UNIVERSIDAD NACIONAL DE SAN MARTIN
URICH BECK
A nivel conceptual, la Unión Europea es una historia de no y de ni. No es una nación, ni es un estado y tampoco es una organización internacional. Para poder describirla y comprenderla utilizamos categorías que no se adecúan a Europa – esta comunidad política singular no puede explicarse utilizando los conceptos tradicionales de política y estado que siguen atrapados en el nacionalismo metodológico. Los que piensan en Europa en términos nacionales no sólo no reconocen su realidad sino que además reproducen los obstáculos creados por ellos mismos y que se han convertido en la marca distintiva de su acción política. Esto se puede observar hoy en la crisis del euro.
Cuando se introdujo el euro muchos economistas sabelotodo advirtieron que la creación de una unión monetaria antes de una unión política era poner el carro delante del caballo. No quisieron o no pudieron comprender que esa era precisamente la intención. El euro y sus predecibles consecuencias políticas problemáticas forzarían a los gobiernos y a los países atrapados en sus egoísmos nacionales a extender la unión política a través del poder de sus propios intereses materiales, como lo dicta el imperativo cosmopolita: coopera o revienta.
Cuando se introdujo el euro muchos economistas sabelotodo advirtieron que la creación de una unión monetaria antes de una unión política era poner el carro delante del caballo. No quisieron o no pudieron comprender que esa era precisamente la intención. El euro y sus predecibles consecuencias políticas problemáticas forzarían a los gobiernos y a los países atrapados en sus egoísmos nacionales a extender la unión política a través del poder de sus propios intereses materiales, como lo dicta el imperativo cosmopolita: coopera o revienta.
En realidad, la Europa del mercado ha contribuido a la creación de la crisis de deuda financiera y estatal (ver Irlanda) y los instrumentos institucionales de la UE están siendo devaluados sucesivamente por el cambio de humor y los riesgos financieros. Sin embargo, la UE todavía necesita encontrar una respuesta institucionalizada diseñada para enfrentar estas crisis. En otras palabras, la UE está imposibilitada de actuar, y en este momento, la iniciativa política para superar las crisis está en manos de los gobiernos nacionales.
La expectativa de la catástrofe, si el euro cae también lo hará la UE, ya ha originado una profunda transformación del panorama de poder europeo. Al momento de tomar decisiones, no es la Comisión de la Unión Europea ni el presidente de la UE ni el presidente del Consejo de la UE los que lo hacen, sino la canciller alemana. Nadie tuvo la intención de que sucediera esto, pero a la luz de un posible colapso del euro, Alemania se ha convertido en el “imperio accidental” (The Guardian, septiembre de 2012). Timothy Garton Ash resumió así la situación en febrero de 2012: “En 1953 el novelista Thomas Mann hizo un llamamiento a una audiencia de estudiantes en Hamburgo para luchar por una Alemania europea y no una Europa alemana. Este emotivo compromiso fue repetido incesantemente en el momento de la unificación alemana. Hoy existe una variante que pocos imaginaron: una Alemania europea en una Europa alemanizada”.
Sin embargo, Angela Merkel no es Angela Kohl ni Angela Brandt. El canciller Kohl había afirmado en su programa de gobierno 1991-1994: “Alemania es nuestra patria; Europa, nuestro futuro”. Y durante la primera sesión del Bundestag alemán, Willy Brandt había afirmado: “Los alemanes y europeos están hechos el uno para el otro, son uno ahora y es de esperar que lo sean para siempre”. El sesgo económico nacionalista que le ha dado Merkel a esta declaración toca un punto sensible y no sólo entre los vecinos europeos de Alemania. En lo que concierne a Europa, Angela Merkel se ha conducido como Angela Bush. Del mismo modo en que el presidente de los Estados Unidos George W. Bush utilizó el riesgo del terrorismo para imponer su unilateralismo “Guerra al terrorismo” al resto del mundo, Angela Bush está utilizando el riesgo financiero de Europa para forzar unilateralmente una política de estabilidad alemana al resto de Europa.
Hay un nuevo tipo de poder que da forma al panorama europeo. La afinidad política entre Merkel y Maquiavelo, el modelo Merkiavelo, como me gustaría denominarlo, se apoya en dos componentes que se refuerzan mutuamente.
Primero, Alemania es el país más rico y más poderoso económicamente de la UE. Frente a la crisis financiera, todos los países deudores dependen de la voluntad alemana de extender el crédito para su supervivencia económica. Pero esto resulta trivial para lo que se conoce como teoría de poder, y no es lo que constituye el maquiavelismo de Merkel.
En realidad, comienza con el hecho de que Merkel no toma partido en el furioso conflicto entre los proeuropeos y los euroescépticos, o, para ser más preciso, ella vota a favor de ambas posiciones encontradas. No demuestra solidaridad con los europeos (locales y extranjeros) que exigen a Alemania que se comprometa formalmente, ni apoya al partido de los euroescépticos que quieren rechazar toda ayuda. En cambio, Merkel une la disposición alemana hacia extender el crédito con la disposición de los países deudores a satisfacer los requerimientos de la política de estabilidad alemana, y este es el punto merkiavélico. Esto es lo que le permite ser dos cosas al mismo tiempo, la abanderada ortodoxa del estado nación y la arquitecta de Europa; y puede jugar cualquiera de estos roles incompatibles según la situación.
Segundo: ¿cómo se puede superar la contradicción entre estas posiciones en el ejercicio político? Se lo puede hacer a través de lo que Maquiavelo llama virtu, entendida como la capacidad, la energía política y el ansia de actuar para el logro de algo. Este es el punto adicional: la base del poder de Merkiavelo es el deseo de no hacer nada, su titubeo, su arte de la vacilación. La posición de poder alemana en esta Europa agobiada por la crisis es precisamente esta vacilación deliberada, esta mezcla de indiferencia, rechazo de Europa y compromiso con Europa. La vacilación como táctica disciplinaria es el método merkiavélico.
El modo de coerción no es la invasión agresiva del dinero alemán, sino la amenaza de abandonar, retrasar o rechazar el crédito. Si Alemania no da su acuerdo, los países deudores enfrentan una ruina inevitable. Por lo tanto, sólo existe una cosa peor que ser invadido por el dinero alemán y es no ser invadido. Mientras tanto, Angela Merkel ha perfeccionado esta forma de dominación “reticente” que se legitimiza a través del himno solemne a la frugalidad.
Lo que parece ser la esencia de lo apolítico, es decir no hacer nada, está transformando el panorama del poder europeo. De esta manera, el ascenso de Alemania al poder hegemónico en Europa está siendo simultáneamente promovido y disimulado. Este es el artificio que Merkel domina y su guión en realidad se origina en Maquiavelo (aunque supuestamente Merkel no lo haya leído). Las políticas de riesgo europeas a la Merkel merecen ampliamente el nombre de Merkiavelo.
El nuevo poder de Alemania en Europa no está fundado como en tiempos anteriores en la fuerza como ultima ratio. No tiene necesidad de las armas para imponer su voluntad sobre los otros estados, lo que hace que sea absurdo hablar del Cuarto Reich. Pero por la misma razón, este poder es mucho más versatil. No tiene necesidad de invadir y sin embargo está siempre presente. Su potencial extorsivo no se origina en la lógica de la guerra sino en la lógica del riesgo, o para ser más preciso, en la amenaza del colapso económico. La estrategia del rechazo, no hacer algo, no invertir, no hacer disponible crédito ni dinero, este “no” de propósito múltiple es la palanca central del poder económico alemán en la Europa del riesgo financiero. La llave del poder en la actualidad es la posición del país en el mercado mundial y ya no necesariamente su fuerza militar. Su oferta tentadora es: mejor un euro alemán que ningún euro.
El nacionalismo se ha convertido ahora en el enemigo de las naciones de Europa. ¿Nos estamos encaminando a una era post-europea, a un renacimiento paradójico del particularismo de los estados pequeños en un tiempo de globalización? ¿Acaso esto no significa que el Reino Unido, Alemania, Francia, Italia, etc. desaparecerán de la política mundial en el espacio vacío entre los Estados Unidos y China? ¿Los sentimientos de amenaza e inseguridad han llegado a ser tan apabullantes que la “vieja claridad” se torna atractiva y la gente escapa hacia el futuro del siglo XIX?
¿No es que estos sentimientos tienden a estimular una vuelta emocional al aparente “puerto seguro” de la nación, la gran ilusión de nuestro tiempo? ¿O será que el shock que se siente ante la mortalidad de la Comunidad Europea marca el principio de un histórico darle la espalda a una Europa dominada por el estado nación hacia una política y sociedad europea transnacional? Aunque construyéramos la Europa más magnífica, hermosa y formidable que pudiéramos imaginar, ¿de qué serviría si sus ciudadanos no la quisieran? ¿Qué forma política debe asumir Europa para poder transformarse a los ojos de sus ciudadanos de una bestia terrorífica a algo tan cercano a sus corazones que su desaparición constituyera la pérdida de una parte de sí mismos, que se convirtiera en algo por lo que valiera la pena vivir y luchar y, no menos importante, por la que valiera la pena votar a favor?
La catástrofe que amenaza a Europa ha sido analizada desde la perspectiva de las instituciones políticas, la economía, las elites, los gobiernos y el derecho, pero no desde la perspectiva del individuo (verManifesto “We are Europe” http://manifest-europa.eu/allgemein/wir-sind-europa?lang=en ). ¿Qué es lo que Europa significa para las personas y cuáles son los principios que deben desarrollarse sobre esa base para un nuevo contrato social para Europa?
Estas preguntan apuntan a las visiones alternativas que propone mi libro German Europe.
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