Nadie puede seguir especulando a estas alturas que un islamismo oxidado o Al Qaeda están organizando entre bambalinas una revolución en los países árabes. Las manifestaciones son de carácter pacífico, desideologizadas, interclasistas, intergeneracionales, seculares y además introducen un elemento novedoso que es la utilización de los medios digitales. Ni tan siquiera claman contra Occidente o Israel, pues giran entorno a las dos reinvindicaciones más básicas que pueden hacer digno a un pueblo y a su sistema de organización social: mejoras de vida y unas libertades públicas plasmadas a través de un sistema político democrático.
La emergente población árabe, mayoritariamente joven, sin miedo y preparada para afrontar los retos que le espera, ha cambiado los cimientos sobre los que se sustentaba la realpolitik entre Oriente y Occidente, y abre con brío un new age en las relaciones internacionales. Con las revoluciones del mundo árabe la historia no terminó en Berlín, como auguró un profético Fukuyama en los 80, ni padece las fallas que Huntington pronóstico en los 90 (la civilización árabe rechazando los valores democrático y seculares). Hoy la historia se mueve a pasos agigantados y trastoca los cimientos de la realpolitik que consagró Kissinger apoyando a dictaduras satélites servilistas a los intereses de Occidente. A partir de ahora Occidente tendrá que esforzarse por ganarse a estos países con mayor respeto y consideración hacia sus peticiones.
Mantener un status quo como única vía para contener el fastasma del islamismo violento o del terrorismo ya no tiene sentido, tanto en Túnez como en Egipto estaban empezando a penetrar células de Al Qaeda. De hecho, el terrorismo, y sobre todo el de Al Qaeda, se alimenta y sobrevive de Estados fallidos sin control democrático ni libertades.
La emergente población árabe, mayoritariamente joven, sin miedo y preparada para afrontar los retos que le espera, ha cambiado los cimientos sobre los que se sustentaba la realpolitik entre Oriente y Occidente, y abre con brío un new age en las relaciones internacionales. Con las revoluciones del mundo árabe la historia no terminó en Berlín, como auguró un profético Fukuyama en los 80, ni padece las fallas que Huntington pronóstico en los 90 (la civilización árabe rechazando los valores democrático y seculares). Hoy la historia se mueve a pasos agigantados y trastoca los cimientos de la realpolitik que consagró Kissinger apoyando a dictaduras satélites servilistas a los intereses de Occidente. A partir de ahora Occidente tendrá que esforzarse por ganarse a estos países con mayor respeto y consideración hacia sus peticiones.
Mantener un status quo como única vía para contener el fastasma del islamismo violento o del terrorismo ya no tiene sentido, tanto en Túnez como en Egipto estaban empezando a penetrar células de Al Qaeda. De hecho, el terrorismo, y sobre todo el de Al Qaeda, se alimenta y sobrevive de Estados fallidos sin control democrático ni libertades.
El terrorismo no tiene modo de supervivencia ante sistemas democráticos, donde unos poderes controlan a otros y prima el Estado de derecho. La red de Bin Laden -que asfixiada por el hostigamiento en Afganistán y la recuperación en Irak se ha visto obligada a buscar nuevos hábitats en los Estados frágiles del Sahel- va a encontrarse con un tapón en el norte de África ante las nuevas democracias que se abren paso. Estas son la mejor iniciativa contraterrorista y supera con creces a todas las puestas en marcha hasta la fecha. La democracia deja a Al Qaeda más desarmada que las operaciones de combate.
El régimen de Mubarak alentó un subterfugio islamista al reprimirlo, que ha llenado la ausencia del Estado ante el aumento de las desigualdades (al igual que han hecho Hamás y Hezbolá). Sin embargo, no puede confundirse el islamismo político de los Hermanos Musulmanes, del que han emanado facciones más o menos violentas de acuerdo a los acontecimientos de la historia, con la reciente penetración de células terroristas vinculadas a Al Qaeda. La misma red de Bin Laden ha renegado del islamismo que representan los Hermanos Musulmanes y Hamás. El islamismo político de Al Bana, fundador de esta organización islamista egipcia, era de corte parlamentarista y es de esperar que evolucionen hacia esta vía.
Si con la emergencia de las economías asiáticas, india y brasileña, y el nuevo entedimiento entre EE UU y Rusia en el seno de la nueva estrategia de la OTAN, se está avanzando hacia un mundo multipolar, hoy también deberíamos agregar a las nuevas democracias árabes, que van a reclamar en el futuro su puesto e influencia en las relaciones internacionales.
El régimen de Mubarak alentó un subterfugio islamista al reprimirlo, que ha llenado la ausencia del Estado ante el aumento de las desigualdades (al igual que han hecho Hamás y Hezbolá). Sin embargo, no puede confundirse el islamismo político de los Hermanos Musulmanes, del que han emanado facciones más o menos violentas de acuerdo a los acontecimientos de la historia, con la reciente penetración de células terroristas vinculadas a Al Qaeda. La misma red de Bin Laden ha renegado del islamismo que representan los Hermanos Musulmanes y Hamás. El islamismo político de Al Bana, fundador de esta organización islamista egipcia, era de corte parlamentarista y es de esperar que evolucionen hacia esta vía.
Si con la emergencia de las economías asiáticas, india y brasileña, y el nuevo entedimiento entre EE UU y Rusia en el seno de la nueva estrategia de la OTAN, se está avanzando hacia un mundo multipolar, hoy también deberíamos agregar a las nuevas democracias árabes, que van a reclamar en el futuro su puesto e influencia en las relaciones internacionales.
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