jueves, 25 de abril de 2013

Las complejas relaciones entre Moscú y Washington

El atentado de Boston el pasado 15 de abril llevado a cabo presuntamente por parte de dos inmigrantes de la zona caucásica de Rusia ha aumentado la tensión entre los últimos meses entre Moscú y Washington. Aunque los dos gobiernos se han comunicado de inmediato, el clima de sospechas mutuas se ha acentuado. 

En diciembre pasado el Congreso de Estados Unidos aprobó la Ley Magnitsky que le niega el visado a una serie de funcionarios rusos (y a sus familiares) acusados de violaciones de derechos humanos. El gobierno ruso respondió cancelando los procesos de adopción de niños de su país por parte de familias de Estados Unidos a través de la Ley Dima Yakovlev. 

El gobierno de Barak Obama ha tratado de suavizar la disputa, pero el choque entre los dos países tiene raíces diversas. Sin una política de diálogo podría haber una nueva guerra fría con extensiones regionales en Oriente Medio y la región de Asia Pacífico. Un diálogo que el atentado de Boston muestra que es imprescindible entre dos actores cruciales en el sistema internacional.


Desde los años 90 Rusia se ha quejado de la expansión de la OTAN hacia Europa oriental, la falta de atención de Estados Unidos a los problemas de seguridad rusos, y la interferencia en asuntos internos a través de la promoción de la democracia que Washington impulsa apoyando a grupos de derechos humanos. Igualmente, en Rusia se considera que Estados Unidos trata de impedir que transfiera material nuclear a terceros países mientras que no impone los mismos controles a Francia y Gran Bretaña. 

Línea dura o acercamiento
A partir de 2009 Estados Unidos pidió a Moscú que le apoyara en imponer sanciones más duras a Irán por su programa nuclear, autorizar el uso de la fuerza de la OTAN en Libia, y permitir el abastecimiento de armas y provisiones a las fuerzas de la OTAN en Afganistán a través del territorio ruso. Moscú aceptó los tres pedidos, pero a cambio solicitó a Estados Unidos que congelara los procesos de integración de nuevos países de Europa oriental en la OTAN, cesara el apoyo a grupos de derechos humanos en Rusia, y garantizara que el sistema antimisiles que se está instalando en Europa no apuntará hacia ese país. Pero Washington no cedió en ninguno de los tres temas. 

Stephen Cohen, profesor emérito de estudios sobre Rusia en las Universidades de New York y Princeton,  considera que el gobierno de Obama debería detener la posible integración de Georgia y Ucrania en la OTAN para garantizar a Rusia que la ampliación de la Alianza Atlántica tiene límites. Asimismo, podría ofrecer garantías a Moscú que el programa de defensa antimisiles no está dirigido hacia Rusia, y de esta forma desactivar una posible escalada armamentista. Moscú considera que el sistema antimisiles que estados Unidos está instalando en Europa está orientado a defenderse de Rusia, y no de Irán, como argumenta el Pentágono.  


La relación con Moscú provoca serias polémicas en Estados Unidos y Rusia, entre los partidarios de entablar buenas relaciones pese a las diferencias y los que proponen líneas duras de confrontación diplomática. Estos sectores conservadores de Estados Unidos critican posiciones como la de Stephen Cohen, y consideran que el gobierno de Obama debe adoptar una política más fuerte frente a la represión en Rusia a las organizaciones no gubernamentales, la prensa y la oposición.  Estos sectores ven también con preocupación una creciente alianza de China y Rusia, y presionan por mantener un alto presupuesto militar.

Ariel Cohen, por ejemplo, del conservador American Enterprise Institute, opina que el Nuevo Concepto de Política Exterior rusa, que fue publicado en febrero pasado, muestra que Moscú se prepara para una política de confrontación diplomática con Estados Unidos acerca del sistema antimisiles, que pretende volver a dominar a su periferia usando instrumentos económicos y de seguridad colectiva, y que está preparando su giro hacia Oriente (de la misma forma que lo está haciendo Estados Unidos). Para este analista, los tres pilares de la política exterior rusa serán aislar a Estados Unidos, acercarse a China, y expandir su influencia en la antigua esfera soviética.

Desde la desaparición de la URSS ha habido en Rusia un debate sobre la identidad, europea o asiática, del país. El auge del nacionalismo, y las críticas de Estados Unidos y la Unión Europea a las deficiencias democráticas en el país han acentuado la tendencia hacia definir a Rusia como una potencia Europea con un fuerte componente asiático. 

Moscú, en efecto, muestra un creciente interés en desarrollar sus relaciones económicas, políticas, energéticas y de seguridad con China, Japón, las dos Coreas, Vietnam y Singapur, entre otros países de la región. Esta mirada hacia Oriente podría traer en el medio plazo choques políticos con Estados Unidos, que está reforzando su presencia naval en la zona Asiática Pacífica. A la vez, tanto Moscú como Washington responden a un movimiento geopolítico global en el que el poder tiende a desplazarse de Occidente a  Oriente.

El caso sirio
En diciembre pasado el ex ministro de exteriores ruso Igor Ivanof y la ex secretaria de Estado Madeleine Albright indicaron que ambos países tienen varios puntos de interés común. En el campo de las armas nucleares, podrían avanzar en la reducción a través del nuevo tratado de misiles estratégicos (START) (2010); el Congreso de Estados Unidos podría ratificar el tratado amplio de prohibición de pruebas nucleares (que lleva pendiente 13 años);  y sería posible alcanzar acuerdos sobre un sistema de defensa antimisiles. En otras áreas, Moscú y Washington podrían cooperar para fortalecer el Estado afgano con el fin de evitar el regreso de los Talibán después de 2014,  incrementar el comercio entre los dos países, especialmente una vez que Rusia ha entrado en la Organización del Comercio Mundial, y buscar la forma de cooperar en Siria.  

Pero uno de los puntos fuertes de fricción entre Estados Unidos y Rusia es, precisamente,  las diferentes reacciones ante la guerra en Siria.  La mayor parte de los análisis en Washington y Europa indican que Rusia defiende al régimen de Bashar al-Assad para mantener sus intereses estratégicos en Oriente Medio y conservar el acceso a una base naval en la costa siria. Pero en círculos de Moscú se explica que la razón de que Rusia haya vetado las condenas en el Consejo de Seguridad y se niegue a poner más presión sobre el Presidente as-Assad es que no quiere colaborar con ninguna maniobra diplomática que pueda terminar en un cambio de régimen, como ocurrió en Libia.

Rusia aprobó inicialmente en 2011 que la OTAN protegiese a civiles durante el levantamiento popular libio,  pero la operación se transformó en una guerra contra el gobierno de Muamar Gadafi. En círculos diplomáticos de Moscú se teme que la lucha entre grupos armados de la oposición y el auge de los milicianos yihadistas  pueda crear luego de la caída de al-Assad una desintegración del país y caos regional. Desde Moscú, la guerra en Siria es, además, percibida como una confrontación entre Irán (aliado de Rusia) y Arabia Saudita. Este último país apoya a grupos radicales islamistas en el Norte del Cáucaso, en Asia Central y Afganistán. Luego de la guerra en Chechenia, Moscú tiene particular interés en disuadir y combatir toda insurrección islamista radical a la vez que no quiere injerencias extranjeras. 

En línea con esta explicación, el Concepto sobre Política Exterior de febrero de este año dice que  Rusia “espera que las acciones de los Estados Unidos en el campo internacional  se guiarán estrictamente por las normales legales internacionales, especialmente la Carta de las Naciones Unidas, incluyendo el principio de la no interferencia en asuntos internos de otros estados”.

Asimismo, el Concepto hace referencia a que no se intenten llevar a cabo “violaciones del derecho internacional” a través de interpretaciones “creativas” del mismo, sea buscando pretextos  en la defensa de los derechos humanos para violar la soberanía de los estados, o a través de conceptos como “la responsabilidad de proteger” (a poblaciones en peligro a manos de sus propios gobiernos; principio que aprobó la Asamblea General de la ONU en 2005).

Moscú quiere evitar que se sienten precedentes intervencionistas que en el futuro podrían volverse contra el gobierno. Vista desde Moscú, la cuestión siria es, por lo tanto, como una confrontación estratégica para resistir lo que se considera un intervencionismo agresivo de Estados Unidos contra un gobierno aliado de Irán. Por otro lado, al distanciarse de la política europea y estadounidense hacia Siria, Putin fortalece su posición entre los votantes y sectores nacionalistas rusos.

Necesidad de diálogo

El ex diplomático ruso Alexander Aksenyonok considera que tanto Rusia como Estados Unidos son dos superpotencias con fuerte influencia en la situación global: “Tienen potencia nuclear, grandes economías, y recursos intelectuales y naturales”.  No sería para beneficio de ninguna de las dos partes, ni del sistema internacional, que se incremente la tensión entre las dos partes. Rusia, recuerd a Aksenyonok,  es actualmente presidente del G20, asumirá la presidencia del G8 en 2014, y del grupo de los BRICS en 2015.

Un informe del Russian International Affairs Council (RIAC) indica que el sistema internacional evoluciona hacia un orden “post-Americano”, y recomienda que Rusia transite este camino de forma suave, evitando confrontaciones con Washington, aunque sin “abandonar la crítica de las acciones destructivas de la política exterior estadounidense”. Para este centro de análisis político presidido por el ex ministro de Exteriores Ivanof, el mayor problema es que no hay fuerzas influyentes en ninguno de los dos países que tengan interés en desarrollar las relaciones. “Nuevas herramientas, dice el informe, se precisan para  vincular los esfuerzos de gobiernos, sector privado, y sociedad civil en las relaciones ruso-estadounidenses”.



Mariano Aguirre dirige el Centro Noruego de Construcción de la Paz (NOREF).www.peacebuilding.no


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