jueves, 28 de abril de 2011

La guerra fría de Irán y Arabia Saudí



EL PAIS.COM /ÁNGELES ESPINOSA


Las siempre delicadas relaciones entre Irán y los países árabes ribereños del golfo Pérsico han entrado en una fase crítica a raíz del envío de tropas saudíes a Bahréin el mes pasado. Teherán acusa a Arabia Saudí de "estar jugando con fuego". Riad y sus aliados del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) responsabilizan a la República Islámica de "inflamar las tensiones sectarias" y "atentar contra su seguridad". En el último episodio de esta guerra fría regional, el Gobierno iraní ha expulsado a tres diplomáticos de Kuwait en respuesta a una medida similar del emirato.


"No se trata de un recelo recién descubierto, lo que ha cambiado es el contexto regional e internacional", interpreta Ibrahim Khayat, director del International Center for Strategic Analysis de Dubái. "Con la caída de Mubarak, los saudíes han visto cómo el sistema puesto en pie por EE UU en la región empezaba a desvanecerse y de repente se encuentran incapaces de responder a los cambios que se están dando", añade.


El estallido de la protesta popular en Bahréin hizo saltar la alarma. La posibilidad de que esa isla-Estado se convierta en una verdadera monarquía constitucional, como reclaman los manifestantes, abriría el camino para cambios similares en Kuwait, Omán y, eventualmente, el resto de los miembros del CCG.


Arabia Saudí, el peso pesado de ese foro (que también incluye a Catar y a Emiratos Árabes Unidos), no puede consentirlo. Sin embargo, se halla en la peor situación para actuar. Con el rey, el heredero y el tercero en la línea al trono enfermos de cáncer y mayores de 80 años, su parálisis política es un anticipo de la previsible crisis sucesoria.


"Necesitan que se les vea tomando la iniciativa", asegura Khayat. De ahí la decisión de enviar a Bahréin la fuerza Escudo de la Península, transformando su misión militar en una de seguridad. "Tratan de ganar tiempo mientras buscan una solución", añade el analista.


De ahí también el sutil giro que ha dado el CCG, fundado hace 30 años para contrarrestar la amenaza de Irán tras el ascenso al poder de Jomeiní y su transformación en República Islámica.


A la importancia de la seguridad regional y la estabilidad interna, sus adalides han añadido la necesidad de reforzar la capacidad militar del Consejo. Significativamente, el nuevo secretario general, Abdul Latif al Zayani, un bahreiní, es el primero que procede de las Fuerzas Armadas.


A Irán le ha faltado el tiempo para sacar partido de la situación. Enseguida se apresuró a condenar como "una invasión" el envío de las tropas saudíes a Bahréin. Aunque el Escudo de la Península también incluye 500 policías de Emiratos Árabes Unidos y una patrulla marítima de Kuwait, es el millar de soldados de Riad el que simboliza la rivalidad histórica e ideológica de los dos grandes de la región. Mientras la República Islámica constituye el referente del chiísmo, los Saud se han erigido en defensores de las esencias del islam suní que practican la mayoría de los musulmanes.


Arabia Saudí y el resto de las monarquías suníes de la región comparten la sospecha de la familia real bahreiní de que Irán está detrás de las movilizaciones de su población, dos tercios de la cual son chiíes y tienen lazos históricos y familiares con ese país. El modo tendencioso con el que los medios iraníes informan de la revuelta en Bahréin no ayuda a disipar la desconfianza. El Gobierno de Manama, que ayer reconoció la muerte de otros dos detenidos, ha denunciado una "interferencia intolerable en sus asuntos internos", suspendido las conexiones aéreas y telefónicas con Irán, y retirado a su embajador. Los iraníes han respondido llamando al suyo.


La situación se ha agravado con la condena a muerte en Kuwait de un nacional y dos iraníes acusados de pertenecer a una red de espionaje para la Guardia Revolucionaria. "La guerra fría entre Irán y el CCG está afectando a toda la región y empujándola al abismo", dice Abdullah al Shayji, jefe del departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Kuwait.


Sin embargo, el ministro iraní de Exteriores, Ali Akbar Salehí, se ha declarado dispuesto a "resolver" las diferencias. El propio Ahmadineyad ha tratado de quitar hierro al comunicado del CCG que acusaba a su país de inmiscuirse en sus asuntos internos. Aunque el régimen iraní ha abrazado con entusiasmo las revueltas árabes tratando de asociarlas con la revolución que dio lugar a la República Islámica, su órdago no está exento de riesgos.


Si en esos países triunfaran los islamistas suníes, existe el peligro de que se agrande la brecha sectaria. Si se encaminan hacia la democracia, pueden convertirse en un modelo para los propios iraníes, cuya protesta fue aplastada en 2009. Tampoco parece que los saudíes vayan a pasar de la escalada verbal. "¿A dónde les llevaría? Dentro del país, daría más peso a los takfiris [extremistas suníes] y en lo internacional, no iban a obtener apoyo", concluye Khayat.

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