulta improbable que las operaciones aéreas por sí solas vayan a derrotar al Gobierno libio y la secretaria de Estado, se supone que hablando en nombrte del presidente Obama, ha descartado una invasión terrestre. Resulta evidente, al menos hasta el momento presente, que incluso contando con poderoso apoyo los rebeldes no han logrado derrotar al régimen. Y aunque las deserciones hayan sido llamativas, son limitadas.

Aun cuando los grupos de la oposición fueran armados por las potencias occidentales, tengo la corazonada de que Gadafi se remontaría a los tiempos de su mentor beduíno, Omar al Muqtar, inspirándose en su trayectoria para librar una guerra de guerrillas. Si esta posibilidad se convierte en realidad, me da la impresión de que Francia y Gran Bretaña, bajo paraguas de la OTAN o no, decidirán intervenir con fuerzas terrestres. Si es así, me temo que tal iniciativa provoque a los leales a Gadafi de las diversas tribus en lugar de calmarlos.


Debemos ser conscientes de que Libia, como Afganistán, posee una sociedad tribal y los miembros de las tribus son gente de Gadafi. Será muy difícil, o tal vez incluso imposible para la oposición, formada de población costera, tratar con los habitantes de la enorme área interior del país.

El precio que pagarían los libios por una guerra de guerrillas sería enorme.


A ello hay que añadir el coste financiero para Europa y Estados Unidos. Es imposible disponer de cifras precisas, como las que seguimos teniendo en el caso de Afganistán e Iraq, pero nos dicen que la guerra ha costado hasta ahora a Estados Unidos, como mínimo, la suma de cien millones de dólares al día.


No sólo EE.UU., atrapado en su deuda exterior en unión de sus problemas internos, sino también Francia, Gran Bretaña, España y otros países miembros de la UE luchan denodadamente con sus graves déficit económicos y recortan programas que la mayoría de sus respectivas ciudadanías consideran esenciales para mantener un nivel de vida aceptable.


El ataque contra fuerzas libias ya ha añadido un suplemento de unos veinte dólares diarios al coste de barril de petróleo. Si se mantiene así, la onda expansiva desbaratará los intentos de reducir los combustibles sucios, como el carbón y el petróleo de esquisto, acelerando así el proceso del cambio climático.

Podría haber consecuencias aún peores. Los dirigentes de otros países que se plantean o pueden plantearse la cuestión nuclear se preguntarán si es sensato dar por buena la decisión de Gadafi de adoptar la opción no nuclear. ¿Sería hoy atacado Gadafi en caso de haber seguido adelante y haber construido armamento nuclear? Juzgo improbable que cualquier potencia hubiera atacado a una Libia dotada de armamento nuclear. E, indudablemente, no es el mensaje que queremos enviar a los países en condiciones de fabricar armamento nuclear pero que aún no lo han hecho.

En consecuencia, para evitar una prolongada guerra de guerrillas, para evitar más daños infligidos a la economía mundial, incluida la española, y para evitar alentar la proliferación de armamento nuclear, hace falta detener inmediatamente esta guerra. Y la única manera de hacerlo es a través de la negociación.

Los posibles frutos de tal negociación distarán, indudablemente, de ser perfectos. En el mejor de los casos, se traducirá en pasos modestos hacia la democracia y los derechos civiles; cualquier otro resultado sería mucho peor.



Por William R. Polk, miembro del consejo de planificación política del Departamento de Estado durante la presidencia de John F. Kennedy.

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