miércoles, 17 de abril de 2013

GB-UE: ¿Hay un camino más allá del deseo de separación?

POR MICHAEL O'NEILL  
TRADUCCIÓN: ALBA CARVAJAL 

Reino Unido y la Unión Europea no suelen ponerse de acuerdo. A medida que el panorama político empeora y la crisis económica parece no tener fin, ¿dónde tiene su origen la discordia entre los dos bandos y existe alguna posibilidad de reconciliación entre la UE y GB?


Parte de la identidad nacional Británica está impregnada con la visión victoriana del “esplendido aislamiento”, una nación orgullosa que planta cara por su cuenta a las diabólicas intrigas continentales. Aun así Europa nos sigue cautivando, su sofisticación, su herencia cultural, su buen tiempo. Tenemos ese anhelo de la cultura de cafeterías con terraza, de panaderías y cafés decentes en cada esquina, de transporte público eficiente y, sí, tal vez incluso de un verano de verdad.

Al final, mucha gente en GB simplemente no es capaz de entender el porqué de que economías poderosas como la francesa o la alemana estén dispuestas a firmar tratados que garantizan el flujo del dinero tan duramente ganado desde sus arcas hasta aquellas de las economías vecinas menos productivas. Por su parte, los europeos encuentran la actitud británica igualmente confusa. Miran en retrospectiva nuestra ineficaz y nuestra pequeña roca azotada por los vientos y se preguntan por qué somos reacios a contribuir en el proyecto europeo. ¿Cómo puede esperar Reino Unido ser competitivo en una economía mundial globalizada sin las ventajas que ofrece la total integración en la UE?

La pequeña roca

El partido liberal demócrata británico, que gobierna actualmente en coalición con los conservadores, adopta una postura abiertamente pro-UE. Su líder, Nick Clegg es mitad holandés y políglota. Sin embargo, el primer ministro David Cameron, con el que Clegg forma la coalición, ha tenido a menudo que ignorar llamadas de atención de su propio partido para adoptar una línea de acercamiento más dura hacia la Unión Europea. El Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP) es el que manifiesta más abiertamente su oposición a la participación del Reino Unido en la UE. Recientemente en unas elecciones parciales celebradas en Eastleigh, UKIP salió elegido segundo junto al partido Liberal Demócrata, quedando los conservadores relegados a la tercera posición. El presidente del partido, Nigel Farage, declaró que esto eran más que “votos representativos de protesta” de aquellos que quieren “sacarle el dedo a los que ostentan el poder”
Sin embargo, en Europa es otra historia completamente diferente. Alemania en particular considera la Unión Europea como algo más que un bloque comercial o una vaga alianza política entre estados. Para ellos es un agente vinculante que inextricablemente entrelaza los intereses nacionales de los miembros asegurando así que otro conflicto internacional sea prohibitivo a nivel económico. La aparición de la Unión Europea marca la primera vez en la historia en la que Europa ha estado unida bajo una serie de ideales comunes que podrían considerarse “voluntarios” y está sin duda preparada para defender este estado.
La pertenencia de Alemania a la UE ha obrado milagros permitiéndole alcanzar el actual boom que experimenta su economía de exportación. El efecto debilitador de tantos otros miembros del euro, no tan fuertes económicamente, quiere decir que el valor de este se mantiene bajo, permitiendo así que las exportaciones alemanas sean mucho más baratas en el extranjero de lo que lo serían normalmente, disparando su venta. Mientras que las economías más grandes de la EU serán siempre contribuyentes netos, la presencia de los fondos europeos destinados a usos específicos en determinadas regiones es, a menudo, de gran utilidad a nivel local cuando los gobiernos nacionales se niegan a soltar la pasta.

Entiéndanme

Sin embargo, la prensa británica continúa lamentándose por el irrefrenable flujo de poder soberano proveniente de nuestro antiguo parlamento de Westminster en Bruselas. Hemos dudado respecto al euro y proclamado nuestra sabia decisión de abstenernos ya que la debilidad inherente de la divisa estaba expuesta a los devastadores efectos de la crisis financiera. Nos hemos negado también a ratificar muchos de los tratados definitorios de la UE, como el de Schengen y las recientes negociaciones para acordar el presupuesto de la crisis. En los ochentas, la primera ministra Margaret Thatcher luchó para conseguir su famoso cheque británico. Más atrás incluso, en 1960, su predecesor Harold MacMillan describió la Comunidad Económica Europea como “un presuntuoso y poderoso “imperio carolingio”; ahora bajo el dominio francés pero destinado más tarde a estarlo bajo el alemán.
Si se llegara a algún tipo de reconciliación entre Reino Unido y la Unión Europea, no podría ser sin un mayor entendimiento mutuo. Reino Unido tiene que entender el alcance que tiene la UE para muchos en el continente y debería considerar las consecuencias de precipitarse al tomar la decisión de separarse basándose en los prejuicios y el jingoísmo. Bruselas, por su parte, debería esforzarse más para adaptarse a una población Británica que en su mayoría desconoce su verdadera función y logros. También necesita dirigir los argumentos legítimos concernientes al proyecto europeo de “gestión de proyectos” dados por los euroescépticos. En resumen, la EU sufre con el atroz primer ministro británico y su mano dura en materia de acercamiento burocrático a los asuntos de esta no está ayudando. Con una consulta en Reino Unido sobre un referéndum de pertenencia tras las elecciones generales, debería tenderse un puente entre ambos antes de que sea demasiado tarde.


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