viernes, 3 de junio de 2011

Indignados con el Sur




JOAQUÍN PRIETO

Sin el miedo al populismo que recorre Europa, no se explica la resurrección de rancias ideas que pretenden ahondar la diferencia entre el sur y el norte del continente, y que en estos momentos abonan la cizaña entre Alemania y España. La tensión comenzó con un comentario de la propia canciller alemana, Angela Merkel, sobre las muchas vacaciones que ella supone que se toman los españoles (y otros trabajadores del sur de Europa). Solo faltaba la crisis del pepino para completar el súbito cuadro de desconfianza hacia el país más grande de la Unión Europea.

Y sin embargo, la razón se resiste a admitir la hipótesis de que Alemania odia a los españoles, o que hace lo que le da la gana porque es el más fuerte de Europa; o que se ha propuesto abatir a los productores españoles de frutas y verduras. Sería absurdo atribuirles intenciones tan retorcidas, cuando los alemanes compraban la cuarta parte de la exportación española de vegetales hasta hace pocas semanas; y además venían en masa -y no hay noticias de que se hayan arrepentido- a disfrutar de sus vacaciones en España. Pero el miedo a una epidemia mortal sin asesino conocido provocó una información errónea e imprudente por parte de la responsable de Sanidad de Hamburgo, Cornelia Prüfer-Storks, de proporciones devastadoras para todo el sector hortofrutícola español, que de repente fue víctima de la desconfianza de Alemania y del resto de Europa hacia los productos frescos procedentes de España.

Más allá de pasar la factura por los daños, la sorpresa de los españoles respecto a Alemania ha sido mayúscula, porque se le considera como la meca de la eficiencia, de la seriedad y del buen hacer. El 78% de los españoles tenía una opinión favorable de Alemania antes de la malhadada crisis, mejor que la existente sobre Italia, la Unión Europea en su conjunto o Estados Unidos, según datos del Instituto Metroscopia correspondientes a 2010.


No era tan buena la opinión sobre la canciller, Angela Merkel (58% de opiniones favorables), desde luego menos querida por los españoles que Barack Obama (70% a favor), pero mucho más que el presidente francés, Nicolas Sarkozy, que cosechaba solo un 20% de opiniones positivas en ese mismo estudio. Y no solo es eso: la imagen de Alemania en 2010 había mejorado respecto a la que el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) había medido en 2002, cuando la simpatía de los españoles por Alemania estaba por debajo de la que despertaban Italia o Francia.

Ahora, "es como si hubiera una consigna en toda Europa de no comprar productos españoles", protesta Jorge Brotons, el presidente de la Federación Española de Productores Exportadores de Frutas y Hortalizas. En una escalada de réplicas, la COAG -patronal española del sector agrario- pidió el boicoteo de los consumidores a "todo lo que huela a Alemania", bajo el argumento de que "si ellos han colgado carteles diciendo que no tienen productos españoles, tampoco van a tener compradores españoles". Se pretende devolver "a los alemanes" parte del desastre económico que se ha abatido sobre España, estimado en pérdidas de 200 millones de euros semanales, según los primeros cálculos.

El subidón de amenazas ilustra el peligro de desatar una alarma sanitaria imprecisa. Nada se ha arreglado con el intento de designar rápidamente a los culpables del grave problema de salud que se había presentado en el norte de Alemania.


Confundirse de asesinos, como hizo la jefa de Sanidad de la ciudad-Estado de Hamburgo, no ha resuelto problema alguno de salud; era lógico el desconcierto ante un peligro desconocido, pero también se ve ahí el pavor de los políticos a no tener nadie a quien sacrificar en el altar de los miedos ciudadanos. Dicho sea de paso, la crisis del pepino ha evidenciado también la diferencia en el funcionamiento de las instituciones políticas de ambos países. Mientras el Gobierno federal alemán respaldaba a las autoridades de Hamburgo, por más que sean de distinto signo político -socialdemócratas estas últimas, democristianas y liberales las del Ejecutivo de la canciller-, el Partido Popular se ha apresurado a acusar de mala gestión al Gobierno socialista en España.

Al cabo de diez días de crisis, el balance es aterrador. Sobre todo en el terreno sanitario, donde a las muertes confirmadas hay que añadir millares de afectados y un número indeterminado de personas que se supone incuban la enfermedad. Y entre medias crece la cizaña, esa gramínea que "se cría espontáneamente en los sembrados y la harina de su semilla es venenosa", según la descripción del diccionario de la Real Academia Española.


Que en el terreno político afecta ya a la Comisión Europea por haberse tomado en serio el primer aviso alemán, para verse obligada a levantar la alerta el miércoles por la tarde tras haber desatado un pánico general. El desastre trasciende a la huerta española, se extiende a las de otros países europeos y ha servido de pretexto para el cierre de las fronteras de Rusia a las frutas y hortalizas de toda la UE. A pesar de sus siempre frías relaciones, Angela Merkel y José Luis Rodríguez Zapatero han tenido finalmente que hablarse para echar algo de agua al incendio.

Es difícil explicarse lo ocurrido sin tener en cuenta las tendencias aislacionistas que se advierten en Alemania. Una actitud que parece tentar a la propia canciller y a su partido, muy afectado por problemas electorales. Los democristianos de Angela Merkel quedaron relegados a la tercera posición en las elecciones de Bremen del 22 de mayo. Un poco antes habían sido apeados de seis décadas de poder en el Estado de Baden-Württemberg, el más industrializado de Alemania, donde han sido ejecutados por una coalición entre Los Verdes y el SPD. Nuevas elecciones parciales les aguardan. Si los cristianodemócratas apenas se sostienen, peor le van las cosas a su socio, el Partido Liberal, aliado de Merkel desde el otoño de 2009, que no para de perder votos.

Hay que reconocerle a Merkel una posición extremadamente difícil en el problema principal, que es la crisis financiera. Al principio se opuso a dar el visto bueno a un plan de rescate europeo para Grecia, después acabó aceptando ese proyecto y los que sucesivamente han sido precisos para Irlanda y Portugal.


La canciller y su entorno argumentan que Alemania es el principal beneficiario del euro y que por eso interesa a su país ayudar a los países en dificultades, pero los golpes electorales están ahí, explicados por algunos observadores en función del malhumor ocasionado por los miles de millones de euros acordados en ayudas a Grecia, Irlanda y Portugal, con los temores sobre España al fondo. "No se puede gobernar el euro con líderes políticos enfrentados constantemente a elecciones parciales", comentaba recientemente a este periódico una autoridad europea. El resto, las muestras de menosprecio por los socios del sur, constituyen la música que adorna la partitura esencial. Se descubre así que tantos años de cooperación entre los Estados europeos, y de intercambios culturales y turísticos masivos entre sus pueblos, no sirven para borrar las ideas heredadas del pasado.

Peor aún: que los canales diplomáticos, la relación de confianza entre los líderes y las vinculaciones a través de las instituciones comunitarias se rompen con facilidad. Cuando se reúnen los grandes mandatarios de los países europeos, lo que nunca falla es la foto de familia, en una imagen de unidad que los ciudadanos observan cómo se destroza al menor incidente.

Hay razones todavía más importantes para inquietarse del aislacionismo alemán. Lo demuestra la decisión de cerrar todas las centrales nucleares de aquí a 2022, sin discutirlo con sus socios, ni siquiera con los vecinos más cercanos.


Las consecuencias que esto pueda acarrear en Italia, donde es inminente la celebración de un referéndum sobre la energía nuclear, o en Francia, el país más nuclearizado del continente, no parecen haber pesado en la decisión de Merkel y su equipo, o al menos no lo han explicado. Unas semanas antes, en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, Alemania se había abstenido en la votación de la resolución que autorizó el uso de la fuerza en Libia "para proteger a la población civil", a diferencia de otros miembros de la UE.

Mientras que en España y en Grecia se multiplican las protestas ciudadanas contra la falta de perspectivas de futuro, los alemanes parecen muy dubitativos sobre la relación que deben mantener con los países del sur, a los que imputan haber vivido a crédito.


Desentrañar las soluciones a todo este delicado problema ya es suficientemente complicado como para enzarzarse en ocurrencias de trazo grueso. Como la sugerencia hecha a los griegos por dos diputados de la mayoría en el poder en Alemania, el liberal Frank Schäffler y el cristianodemócrata Josef Schlarmann: ¡si los griegos tienen problemas de tesorería, que vendan sus islas!

Los españoles saben algo de lo difícil que es combatir epidemias de origen desconocido. La persecución del aceite de colza desnaturalizado, en los primeros años ochenta del siglo anterior, también empezó por diversos productos de huerta. Si ahora tenemos por ahí una nueva bacteria asesina, contagiosa y de ignoto origen, conviene tomársela absolutamente en serio y tenerla como prueba de lo inútil que resulta aislarse en Europa o enzarzarse en represalias.

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