miércoles, 9 de febrero de 2011

Europa sin ambiciones

RIA Novosti

Columna semanal por Fiodor Lukiánov*

Las perturbaciones políticas de África del Norte han puesto de manifiesto la impotencia de la Unión Europea (UE) como fuerza política internacional. Tampoco es una gran noticia. A pesar de las reiteradas deliberaciones acerca del creciente papel internacional de la Unión Europea (UE), en el curso de los últimos diez años Europa se ha centrado mayormente en sus problemas internos.

El último proyecto a nivel internacional inspirado por la UE fue la lucha relacionada con el cambio climático, pero para Europa resultó un fracaso. El liderazgo del proyecto fue retomado por EEUU y los grandes países en desarrollo. Así que nadie pone grandes esperanzas en la influencia de Europa en asuntos políticos a nivel mundial.

Sin embargo, desde el punto de vista europeo, el norte de África es mucho más que una región internacional abstracta. Es un vecino unido con Europa por lazos históricos, culturales, económicos, energéticos, políticos y humanos muy estrechos.

Francia, que siempre ha sido la encarnación de la ambición política internacional de la UE, se considera el patrón de la región, sobre todo, de su parte francófona.

Para la Gran Bretaña, tanto el Oriente Próximo, en general, como África del Norte, en particular, son vestigios de la reciente grandeza imperial y una zona de interés muy importante. Precisamente esta es la razón de haber luchado tanto el ex primer-ministro de Gran Bretaña Tony Blair por el cargo del enviado especial permanente de Cuarteto de Madrid. Lo mismo importante es la situación en la región para España, separada de Marruecos por unos kilómetros, y Portugal, Italia y Francia, que atraen flujos de inmigración ilegal de África importantes.

Comunidades importantes de originarios de diferentes países de África del Norte existen en la mayoría de los países de Europa Occidental.

Lógicamente, la UE siempre ha intentado reforzar sus posiciones en la región de Mediterráneo y África del Norte, prestándole una atención especial. Surgiendo en los años 90 la necesidad de profundizar la integración elaborando una política externa común, la UE respondió con la creación de herramientas para la colaboración con regiones adyacentes: el Proceso de Barcelona, Política de Vecindad Nueva, Gran Europa y otros. Al fin y al cabo apareció la Política Europea de Vecindad que abarcaba diferentes países desde Marruecos y Mauritania hasta Moldavia y Georgia.

Pero pronto quedó claro, que juntar países tan distintos era poco práctico, y la política la dividieron en dos: la Asociación Oriental para las repúblicas ex soviéticas y la Unión para el Mediterráneo.

La creación de la última fue impulsada sobre todo por el Presidente de Francia Nicolás Sarkozy, quién buscaba afianzar el liderazgo de su país y el papel de la UE en la región. Esperaba tener un financiamiento generoso por parte de Alemania, pero la canciller alemana Angela Merkel moderó los apetitos de su colega francés.

De todos modos, si a nivel global la capacidad y la eficacia de las herramientas, aplicadas por la UE, eran dudosas, en los países adyacentes sí parecía el jugador más importante.

El 26 de enero presentó su dimisión el Secretario General de la Unión para el Mediterráneo y diplomático iraní Ahmad Jalaf Masadeh. Aunque no hizo ningunas declaraciones importantes, nadie duda, que su dimisión se debió a la imparcialidad y la impotencia de este organismo, creado para “promover la estabilidad y el florecimiento de la región”.

En el curso de varias semanas, marcadas por la creciente tensión primero en Túnez y luego en Egipto, tanto la UE como sus miembros clave no reaccionaron de ninguna manera concreta. Resultó que nadie esperaba lo ocurrido ni tenía planes de acción para ello. Y eso, discutiendo todo el mundo la llamada chispa de Túnez y el posible efecto dominó.

Las propuestas de mandar a Túnez o a Egipto una misión para regular la crisis se rompen contra la incapacidad de los miembros de la UE de determinar su formato, mandato, nivel y demás detalles de carácter formal.

Y las múltiples declaraciones de políticos europeos de diferente nivel, incluida la máxima autoridad diplomática europea Baronesa Ashton, no influyen de ninguna manera en el curso de los acontecimientos, ya que queda patente, que dentro de la UE no existe ninguna unanimidad en lo que se refiere a la postura, intereses y escenarios deseados.

El revoltijo actual es sólo una señal de los problemas que están por llegar. Por lo visto, vemos el inicio de una reestructurización fundamental de la región. Así que todas las potencias, que quieran mantener su influencia allí, tendrán que elaborar urgentemente nuevas estrategias para ello.

Independientemente de quién sustituya a los políticos actuales, los europeos tendrán que construir relaciones con los nuevos dirigentes de los países de la región, que son prácticamente todos.

Asimismo veremos creciendo la influencia de los nuevos jugadores, sobre todo, de Irán y de Turquía.

Para los países más importantes de la Unión Europea y, sobre todo, para Francia, España, Italia y Gran Bretaña, todo lo que ocurre al sur del continente europeo tiene una mayor importancia, debido a las enumeradas múltiples relaciones (sobre todo en el campo de demografía y sector energético).

En vista de que la UE no será capaz de elaborar una política coordinada a nivel europeo, dichos países tendrán que hacerlo por su propia cuenta (algo parecido vimos hace unos años, cuando EEUU “perdonó” a Libia y todos los líderes de los países clave de la UE de repente volvieron a ser grandes amigos de Muammar al-Gaddafi).

Y eso hará aún más débil la base política de la Unión Europea. Además, actuando a solas, ningún país de la UE puede compararse con EEUU o con China. Más aún, a la luz de la crisis financiera, la UE es incapaz de aplicar su herramienta tradicional de ayuda económica.

Menos mal que la UE todavía puede demostrar su unanimidad, oponiéndose al odioso régimen dictatorial de Bielorrusia. Pero, a diferencia de EEUU, que ha impuesto unas sanciones económicas importantes, la UE prefiere limitarse con declaraciones amenazantes y gestos simbólicos, ya que un repliegue de intercambio económico con este país afectaría considerablemente los intereses europeos, que resultan mucho más importantes que las posturas políticas.
* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

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