viernes, 1 de mayo de 2009

El superpoder artificial

Newsweek / Elargentino.com
Por Mac Margolis

Carismático y prudente, con una buena relación con Estados Unidos y muy cercano a Obama, Lula es el arquitecto de un gigante regional único.

El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, vive un momento de éxito. En las últimas semanas compartió estrados con Gordon Brown y Nicolas Sarkozy, y consiguió elogios efusivos (“¡Mi hombre!”) de Barack Obama en la cumbre del G20, en Londres. Incluso se sacó una foto con la reina Isabel II.
El ex obrero especialista en máquinas, quien dedicó décadas a cacarear contra el “capitalismo salvaje”, es ahora el honor de banqueros y salas de juntas. “¿No creen que es chic que ahora estemos prestando el dinero del FMI?”, bromeó en una conferencia de prensa.No hace mucho tiempo, tales escenas hubieran sido improbables.

Con la temprana democracia de Brasil, la pobreza latente y una economía susceptible a altibajos, era más probable que los líderes del país se prepararan para un rescate a que lidiaran de igual a igual con los abogados que atraen negocios en el cénit de la escena internacional. Después de décadas de pasos en falso, Brasil se convirtió en una democracia sólida de libre mercado, una isla rara de estabilidad en una región de tumulto y gobernada bajo un régimen basado en la ley, en lugar del capricho de los autócratas y populistas.

Ahora Brasil se está reafirmando como nunca lo hizo antes, pero de una manera que es marcadamente diferente de las de otros jugadores globales mayores. Confiando en el bloque de seguridad que es Estados Unidos, y un hemisferio sin enemigos creíbles, Brasil pudo afianzar las ventajas de su vasto tamaño económico dentro de Sudamérica para hacerse amigo, vecino influyente o miembro consensual, mientras logra contener a su rival regional más problemático, Venezuela. Lula preside sobre un superpoder artificial como ningún otro gigante emergente.

Los chinos vigilan el Estrecho de Taiwán, Moscú nunca renunció a la esfera de influencia ex soviética en el Cáucaso, los deberes de seguridad de India abarcan desde la frontera con Pakistán al Golfo Pérsico, y Washington se proyectó de polo a polo. En este tenor, Brasil reafirma sus ambiciones internacionales sin escándalos.
Cuando un conflicto estalla entre vecinos, como cuando Ecuador y Perú fueron a una guerra en la década de 1990, y luego cuando Colombia bombardeó campamentos guerrilleros en la jungla ecuatoriana, el año pasado, en vez de soldados y tanques, Brasilia llevó diplomáticos y abogados a las zonas calientes.
Y cuando los conservadores de paz de las Naciones Unidas tuvieron que enfrentarse con las pandillas callejeras en Haití, los brasileños no llamaron a una oleada de tropas, sino a los futbolistas Ronaldinho, Robinho y Ronaldo, quienes jugaron un partido amistoso en la zona de guerra. Los brasileños también se convirtieron en una voz más asertiva para los mercados emergentes en asuntos internacionales.
Congregaron a las principales naciones en desarrollo para retar a los ricos subsidiarios de agricultores en el mundo, formando un grupo ahora conocido como el G5. Con el estímulo de Brasilia, los embajadores de Brasil, China, India y Rusia ahora se reúnen mensualmente en Washington para coordinar una estrategia de política BRIC común, frecuentemente para contrarrestar las posiciones de Estados Unidos.
Presionando su agenda “sur-sur”, el Gobierno de Lula abrió 35 embajadas, la mayoría de ellas en África y el Caribe. Brasil de hecho lidera una ampliamente aclamada misión de mantención de la paz en el ya mencionado Haití, uno de los mayores casos perdidos del hemisferio.Brasil puede hacer todo esto en gran medida porque no tiene grandes enemigos y, por lo tanto, está desligado de muchas de las responsabilidades del poder, como patrullar sus límites marinos.
Siempre fue el promotor de la paz como último recurso en la región. Así, mientras las naciones emergentes en muchas zonas problemáticas del globo deben bombear riqueza preciosa a la Defensa, los gastos militares de Brasil se mantuvieron inamovibles, en alrededor de 1,5% del PBI, una cuarta parte del gasto en Defensa de China, y cerca de 60% del de India y Rusia.
“Brasil no tiene la ambición de ser una potencia militar”, dice el analista político brasileño Amaury de Souza. “Lo que tenemos es fortaleza económica, una historia de defender nuestros intereses y una cultura compleja y convincente”.Durante años los brasileños desearon un mayor rol en asuntos internacionales, y el mundo se los negó. A pesar de sus esfuerzos de guerra (Brasil fue el único país latinoamericano que envió tropas a Europa durante la Segunda Guerra Mundial) no tuvo un asiento en la mesa de negociaciones de la posguerra.
La posición internacional de Brasil finalmente ganó un ascenso de categoría a mediados los ‘90, cuando la administración reformadora de Fernando Henrique Cardoso detuvo la inflación, abrió el país al comercio y normalizó las destrozadas relaciones con la comunidad financiera mundial. Cardoso apostó a la nueva buena fe de la democracia joven y a un rol más asertivo fuera del país.
Luchó por un lugar en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, peleó por la consolidación del Mercosur y congregó a las naciones en desarrollo más grandes bajo el estandarte del libre comercio, una estrategia que pronto se haría vigente con el actual mandatario de Brasil.
Pero ningún Gobierno fue tan determinado como el de Lula en extender el sello internacional de su país. Aunque comenzó su carrera política en la izquierda, Lula sorprendió a todos, incluyendo a los inversores extranjeros y locales, al preservar las políticas de Cardoso “amigables con el libre mercado”, a pesar de la frustración de sus aliados militantes del Partido de Trabajadores.
A la izquierda le ofreció una política internacional fortalecida, basada en una fuerte y estrecha relación con las diferentes naciones interesadas en una economía emergente. “Lula puso vitaminas y esteroides a la política exterior de Cardoso”, dice Donna Hrinak, quien fue embajadora de Estados Unidos en varios países latinoamericanos.
Duplicó el número de departamentos en el Ministerio del Exterior y está embarcado en un itinerario internacional que lo deja sin aliento, visitando 45 países y ausentándose del país por lo menos una vez cada cinco meses desde 2007. Es “Aero-Lula”, como lo apodó la prensa brasileña, una especie de viajero y trotamundos, siempre en la escena internacional.
El propósito explícito de toda esta diplomacia fue impulsar las relaciones con otros países en desarrollo con el objetivo de establecer lazos de intercambio. Pero la visión de Lula también ayudó a forzar a las naciones más ricas a bajar las barreras comerciales. En dos casos, en 2004, la Organización Mundial de Comercio falló en favor de Brasil ordenando a Estados Unidos liberar los subsidios de agricultores de algodón, e instó a Europa a que terminara su protección a la industria de la remolacha azucarera.
Para mantener el apoyo incondicional al libre mercado, Brasil también se puso de parte de Estados Unidos en las conversaciones recientes del tratado de Doha sobre el desarrollo de las barreras autoproteccionistas en el mundo. En un reporte reciente que advertía sobre el incremento del proteccionismo en países en desarrollo, el Banco Mundial elogió a los brasileños por resistir las presiones de cerrar sus fronteras al flujo comercial, algo que muestra la determinación del jefe de Estado.
Por lo menos parte de estos esfuerzos surgió de la estrategia no declarada de Brasil por entorpecer la influencia de Estados Unidos en la región y por disipar las expectativas de que juega un papel de sustituto de Washington.De hecho, mientras los funcionarios de Estados Unidos afinan la diplomacia sobre su nuevo “compañero global”, Brasilia permaneció en silencio mientras el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, amenaza a las compañías extranjeras, intimida a la oposición y coacciona a las cortes y al Congreso.
“Nadie puede decir que la democracia no existe en Venezuela”, es el discurso de defensa de Lula hacia su compañero Chávez.Citando la regla de respeto a la soberanía, que siempre va bien, Brasil también condenó rotundamente a Colombia, la nación aliada más cercana a Estados Unidos en la región, por atacar un campamento del grupo rebelde FARC en la selva ecuatoriana, y sucesivamente se abstiene en las resoluciones de la ONU de condenar las violaciones a los derechos humanos en Cuba.
Pero Lula difícilmente tiró la toalla con la revolución bolivariana. En cambio, controla la región, dirigiendo a sus vecinos con comercio, llevando al continente completo a un mercado cautivo de bienes brasileños. Finalmente, el poder de Brasil no deriva de armas, sino de sus inmensos recursos naturales, incluyendo petróleo, gas, metales, soja y carne, y se convirtió en un suministrador clave de mercados en Asia y otros más cercanos. Brasil ahora disfruta de superávits comerciales con cada país de la región, incluyendo el excedente de mil millones de dólares con Venezuela.
“Sintonizar con los recursos naturales hacia el valor agregado ayudó a Brasil a golpear más allá de su propio peso”, dice David Rothkopf, ex funcionario del Departamento de Comercio de Estados Unidos.Por ejemplo, Lula dominó dos iniciativas de gran magnitud de Chávez, un banco de desarrollo regional (el Banco del Sur) y una refinería de petróleo conjunta entre Brasil y Venezuela, al nunca colocar el dinero para ayudar, en un acto simulado.
También reprendió a Chávez por su gasto negligente en armas modernas a pesar de que la economía de Venezuela es tan débil que casi depende de Brasil para los bienes básicos de consumo. “Cristo, ¿para qué querés estas armas? ¡Ni siquiera tenés leche para el café en los hoteles!”, se dice que Lula increpó a Chávez en una visita reciente.
En las próximas semanas, el Congreso de Brasil probablemente apruebe la entrada de Venezuela al Mercosur, no como refrendo de los designios de Chávez, sino como una manera de contenerlo a través de las obligaciones comerciales del bloque de negociaciones, tales como el respeto a la democracia y la protección de la propiedad. Pueden ser políticas riesgosas.
Pero el dinero inteligente lo tienen los brasileños. Sin manual de instrucciones para convertirse en una potencia global, el Brasil de Lula parece estar escribiendo uno por sí mismo.

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