sábado, 16 de abril de 2011

¿A dónde se fue la primavera árabe?


Roger Hardy


Analista del Medio Oriente, London School of Economics


Recuerde los dramáticos eventos de enero y febrero, cuando por momentos parecía que los hombre fuertes en el mundo árabe estaban cayendo como fichas de dominó. Ahora fíjese en el sangriento estancamiento que caracteriza a la región hoy. Los dos pioneros, Túnez y Egipto, han entrado en una ambigua transición a medida que las fuerzas de cambio se confrontan a las viejas élites que se aferran al poder y los privilegios.

Por todas partes, en Yemen, Siria, Bahréin y sobre todo en Libia, los gobernantes están aguantando mediante la violenta represión a las protestas.

La idea de que el poder popular arrasaría la región, borrando el antiguo régimen como un tsunami, siempre fue una ilusión. Estamos equivocados al pensar que todo ha cambiando, o que nada ha cambiado. Tres lecciones destacan.

Lección 1: toda política es local

Aunque los árabes comparten las mismas quejas sobre la autocracia, la corrupción o la falta de empleos, las expresiones de esas quejas son diferentes en cada país. En Egipto lo generales fueron la fuerza decisiva para desplazar al mandatario, lo que no los convierte en revolucionarios.

En Siria y Bahréin una dimensión sectaria alimentada por regímenes minoritarios para quienes un gobierno de las mayorías es especialmente amenazante. Al enviar tropas a Bahréin, en respuesta a un desproporcionada amenaza iraní, Arabia Saudita ha exacerbado las tensiones sectarias.

Libia es diferente también por la falta de un fuerte estado centralizado y porque la oposición ha pedido la ayuda de Occidente. En ninguno de los casos el balance de fuerzas es idéntico.

Lección 2: el islam es parte del cuadro

Originalmente los levantamientos árabes eran nacionalistas. Atrajeron a diferentes grupos unificados tras la demanda de que un odiado dictador debía irse.

Pero la religión no ha desaparecido repentinamente. La pregunta no es si el Islam jugará un papel en determinar el futuro de la región, sino qué papel será ese.. Por el momentos, los grupos islamistas–sobre todo la Hermandad Musulmana en Egipto- están usando el lenguaje de la democracia y la unidad nacional.

Los islamistas se percatan de que tienen un oportunidad única para entrar en la arena política. Es un momento ideal para poner sus pretensiones democráticas a prueba. Una división entre una vieja guardia más reaccionaria y una generación jóven más abierta de mente no es inconcebible.

Lección 3: Occidente no es el conductor

Las potencias occidentales, incluyendo al gobierno de Barack Obama en EE.UU. han sido lentas para percatarse del límite de su influencia. Están reaccionando a los eventos, no guiándolos.

En Yemen, por ejemplo, los estadounidenses inicialmente apoyaron al presidente Alí Abdulá Saleh, pero entonces, viendo la evolución de los acontecimientos, empezaron a distanciarse de él.

Incluso en Libia, el lugar donde Occidente ha apostado a una intervención armada, está descubriendo que puede no ser capaz de determinar los resultados. Sin importar lo incómodo que pueda ser en lo inmediato, al final puede no ser una mala cosa.

El gobierno de George W. Bush derrocó al régimen de Saddam Hussein en Irak, con las consecuencias que la región todavía está viviendo hoy.

Esta vez, la presión para el cambio de gobiernos está viniendo desde adentro. La democratización será desestabilizante. Siempre lo es. Y deshacerse de un dictador no necesariamente desemboca en democracia. Pero en todas partes, el ánimo ha cambiado. En ciudad tras ciudad, la barrera del miedo se ha roto. Al menos en ese sentido no puede haber vuelta atrás.

Roger Hardy es investigador visitante en el Centro de Estudios Internacionales de la London School of Economics.

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