Por Juan González
El reciente encuentro
diplomático entre los presidentes Donald Trump y Xi Jinping, líderes de Estados
Unidos y China, respectivamente, celebrado a inicios de este mes en Busan,
Corea del Sur, en el marco de la Cumbre de APEC, refuerza la tendencia hacia la
consolidación de un sistema internacional marcado por la primacía de ambas
superpotencias.
En ese sentido, cabe destacar que, tras la reunión, el presidente Trump difundió en su red, Truth Social, el siguiente mensaje:
“Mi reunión del G2 con
el presidente Xi de China fue altamente productiva para ambas naciones. Este
encuentro marca un paso importante hacia una etapa de paz y prosperidad
duraderas. ¡Dios bendiga a China y a los Estados Unidos!”
Por su parte, el South
China Morning Post, medio perteneciente al conglomerado Alibaba, publicó un
análisis titulado “Why Donald Trump’s ‘G2’ label prompts tepid response from
China” (¿Por qué la etiqueta “G2” de Donald Trump provoca una respuesta tibia
en China?), en el que Dominic Chiu, analista sénior del Eurasia Group, sostiene
que las declaraciones de Trump fueron interpretadas en Pekín como un
reconocimiento implícito del estatus de superpotencia china. No obstante,
indicó que la respuesta oficial del gobierno chino se mantuvo en un registro
prudente e incluso fue calificada como “tibia”.
Asimismo, sostuvo que
este comportamiento del gigante asiático responde a la narrativa que ha
mantenido durante décadas frente a los países del Sur Global, basada en la
defensa de un sistema internacional multipolar. Agregó que, en consecuencia,
aceptar de manera explícita la noción de un sistema internacional bipolar
implicaría admitir un liderazgo compartido con Estados Unidos en la gobernanza
global, algo que Pekín evita promover abiertamente por razones claramente
estratégicas.
Cabe señalar que la idea
del G-2 no es novedosa, ya que fue planteada en los primeros años del siglo XXI
por el economista estadounidense C. Fred Bergsten, quien se desempeñó como
asesor de asuntos económicos internacionales de Henry Kissinger durante la
administración Nixon. En ese contexto, Bergsten proponía que Washington y
Pekín, como principales motores de la economía y de la política global,
asumieran conjuntamente la conducción de los grandes temas internacionales.
Es oportuno resaltar
que, en la actualidad, diversos expertos en relaciones internacionales, entre
ellos Elizabeth Economy, Graham Allison, Jo Inge Bekkevold, Oriana Skylar
Mastro, Robin Niblett, Jennifer Lind, Kishore Mahbubani, Yan Xuetong y Kai-Fu
Lee, coinciden en que el sistema internacional avanza hacia una configuración
esencialmente bipolar. Estos analistas argumentan que Estados Unidos y China
poseen ventajas estructurales decisivas en los ámbitos económico, tecnológico,
militar y diplomático, situándose por encima de otras potencias relevantes como
Rusia, India, Brasil, Japón o Alemania.
Finalmente, en este
contexto de creciente rivalidad, es preciso indicar que China y Estados Unidos
intensificarán la presión sobre los Estados que gravitan en sus respectivas
áreas de influencia. Por ello, muchos de estos países se verán obligados a
ajustar cuidadosamente sus estrategias en materia de política exterior, apelando
a la cautela, la astucia, la sagacidad y la sutileza, con el propósito de
evitar choques innecesarios con ambas superpotencias y resguardar, en la mayor
medida posible, el interés nacional.

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