Un repaso a las ideas preconcebidas y las realidades sobre el poderío del Ejército ruso, así como su papel en Ucrania.
“Rusia vuelve a ser una superpotencia”
No exageremos. Aunque vivimos en un mundo multipolar, donde la diferencia de poder entre Estados Unidos y otras potencias está reduciéndose, Moscú sabe que no sería capaz de disputar a Washington la supremacía global. No sólo por falta de recursos, sino porque nos encaminamos a un mundo cada vez más fragmentado en bloques regionales y donde será más difícil que surja un liderazgo común (o directamente no habrá superpotencias tal y como las conocemos).
El objetivo del presidente ruso, Vladímir Putin, desde su llegada al poder en 2000, ha sido menos ambicioso: frenar el declive en el que estaba inmerso su país tras el hundimiento de la URSS, para recuperar después el estatus de gran potencia (junto con China y otros países) y potencia regional (en el espacio exsoviético) que históricamente siempre había ocupado. El poder militar ha sido un símbolo clave de este resurgimiento; en especialdesde la segunda guerra de Chechenia, donde el Ejército ruso aplicó las lecciones de sus anteriores derrotas para adaptarse a una lucha contrainsurgente.
No obstante, aunque su presupuesto de defensa (descontando la inflación) se ha duplicado en la última década, el gasto militar ruso está aún muy alejado del de sus principales competidores: sólo un 4,8% del total mundial, en comparación con EE UU (34%) o China (12%). Además, sus planes de modernización parecen insostenibles en un contexto de caída de los precios del petróleo que ha golpeado seriamente a su economía. Cabe cuestionarse si es más prioritaria la construcción del tanque T-14 Armata (a 8 millones de dólares cada unidad) que profesionalizar y mejorar las condiciones de vida de la tropa, soldados de reemplazo que sufren brutales abusos (“dedovshchina”) por parte de los más veteranos.
“El país está aumentando su arsenal nuclear”
Moderniza sus fuerzas, pero con dificultades presupuestarias. La noticia de que Rusia va a construir40 nuevos misiles balísticos intercontinentales (ICBMs, misiles estratégicos con un alcance superior a 5.500 kilómetros) se produce como respuesta al previo anuncio de Washington de que desplegará armamento pesado en los países bálticos; un nuevo paso dentro del cruce de declaraciones incendiarias de los últimos meses. Sin embargo, estos misiles ya formaban parte del programa de renovación en curso (400 nuevos ICBMs en una década), cuya viabilidad está cuestionada en este momento por razones económicas. Además, algunos de sus componentes se fabricaban hasta ahora en Ucrania, lo que obligará también a la industria militar rusa a ser más autosuficiente.
Por otra parte, teniendo en cuenta que Rusia cuenta con un total de unas 7.500 cabezas nucleares, tanto estratégicas como de menor alcance, la incorporación de 40 nuevos ICBMs (aunque cada uno transporte varias cabezas) no supondría ningún aumento significativo de la capacidad actual, que le permitiría ya alcanzar toda Europa y Estados Unidos. Un arsenal, por otra parte, muy similar a las 7.260 cabezas nucleares que posee Washington; a las que habría que sumar las 215 de Reino Unido y las 300 de Francia, como miembros de la OTAN.
“El Ejército ruso invadió Crimea”
Lo ha reconocido hasta Putin. El propio Presidente ruso afirmó en un documental televisado que él mismo ordenó a sus tropas desplegarse en Crimea como respuesta al derrocamiento del entonces presidente ucraniano, Víktor Yanukovich, en lo que no puede considerarse más que una invasión del territorio soberano de Ucrania. El posterior “referéndum de autodeterminación” careció de toda validez, al tratarse de una consulta ilegal según la legislación ucraniana y no existir ninguna garantía de imparcialidad por haberse realizado bajo vigilancia de los soldados rusos.
Aunque parece claro que la mayoría de los crimeos (entre los que predominan los rusos étnicos) apoyaba realmente la secesión, ésta sólo hubiera sido legal en el marco de un acuerdo con el Estado ucraniano. Que el gobierno surgido de la revolución del Maidán fuese inconstitucional tampoco es una justificación suficiente; salvo que esas nuevas autoridades hubieran emprendido (que no fue el caso) una limpieza étnica contra los no ucranianos, lo que sí hubiera podido dar pie a una “intervención humanitaria” por parte de Moscú.
“El Ejército ruso ha invadido el Donbass”
Es una intervención híbrida, no una invasión clásica. En las regiones de Donetsk y Lugansk, laestrategia rusa de guerra no lineal cuenta con actores mucho más heterogéneos que en Crimea; y entre los cuales Moscú evitó en un principio implicar directamente a sus tropas. Las primeras insurrecciones fueron obra de milicias locales, aunque entre sus líderes destacaran ciudadanos rusos (como Igor Girkin, alias “Strelkov”) coordinados con toda probabilidad por la inteligencia militar rusa (GRU). En esa primera etapa, el apoyo de Moscú se centró en facilitar la llegada desde su territorio de voluntarios o mercenarios (cosacos, chechenos o ultranacionalistas, entre otros), así como armas y suministros, con los que las milicias consiguieron hacerse fuertes.
A medida que el conflicto fue avanzando, especialmente tras la ofensiva del verano de 2014 en la que Kiev consiguió recuperar parte del territorio separatista, la implicación de Moscú se hizomás directa con el fin de detener el avance de las tropas ucranianas. Testimonios como los de corresponsales extranjerosque observaron vehículos del Ejército ruso cruzar la frontera o soldados rusos heridos en combate cuyas unidades habían sido enviadas en secreto a Ucrania, ofrecen una confirmación suficiente de esta presencia.
Sin embargo, el Kremlin ha optado por una guerra de desgaste muy distinta a la de Crimea. No se trata ahora de conquistar el Donbass para incorporarlo a Rusia, lo que podría haber conseguido rápidamente con una invasión abierta; sino de graduar su apoyo a las milicias de forma que logren conservar el territorio que controlan, prolongando así el conflicto para forzar al gobierno de Kiev a aceptar sus condiciones. Esta estrategia tampoco está exenta de riesgos para Rusia, al obligarla a mantener sus unidades de élite ocupadas en este frente, debilitando así su capacidad de respuesta en otros posibles escenarios.
“Rusia es agresiva porque Occidente no supo enfrentarse a tiempo a ella”
¿Alguna vez ha funcionado eso?Quienes plantean esta idea suele afirmar que fue la debilidad de la OTAN al no incorporar antes a Ucrania lo que ha terminado por envalentonar al Kremlin para hacer realidad sus sueños de conquista. Sin embargo, precisamente al romper Ucrania sus vínculos históricos con Rusia y virar drásticamente hacia Occidente tras el Euromaidán, se creó el efecto conocido como “dilema de seguridad”. Mientras que el nuevo gobierno de Kiev demandaba ingresar en la OTAN para protegerse de Moscú, Rusia no percibía este ingreso como una medida defensiva, sino ofensiva: un avance hostil hacia sus fronterasde la Alianza Atlántica, que podría llegar a ocupar la base de Sebastopol expulsando del mar Negro a su propia Armada y reduciendo seriamente su propia capacidad de defensa.
Al reforzar la sensación de vulnerabilidad de Rusia frente a un Occidente más poderoso, el acercamiento de Ucrania a la OTAN logró el efecto opuesto al pretendido: aumentar la disposición del Kremlin a responder con la fuerza en caso de crisis. La paranoia heredada de la Guerra Fría, combinada con el repentino cambio revolucionario en Kiev, convenció así a Putin de la necesidad de anexionarse Crimea para adelantarse al giro atlantista (y contrario a la mayoría de la opinión pública, hasta entoncesopuesta al ingreso en la OTAN) tras el derrocamiento de Yanukovich.
“Desde que Ucrania eligió un rumbo prooccidental, la intervención rusa era inevitable”
No. El caso de las repúblicas bálticas demuestra lo contrario. Pese a haber amenazado durante años con “graves consecuencias” si Estonia, Letonia y Lituania entraban en la OTAN, cuando en la Cumbre de Praga de 2002 se decidió finalmente su ingreso Moscú lo aceptó tácitamente y sin excesivas protestas. Esto fue posible no mediante una imposición unilateral de Occidente, sino gracias a la cooperación entre Washington y Moscú tras el 11-S (contra la amenaza común del terrorismo yihadista) y al nuevo modelo de relación entre Rusia y la Alianza como “socios en pie de igualdad” (el ahora paralizado Consejo OTAN-Rusia), creado en Roma seis meses antes de la Cumbre de Praga para atenuar, precisamente, estos recelos. Una prudencia por ambas partes muy alejada de sus actitudes maximalistas en la crisis actual, y de la tendríamos mucho que aprender ahora.
“Los rusos prefieren ser una potencia militar antes que su propio bienestar”
Quieren ambas cosas. Pero si hay que elegir, prefieren bienestar. Encuestas independientes como las del Centro Levada muestran que el orgullo de gran potencia sigue firmemente arraigado en la sociedad rusa, que no aceptaría convertirse (como ocurrió en parte durante los 90) en un país irrelevante o menospreciado por sus rivales. Pero los ciudadanos definen “gran potencia” mayoritariamente (60%) como gozar de una economía sólida, no tanto como contar con un ejército poderoso (44%).
En cuanto a las prioridades, las respuestas son aún más abrumadoras: un 73% de los rusos considera más importante mejorar su nivel de vida que aumentar el gasto militar. Aunque la propaganda del Kremlin fomente el nacionalismo, la sociedad tampoco está dispuesta a renunciar a su bienestar a cambio de proyectos expansionistas que supusieran un deterioro duradero para la economía del país. No obstante, a corto plazo el sentimiento patriótico justifica para ellos realizar algunos sacrificios, como resistir a las sanciones, antes que ceder frente a Occidente en relación con Ucrania.
“La Rusia de Putin es la nueva URSS. ¡Hasta hacen desfiles en la Plaza Roja!”
Poder, no ideología. Aunque la importancia que otorga Rusia a estas celebraciones nostálgicas se deba a un cierto complejo de inferioridad, arrastrado desde el final de la URSS, también es cierto que todas las grandes potencias organizan exhibiciones de su poder militar. Los desfiles son útiles como disuasión frente a posibles enemigos (“si alguien piensa en atacarnos, esto es lo que le espera”); como refuerzo del liderazgo del jefe del Estado como comandante en jefe; o como símbolo de las filias y fobias del gobierno de turno.
En el masivo desfile por el 70º aniversario de la victoria contra la Alemania nazi, los destinatarios del mensaje fueron tanto la propia opinión pública rusa como Occidente. La participación de militares de China, India o varios países de Asia Central (además de los respectivos presidentes) respondía directamente a las sanciones internacionales, demostrando que lejos de estar aislada Moscú sigue contando con importantes aliados. No obstante, otros detalles como la avería del nuevo tanque Armata durante los ensayos previos mostraron una imagen menos halagüeña.
Pero estos actos tienen también un componente emotivo no relacionado con el Estado ni con una ideología, sino con la memoria colectiva sobre el conflicto. La Victoria en la “Gran Guerra Patriótica” contra el invasor es el recuerdo de una tragedia de proporciones colosales: 14 millones de rusos murieron en ella, más de la mitad civiles (los padres de Putin, por ejemplo, perdieron un hijo durante el asedio de Leningrado). Al finalizar este último desfile, tuvieron lugar por todo el país marchas de ciudadanos con fotos de sus familiares que combatieron entonces; también el Presidente, con un retrato de su padre. Esta carga emocional explica también la indignación rusa ante los homenajes en Ucrania a las guerrillas nacionalistas que colaboraron con el invasor alemán frente a la Unión Soviética.
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