Hace once años, en marzo de 2001, la izquierda llevaba el timón en Europa, con 15 países de los 27 que luego conformarían la Unión Europea ampliada gobernados por partidos progresistas. En aquel entonces, justo antes de los atentados del 11-S, el panorama político europeo era totalmente diferente al actual y todos querían formar parte de ese club elitista, la UE, que se alzaba como estandarte de la socialdemocracia.
Sin embargo, hace once años el concepto de “miedo” adquirió un grado superlativo y se convirtió en un recurso prioritario en las campañas electorales americanas: miedo a los impuestos, a la inseguridad, a perder el trabajo, a los cambios, al futuro en general. Ese miedo también se avivó en Europa, a medida que la crisis se recrudecía y los gobiernos, incapaces de revertir la situación con líderes débiles e ideas confusas, reavivaban pruritos nacionalistas antieuropeístas que han facilitado un giro hacia la derecha.
Sin embargo, hace once años el concepto de “miedo” adquirió un grado superlativo y se convirtió en un recurso prioritario en las campañas electorales americanas: miedo a los impuestos, a la inseguridad, a perder el trabajo, a los cambios, al futuro en general. Ese miedo también se avivó en Europa, a medida que la crisis se recrudecía y los gobiernos, incapaces de revertir la situación con líderes débiles e ideas confusas, reavivaban pruritos nacionalistas antieuropeístas que han facilitado un giro hacia la derecha.
El consultor británico Philip Gould asegura que el miedo es un elemento básico en los dilemas fundamentales que las campañas electorales modernas plantean a los electores, y señala que la regla general ha sido que los partidos conservadores agitan sistemáticamente alguna forma del sentimiento del miedo, mientras que los de izquierda o centro izquierda intentan proponer mensajes de ilusión y esperanza. Sin embargo, en los últimos años, los gobiernos progresistas están contra las cuerdas y la mayor crisis del capitalismo desde el crack de 1929 ha coincidido, paradójicamente, con la derrota de la izquierda europea, tímidamente presente en Grecia, Austria, Eslovenia y Chipre.
Los efectos de la crisis y la desafección política europea han aupado a la extrema derecha: casos como el ascenso del ultraderechista Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia muestran el nivel actual de euroescepticismo. Xenofobia, proteccionismo nacional frente a una UE que, según este partido político, “ya no protege a sus países”, y regreso al franco copan el discurso de esta candidata a las elecciones presidenciales de abril, consiguiendo adoctrinar a un amplio sector de obreros y agricultores franceses. Pese a la carrera de fondo de Le Pen, los sondeos electorales se debaten a diario entre el favorito, el socialista François Hollande, que ha dado un giro a la izquierda y promete aplicar un megaimpuesto a las rentas superiores al millón de euros, y el presidente Nicolas Sarkozy, quien, consciente de su aventajado adversario, ha hecho suyas frases del libro de Marine Le Pen Pour que vive la France y ha elegido como eslogan de su campaña electoral “la Francia fuerte”.
La esperanza socialdemócrata
La progresía europea tiene por delante unos meses cruciales y las elecciones francesas serán una prueba importante para promover un renacimiento político a gran escala. Sin embargo, toda la atención está puesta en el proceso electoral alemán de 2013 y, concretamente, en el Partido Socialdemócrata de Alemania, influyente históricamente en los movimientos de izquierda europeos, que debe diseñar una campaña política y una estrategias electorales totalmente diferentes a las que en 2009 les llevó a obtener unos pésimos resultados.
Para empezar, hay once cosas que todos los progresistas deberían hacer, tal y como sostiene el profesor de lingüística de la Universidad de Berkeley (California) George Lakoff en su libro No pienses en un elefante. Uno, reconoce lo que los conservadores han hecho bien; dos, si mantienes su lenguaje y su marco y te limitas a argumentar en contra, pierdes tú, porque refuerzas su marco; tres, la verdad, por sí sola, no te hará libre; cuatro, tienes que hablar desde tu perspectiva moral en todo momento; cinco, entérate de dónde vienen los conservadores; seis, piensa estratégicamente, a través de áreas de cuestiones importantes; siete, piensa en las consecuencias de las propuestas; ocho, recuerda que los votantes votan por su identidad y por sus valores, lo que no coincide necesariamente con sus intereses; nueve: ¡únete!; diez: ¡coopera!; y once: sé proactivo, no reactivo, y háblales a las bases progresistas para activar el modelo protector en los votantes indecisos.
Padre estricto versus padre protector
Antes de llegar a esta serie de conclusiones, Lakoff enfrentó previamente las dos visiones políticas americanas, la conservadora y la progresista –existentes también en Europa–, con los dos modelos tradicionales de familia, el del padre estricto y el del padre protector. El primero recibe este nombre porque, de acuerdo con sus creencias, el progenitor es la autoridad moral que tiene que sostener y defender a la familia, decir a su mujer lo que ha de hacer y enseñar a sus hijos la diferencia entre el bien y el mal, puesto que presupone que el mundo es y será siempre peligroso y competitivo. Si se proyecta lo anterior sobre la nación –apunta el autor– ya tenemos la política radical del ala derecha, que se nutre del miedo para activar ese modelo de padre estricto en el electorado y mantiene activo el marco del terror y la incertidumbre.
La visión del padre protector es neutral en lo que se refiere al género, ya que entiende que padres y madres son igualmente responsables de la educación de sus hijos, y cree que el mundo es básicamente bueno y se puede trabajar para mejorarlo, pese a las dificultades. Asimismo, la educación de los hijos implica dos actitudes básicas, como son la empatía y la responsabilidad, que se pueden reconocer como valores políticos progresistas de los que a su vez derivan políticas concretas basadas en la preocupación por los demás, la justicia, la protección, la realización en la vida, la libertad, las oportunidades, la prosperidad, el servicio, la cooperación, la confianza, la honradez, la comunicación…
Si todos estos principios son compartidos por la inmensa mayoría de los ciudadanos, ¿qué le ha ocurrido a la izquierda europea? Sin entrar en un análisis pormenorizado e histórico de cada uno de los países, considero que Lakoff aporta en su libro una cuestión fundamental que la clase política progresista ha descuidado: enmarcar. Como apunta el autor, no es casual que los conservadores ganen allí donde han enmarcado con éxito las cuestiones más importantes para ellos, y esto es algo que la derecha sabe hacer muy bien. Los progresistas deben aprender a encajar mejor sus valores con las cuestiones relevantes, además de invertir en investigación y en think tanks. Pero antes, mucho antes de todo esto, tiene que hacer frente a sus diferencias y construir un discurso común que restablezca su unidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario