jueves, 16 de abril de 2009

Fuga de cerebros en el tercer mundo y la paradoja del autoexilio intelectual


Fuente: Webislam
Autor: Julio Abdel Aziz Valdez

Hasta hace unos cuantos meses Guatemala figuraba como uno de los países que más exportaba niños al extranjero, especialmente a Europa y Estados Unidos, después de una serie de denuncias que mostraban lo más crudo de esta industria como era la compra de niños, corrupción e incluso robo a plena luz del día, muchas entidades de cooperación internacional financiaron seminarios y proyectos para que instituciones nacionales impulsaran políticas acordes, y por fin este negocio fue regulado por el Estado.

Este ejemplo se ha repetido muchas veces en la Guatemala de la post-guerra (1996) donde se encuentra un problema, no es la población y sus organizaciones y menos los partidos políticos los que actúan en consonancia, son las organizaciones de desarrollo no gubernamental en sus diferentes temáticas las que por medio de financiamientos externos impulsan temas concretos y logran tapar agujeros de un sistema bastante corrompido.

La exportación de profesionales guatemaltecos no es un problema para la nación, primero porque el promedio de formación profesional es pobre en relación a los estandares internacionales, y segundo porque un profesional medianamente bien formado puede disponer de medios económicos y culturales más altos que la mayoría de la población, este nivel de diferenciación es un indicador dramático de desigualdad socio-económica que hacen de Guatemala uno de los países más desiguales de America Latina.

Aun cuando los niveles de analfabetismo y de acceso a la educación superior en el país son altísimos, en realidad el sistema productivo, en el momento actual, no pasa penas por obtener mano de obra profesional, en los estandares locales, por lo mismo que afirmabamos. Muy pocos profesionales ven necesidad de ausentarse de su país para proseguir con sus estudios porque a nivel nacional los salarios para un profesional, además de ser alto en relación a la clase media, no se diferencian mucho de uno que posea maestría e incluso doctorado en el extranjero, y para muestra los niveles salariales que maneja la más grande universidad del Estado, que solo ella produce el 70 de los profesionales en Guatemala.

En realidad el tema de la fuga de cerebros no se ubica en la formación universitaria, sino en otro ambiente a saber:

Educación como la respuesta a la pobreza

A muy pocas personas puede resultar poco valedera esta máxima que se ha aplicado en infinidad de proyectos de desarrollo en todo el mundo. La educación reduce los riesgos de contraer enfermedades, la muerte materno-infantil, transferencia de tecnología, ejercer derechos y obligaciones ciudadanas, y otros miles de usos cotidianos, sin embargo Guatemala junto con Haití avanzan poco en relación a la universalización de la educación primaria y no digamos su calidad, recordamos ahora los movimientos sociales que se formaron cuando en el anterior período presidencial se intento aumentar un año al bachillerato de tres años que se necesita para formar a un maestro en Guatemala y es que para dar clases en una escuela es ese el título que se necesita a nivel preuniversitario, contrario a los niveles exigidos en colegios de clases medias en la ciudad capital donde se requiere una carrera intermedia a nivel universitario.

A raíz de esta deficiencia, muchas instituciones “solidarias” entre las que se encuentran en primera línea las católicas, desde hace ya muchos años han implementado programas de becas en internados para estudiantes provenientes de áreas rurales pauperizadas, y desde ahí se forman técnicamente estudiantes indígenas, sobre todo. Esta tradición formativa es retomada por otras entidades laicas e invierte en becas para estudios secundarios, pre universitarios e incluso universitarios, esto con el objetivo de promover el crecimiento productivo de las comunidades pobres de Guatemala.

Evidentemente, la promoción de becas jamás sustituirá la política de Estado en cuento a la universalización que se aplica al menos en todo el mundo occidental, pero la justificación de la formación de profesionales de las comunidades tendría a ser una solución parcial a un problema de carencia casi total de recursos humanos.

Después de la firma de los Acuerdos de Paz en 1996, los programas de profesionalización por medio de becas se extendió a excombatientes, desplazados, y retornados (población refugiada en el extranjero que regresaron en el contexto del conflicto y luego de el) algunas universidades vieron desfilar en sus aulas personas provenientes de diversos lugares de Guatemala, incluso es paradigmático el caso de una universidad privada como es Rafael Landivar que se vio beneficiada por los programas que fomentó la USAID para estudiantes de las carreras de Sociolinguistica, que en principio fortalecerían todos los programas de educación bilingüe intercultural que el Estado fomentaba con el apoyo mismo de esta misma agencia.

Los informes de la agencias y las instituciones mostraban los índices de crecimiento en el número de profesionales, sobre todo en el campo de las carreras social-humanisticas que no requieren de formación en ciencias exactas y razonamiento matemático, para el contexto nacional. Hay cientos de trabajadores sociales, abogados, sociólogos, socio lingüistas, antropólogos, psicólogos, pedagogos muy pocos ingenieros, médicos (excepto los beneficiados con los becados por Cuba) arquitectos, administradores, economistas, en fin, ello refleja una tendencia en la formación profesional.

Pero, ¿dónde se encuentra la fuga de cerebros? Pues, es evidente que la mayoría de estos nuevos profesionales no regresaron a sus comunidades, porque las condiciones de pobreza poco han variado, por lo tanto estos profesionales se ubican en el estrato de la sociedad que han sido expulsados por la miseria, algunos se han ubicado en Estado como funcionarios y siguen reproduciendo las mismas políticas que no han marcado diferencia.

El nuevo profesional se convierte en ajeno a sus orígenes en tanto que las ciudades se convierten en los nuevos marcos de desarrollo cultural. Los programas de profesionalización desde el enfoque de la acción afirmativa, sobre todo para el caso de la población indígena fomentó nuevos desarraigos, profesionales becados en Europa y Estados Unidos donde se promueve y fomenta el Cultural Difference se quedan en aquellos campus reproduciendo y retroalimentando discursos basados en “el regreso a la indianidad como clave para el desarrollo con identidad”, y en las ciudades más grandes de Guatemala fundan y alimentan Organizaciones de Desarrollo No Gubernamental que a su vez desarrollan programas educativos que extraen muestras de pobres de las “aldeas”.

La ida sin retorno

La fuga de cerebros es ante todo un proceso de desarraigo cultural, donde el profesional se hace a una realidad contextual diferente por lo tanto el producto de su mano de obra calificada en poco o nada contribuye al desarrollo de su país de origen.

En realidades socioculturales tan diametralmente opuestas como la guatemalteca, en la ciudad un profesional promedio puede devengar salarios de entre 1000 y 2000 dólares americanos por mes, sin contar que en agencias o empresas este promedio fácilmente se puede duplicar, pero a unos cuantos kilómetros existen familias campesinas que sobreviven con menos de dos dólares por día, y literalmente muchos niños mueren, académicamente hablando, sin la posibilidad de desarrollo cultural.

En un análisis comparativo que realizó el Programa de Naciones Unidad para el Desarrollo PNUD en su informe anual de desarrollo humano, la ciudad de Guatemala posee un índice de desarrollo humano similar al de Bulgaria que ocupa el puesto 57 de 177 países, pero Jocotan que es un municipio que se encuentra a menos de cuatro horas de la ciudad posee el índice de desarrollo humano similar al de Chad que se encuentra en el puesto 170 de 177 naciones.

Esta diferencia transforma a la realidad rural en un verdadero infierno al cual el profesional, formado en programas especiales, no desea regresar y por las características de la formación liberal, que se basa en la formación del espíritu emprendedor de cada sujeto, pues lo más que puede aspirar la “comunidad” es a que el nuevo profesional se convierta en un remitente de ayuda económica, o en el mejor de los casos “llama a sus familiares a la capital”.

Mucho de esta lógica explica el por qué, Guatemala que posee facultades de medicina y odontología en diferentes universidades (siendo la más grande la estatal) y que incluso ha mandado profesionales a especializaciones en el extranjero, (la mayoría manejan el uso de un idioma extranjero como prerequisito)

La cantidad de profesionales que asumen el reto de servir en las aldeas es diminuto, en relación a la cantidad de los que se afincan en las ciudades en donde tienen mayores posibilidades de desarrollo cultural para el y su familia.
Es por eso, que en la ilusión que la clase social de procedencia determina el nivel de identificación con la realidad social, como el gobierno de Cuba beco a miles de estudiantes de medicina, que en tienen que regresar a cumplir con un tiempo de servicio comunitario, pero no pueden asegurar que el nuevo profesional permanecerá a una realidad social que lo rebasa en todos los niveles, de tal suerte que se ha comenzado a producir las primeras deserciones a servir en esa realidad, además de que es evidente que a pesar de toda la formación humanista el nuevo profesional se verá en la obligación de dejar el campo por la ciudad cuando haya terminado su compromiso.

La fuga de cerebros es un viaje que el profesional emprende primero mentalmente, se ve en situaciones completamente diferentes a su experiencia de vida y a la cual no desea regresar porque le significa ignominioso para el y su familia, y con el peligro de sonar estatista, el mismo Estado no tiene la capacidad de ampliar su radio de acción no para el servicio sino para el desarrollo cultural del profesional.

Todo proceso de desarraigo es traumático, pero lo es más cuando el retorno se vuelve en un hecho a un más traumático, en Guatemala abundan los casos de población retornada en la década de los noventas de México, después de un refugio de ocho o diez años, que luego de haber recibido apoyo financiero y formativo, se ven ante la necesidad de regresar, muchos optaron por cambiar en su estatus migratorio e incluso quedarse en situación irregular, más dramático fueron los casos de retornados que después de unos cuantos años de regresar a la miseria que habían abandonado, por el conflicto en Guatemala, deciden regresar a México porque con todo y sus limitaciones representaban un mejor escenario para el desarrollo familiar.

Esa misma lógica se aplica para el cerebro expulsado de las zonas pobres de Guatemala, la ciudad se ha convertido en el exilio interno.

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