jueves, 25 de febrero de 2010

Chávez pierde su lustre


Newsweek / El Argentino
Por Mac Margolis

En su gobierno de 11 años, el presidente venezolano, Hugo Chávez, sobrevivió a todo tipo de enemigos, conspiradores y caos acumulado. Hasta ahora. Mientras pierde el control de la economía, los apagones crónicos y la escasez de agua están ensombreciendo la industria y obligan a los hogares a racionar la electricidad y los baños. La inflación está en 24 por ciento anual, una de las peores tasas de América Latina, a pesar del congelamiento oficial de los precios. La tasa de asesinatos se triplicó durante su gobierno. El descontento también aumenta.

Alguna vez alabado como redentor de los pobres, Chávez vio su índice de aprobación desplomarse por debajo del 50 por ciento. Hace un año, dos tercios de los venezolanos eran optimistas respecto a su país. Ahora la misma cantidad considera que el país está en decadencia, dice el encuestador Luis Vicente León. Tal vez eso no sea suficiente para derrocar a Chávez, cuyo mandato termina en 2012. Como el zimbabuense Robert Mugabe o el afgano Hamid Karzai, torció las reglas de la democracia y controla suficiente dinero, medios de comunicación, armas e influencia institucional para aferrarse al poder y aplastar toda amenaza que perciba, sin importar cuán absurda sea.

Chávez prohibió recientemente las consolas PlayStation de Sony y las muñecas Barbie como herramientas imperialistas, y denunció a Twitter como un vehículo para los terroristas. También impulsa una reforma de la Ley de Comunicaciones que permitiría controlar Internet estableciendo “un punto de acceso único manejado por el Estado, como ocurre en Cuba, China e Irán”, informó el diario caraqueño El Nacional. Pero la confusión acumulada en esta nación de 27 millones no se parece a nada que la República Bolivariana haya visto jamás. El controvertido proyecto chavista de construir y difundir el socialismo del siglo XXI tal vez haya terminado.

El horizonte es gris. Después de que el canal independiente RCTV se negó a transmitir un discurso del presidente a finales del mes pasado, Chávez ordenó a los operadores de cable que retirasen la programación de este canal popular. De inmediato, las protestas estallaron por toda la nación, con dos muertes y decenas de heridos. El gas lacrimógeno sofocó el centro de Caracas. Manifestantes impertérritos juraron seguir en marcha. “Sigan con esto y me obligarán a tomar medidas radicales”, advirtió Chávez en una transmisión nacional.

Así no era como debía resultar la revolución bolivariana. Cuando Chávez la lanzó, en 1999, prometió arrancarle la riqueza petrolera venezolana a los gringos y la élite rapaz para alimentar el socialismo del siglo XXI, la cual daría el poder a los indigentes y los pobres olvidados. Y Venezuela sólo sería el comienzo. Con el mítico libertador latinoamericano Simón Bolívar como santo patrono, Chávez se dispuso a exportar la “alternativa bolivariana” —rechazando el neoliberalismo y la larga sombra de Estados Unidos— a lo largo del hemisferio, y tal vez más allá. Por un tiempo, el nuevo bolivarianismo conmovió corazones a través de los Andes y en Centroamérica. Ecuador, Bolivia y Nicaragua firmaron formalmente el pacto de Chávez. Cuba y unas islas más del Caribe los siguieron.


Ahora la alternativa bolivariana para Latinoamérica y el Caribe, anunciada con bombos y platillos, parece haberse estancado. El primer golpe fue la crisis económica mundial, que derrumbó los precios del petróleo y agotó los fondos chavistas que resultaron tan útiles para verter dinero en los barrios bajos, contentar a los amigos del poder y comprar simpatías en el exterior. Luego los aliados de Chávez empezaron a contemplar la posibilidad de ampliar sus períodos en el poder, como él lo hizo.


Un momento decisivo se dio en Honduras, cuando los esfuerzos de un aliado de Chávez, el presidente hondureño Manuel Zelaya, de celebrar un referendo con la esperanza de ampliar su mandato entraron en conflicto con la Corte Suprema, el Congreso y, finalmente, las Fuerzas Armadas, las cuales lo expulsaron a punta de pistola. Aunque la comunidad diplomática mundial se unió a Chávez para denunciar lo que parecía un golpe de Estado clásico, la mayoría de los hondureños no quería participar del chavismo. En noviembre pasado, eligieron a un nuevo presidente antichavista, Porfirio Lobo. Ahora un puñado de naciones, incluidas EE. UU. y Costa Rica, reconocieron al nuevo gobierno de Honduras, mientras que Zelaya partió al exilio voluntario en República Dominicana.

Chávez está cada vez más aislado en el hemisferio. Incluso los izquierdistas con carnet como el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y el peruano Alan García rechazaron la visión de Chávez y abrazaron lo que el presidente electo de Chile, Sebastián Piñera, un conservador, llamó “democracia, imperio de la ley, libertad de expresión, alternancia en el poder sin caudillismo”.

Todavía no descarte a Chávez. Los precios del petróleo están aumentando, y su oposición está desorganizada. Pero el socialismo del siglo XXI perdió su lustre. Cualquiera que trabaje por una revolución está arando en el mar, dice la lápida de Bolívar, lo que refleja la desesperación del libertador por su última misión fallida.

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