jueves, 14 de mayo de 2009

¿De qué crisis hablan todos?


Por Zachary Karabell

Hoy, muchos rememoran la Gran Depresión, pero no se ven escenas de miseria como en el ‘30... al contrario.
A esta altura, queda bien claro (y se lo repitió hasta el cansancio) que el mundo se encuentra atascado en la peor crisis financiera desde la Gran Depresión. Sólo en las últimas semanas leí titulares que proclaman las “peores cifras de producción industrial desde la Segunda Guerra Mundial” y la mayor contracción de precios desde mediados del siglo pasado.

De todas partes llega información en el sentido de que el crecimiento económico estadounidense se reducirá con un ritmo de casi 6 por ciento durante el primer trimestre del año en curso, en tanto que otras naciones —desde Japón hasta Brasil— comulgan en el fenómeno colectivo de decadencia económica y pérdida de empleos.

Aunque EE. UU. y los mercados accionarios globales recuperaron algo del terreno perdido, siguen por lo menos 50 por ciento por debajo de sus niveles más altos del año pasado.No obstante, existen motivos para pensar que la Gran Depresión no es una buena analogía para la crisis actual. Aquella Depresión evoca imágenes de filas de abrumados hombres y mujeres que aguardan para recibir pan o empleo, o de residentes rurales que abandonan apesadumbrados sus áridas granjas para mudarse a California, en escenas de miseria steinbeckiana (por la novela de John Steinbeck “La perla”, la historia de una familia campesina sumamente pobre).

Rememora también las desconsoladoras fotografías de James Agee en su irónica “elegía de hombres famosos” que jamás lo habrían sido de no ser por la común infamia de su sufrimiento. La Depresión dio origen a la política de la violencia: el nacionalismo nazi en Alemania, el jingoísmo de línea dura en Japón, la guerra y la Larga Marcha de Mao en China.
Fue una época de gobiernos colapsados, industrias nacionalizadas y rabiosos obreros por toda América Latina.En contraste, las imágenes que circulan por el mundo actual son muy distintas. Se supone que la élite occidental fue la más afectada y la que sufrió un cambio permanente, pero podemos verlos meditar sus pérdidas mientras consumen martinis de US$ 17 en Nueva York o Texas.
Y aunque el FMI y el Banco Mundial hicieron ominosos pronósticos para el próximo año, entre intensos temores de creciente inestabilidad, por alguna razón no encuentro evidencias de la crisis en casi ningún lado. Todavía no surgió un nuevo Agee que documente las penurias del mundo emergente, lo que indica que el sufrimiento no es tan fácil de detectar como en el ‘30.Tomemos el caso de Buenos Aires, capital de una economía fundamentada en la exportación de cuero y comida, y profundamente sensible a los reveses del comercio global.
En el extenso y antiguo barrio de Palermo —con sus subdivisiones, “Palermo Soho” y “Palermo Hollywood”— hay nuevos clubes, bares y restaurantes que abren sus puertas casi todos los días. Los lugares de moda se llenan cada noche de gente joven y elegante, incluidos expatriados europeos y estadounidenses que tienen fondos en abundancia.
Lo mismo sucede en São Paulo, Mumbai, Dubai y Shanghai. Es cierto que los negocios en estas ciudades orientales son más lentos que nunca, pero analicemos cada caso: Dubai cuenta con una línea de crédito multimillonaria de Abu Dhabi, enriquecida por el petróleo; Mumbai sigue trabajando a pesar de los devastadores ataques terroristas; la recuperación de China es tan marcada y rápida que podría pensarse que apenas tocó fondo antes de recuperarse el siguiente fin de semana.
En estos momentos, lo único que vagamente recuerda la Gran Depresión es la retórica. Cierto, la implosión financiera provocó pérdidas de decenas de millones de empleos en todo el planeta e incluso los que cuentan con un ingreso asegurado son víctimas del temor y la incertidumbre. El crédito se contrajo mientras el gasto gubernamental se expande así que, en realidad, no hay menos dinero para gastar. Naciones como Rusia e Irán, cuyo destino dependía del precio del petróleo (hoy en decadencia) encaran el riesgo de agitación interna y crisis políticas, en tanto que otros rincones del planeta, como Islandia, Europa Oriental, Tailandia, las costas de África y Pakistán, empiezan a bambolearse debido a la inestabilidad agravada por la estrechez económica.
Pero, insisto, en ninguna parte hay un desplazamiento masivo de poblaciones o colapsos sociales como los de la década de 1930. El desempleo estadounidense es de 8,5 por ciento y se eleva hasta 13 por ciento en algunos estados del país, mas eso es nada comparado con la tasa de más de 25 por ciento en la década de 1930. Además, las consecuencias del desempleo son también menos graves.
Durante la Depresión, los grandes perdedores fueron los obreros, granjeros y trabajadores agrícolas que tenían poco o nada. No había seguridad social, subsidios, sistema médico de urgencias para los pobres, ni siquiera uno defectuoso. No había redes de protección que frenaran la caída de la clase media. La pérdida de un empleo o una vivienda significaba la pérdida de todo. El gobierno poco tenía que ofrecer, y brindaba poco.Por supuesto, es posible que al profundizarse la crisis, el mundo sea testigo de niveles de hambre, caos y agitación política mucho más profundos, pero en la actualidad no hay un Mao o un Hitler que se perfile en el horizonte político, ni siquiera en el más lejano.
La creciente riqueza de las últimas dos décadas creó una clase media que resiste mejor las tormentas financieras, sobre todo en economías emergentes como China, India y Brasil. Sí, esos países tienen cientos de millones de habitantes pobres en sus enormes entrañas rurales cuyas vidas no cambiaron en 70 años; sin embargo, dado que tenían poco que perder y jamás se habían integrado al sistema financiero global, esas personas no sufren más de lo acostumbrado a causa de la actual crisis financiera. Sus vidas sin duda son lúgubres, pero la cruda realidad es que sus vidas siempre lo fueron.
Por el otro lado, algo de la actividad económica no está plasmado en la infinidad de datos que determinan nuestras percepciones de lo que ocurre en el mundo. Transacciones en efectivo, obreros indocumentados, la “economía negra” de las metrópolis de todo el mundo e incluso algunas transacciones en servicios —todo eso es casi invisible al PBI y las estadísticas comerciales—. Tal vez por eso la vida cotidiana tiene más lastre de lo que sugiere la información circulante.Por ahora, el mundo vive en estado de fuga. En las principales economías, la amplia brecha entre retórica y realidad da pocas señales de estrecharse y esa percepción puede empeorar las cosas.
No obstante, Al menos en EE. UU. y buena parte del primer mundo alguien compró las decenas de millones de iPhone y consolas Nintendo vendidas en los seis meses pasados, sin mencionar las entradas para partidos de baloncesto, béisbol o fútbol, o los paquetes de televisión HD.
En última instancia, este período pasará a la historia como una grave recesión económica aunada a una profunda depresión psicológica. Tal vez lo que necesitamos, incluso más que un banquero genial, es un terapeuta global, alguien que atienda la psiquis colectiva o por lo menos nos ayude a enfocar la atención en algo que no sea el incesante torrente de pésimas noticias. Nada contribuye más a la depresión colectiva que las analogías de la Gran Depresión y, a estas alturas de la crisis, hemos escuchado demasiadas.

Karabell es presidente de River Twice Research.

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