En estos momentos no hay una idea clara en la Unión Europea
sobre qué camino seguir, lo que ha dado lugar a una creciente demanda de
pronósticos. La precisión con que estos se elaboran es inversamente
proporcional al número de incógnitas.
Con respecto a la ampliación, se puede afirmar con bastante
certeza que, durante la próxima década, la Unión Europea sumará a sus filas
todos los estados occidentales de los Balcanes excepto Bosnia y Herzegovina,
Albania y Kosovo; aunque los dos primeros también entrarán en la unión más
adelante. También Islandia se convertirá en miembro de la organización.
El caso de Turquía es un tema aparte. La historia de la UE
aún no conoce precedente de un estado admitido como país candidato (en el caso
de Turquía esto ocurrió en 2005) que, finalmente, no se haya convertido en miembro
de la organización. Aunque esto no significa que no pueda haber una primera
vez.
Algunos investigadores predicen prácticamente un colapso de
la UE en el caso de que se adhiera Turquía, mientras que otros lo consideran
una oportunidad que aportaría un nuevo aliento al desarrollo de la unión.
Ambos podrían estar en lo cierto. Todo dependerá del marco
temporal en el que se decida incluir a Turquía en la unión.
Todas las evidencias apuntan a que el periodo más favorable
para que esto ocurra será la década de 2020, cuando la UE entre en una nueva
franja de estabilidad tras la superación de la actual crisis política,
socioeconómica y financiera. Turquía, por su parte, todavía mantiene la
voluntad política suficiente para su adhesión, a pesar del creciente euroescepticismo
en la sociedad.
Sin embargo, si su entrada no tiene lugar en los próximos
diez años, los cambios en la alineación y el equilibrio de fuerzas en la región
y en el mundo no juegan a favor de Europa; la transformación de Turquía en un
líder regional de plenas cualidades provocará que Ankara considere más
beneficioso conservar su libertad en lugar de entregar parte de su soberanía a
Bruselas.
Se puede anticipar con bastante certeza que, hasta finales
de esta década, la UE empleará casi todos sus esfuerzos en tratar de solucionar
sus problemas internos de desarrollo y estará sumida en un terreno de
inseguridad económica, política y social.
Le espera un doloroso proceso de reajuste de su modelo de
mercado social, que impedirá el crecimiento competitivo de sus organizaciones,
sin el cual no tendrán ninguna posibilidad de ocupar posiciones destacadas en
el siglo XXI.
Desde la perspectiva actual, apenas existen argumentos
convincentes que constaten la inminente salida de uno u otro miembro de la
Unión Europea y su regreso a la moneda nacional, ya que, en primer lugar, no
hay mecanismos establecidos para una salida de este tipo y, en segundo lugar,
los efectos y consecuencias negativas de tal acontecimiento superan
manifiestamente las expectativas positivas, tanto para el estado en cuestión
como para el grupo en su conjunto.
Aunque el mercado social de Europa occidental y su Estado
del Bienestarestán pasando por tiempos difíciles, es poco probable que adopten
el modelo de desarrollo anglosajón en su versión estadounidense; más bien
disminuirá la generosidad de su propio modelo.
Asimismo, se pueden prever los próximos avances en el
proceso de democratización de la UE, que en un principio fue un proyecto de las
élites políticas. En este momento, el problema del déficit democrático se ha
agudizado hasta tal punto que, si no se soluciona, no será posible estabilizar
la situación de la UE.
El papel del Parlamento Europeo se sigue fortaleciendo; es
probable que hacia 2020 se empiecen a crear partidos políticos de carácter
paneuropeo.
Hay muchas posibilidades de que en los próximos años la UE
continúe profundizando en la integración de las políticas financieras,
presupuestarias y fiscales de sus miembros. Seguramente en un futuro próximo se
introducirán los eurobonos.
De este modo, tras un periodo bastante prolongado de
ampliación de la Unión Europea, cobra fuerza el proceso integracionista, es
decir, su consolidación. La unión está a las puertas de un reinicio.
Al desarrollo de la integración financiera y económica le
sucederá la integración política.
Para Rusia, esto tiene sus ventajas y sus desventajas. La
transformación de la UE en un actor consolidado de la escena política
internacional constituye un factor positivo para Moscú allí donde los intereses
de ambas partes coinciden, como por ejemplo, en los asuntos relativos al papel
central de la ONU en las relaciones internacionales.
No obstante, en los casos en que nuestros intereses
difieren, como las cuestiones relacionadas con las colaboraciones orientales de
la UE, los conflictos en los territorios postsoviéticos o la influencia en el
desarrollo de los Estados centroasiáticos, será más difícil para Rusia
encontrar aliados en las capitales europeas independientes.
En general, Moscú verá reducido su espacio de maniobra en
las relaciones exteriores con la UE, en particular en lo referente al
suministro de petróleo y gas y, sobre todo, después de la más que probable
elaboración de una política energética común a todos los miembros de la Unión
Europea en los próximos años.
En este sentido, conviene emplearse a fondo para establecer
mecanismos permanentes de coordinación y negociación de los intereses de ambas
partes.
Alexéi Gromyko es vicedirector del Instituto Europeo
adscrito a la Academia de las Ciencias de Rusia, director del Centro de
Investigaciones Británicas y miembro del Consejo de Asuntos Internacionales
ruso.
Texto abreviado. Publicado originalmente en ruso en Consejo Ruso de Asuntos Internacionales.
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